martes, 25 de octubre de 2011

Un pastel para Ignacio Villa


Rafael Alberti dijo que era «un García Lorca negro» y Pablo Neruda le confesó a su amiga Inés Figueroa que el hombre le recordaba al poeta de Granada, «tal y como era por dentro».

Ahora es un negro viejo (han pasado 100 años de su nacimiento), no tiene en regla su documentación y, por eso, trabaja por horas en España como psiquiatra de Pedro Almodóvar. Un siglo no es tiempo suficiente para matar a Bola de Nieve.

Nació en Guanabacoa, frente a La Habana, el septiembre de 1911 y lo bautizaron en todas las religiones con el nombre de Ignacio Jacinto Villa Fernández. Rita Montaner, la gran vedette cubana del siglo XX, lo esperaba en un teatro para ponerle Bola de Nieve y darle el primer impulso de su carrera.

Fue un cantante, compositor y pianista que recorrió el mundo con sus canciones. Lo mismo estaba muerto de risa en París con Edith Piaf que lloraba a mares en Montevideo en las camisas de cuello blanco de Erich Kleiber. Cantaba de todo y todo lo que cantaba se parecía a él.

Su talento, la tenacidad, la fuerza sobrenatural con que defendió su manera de actuar y de asumir la música lo sacaron de los pianos ocultos en los que amenizaba las películas silentes para llevarlo a los más importantes escenarios del mundo.

Le dijo al periodista español Darío Carmona que era un ser tan triste «que no he necesitado estarlo jamás». Sin embargo, se defendía y atacaba con gracia y no dudaba en poner el pecho ante los alfilerazos de su humor. Solía decir que cuando era joven y pesaba más de 100 kilos llegaba a cantar a las ciudades y siempre había alguien que se la acercaba para preguntarle: «Señor, ¿contra quién viene a boxear?».

Hasta unos meses antes de morir en México, donde estaba de paso, en 1971, Bola bajaba de su casa al lado del río Almendares para a sentarse al piano en el Monseñor, su otra guarida habanera. Allí estaba la clientela fija, una bohemia intelectual en desbandada, fieles de toda la vida que esperaban sus piezas.

Para otros clientes desprevenidos, el tipo del piano sería, como lo retrató el maestro Camilo José Cela, un negrito gordiflón que cantaba canciones sentimentales.

A Bola le hubiera encantado esa descripción porque ya había dicho que, cuando cantaba, sentía de todo. «Un torrente de sensaciones: desde lo erótico a lo ingenuo, desde el entusiasmo a la desesperación. Siempre soy un niño, pero soy más niño cuando actúo».

Raúl Rivero
El Mundo, 17 de septiembre de 2011
Leer también: Bola de Nieve, un gigante incomprendido en Cuba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.