viernes, 4 de noviembre de 2011

El hombre de la salsa


El sitio está en Matanzas, en la provincia donde la playa de Varadero deja sin nombre la otra geografía. Es un pueblo pequeño y se llama Güira de Macurijes y debía de tener, por lo menos, un párrafo en la historia de la cultura cubana porque allí nació -hace 100 años- el músico Arsenio Rodríguez, un negro que con la música del tres, el piano, las trompetas y la tumbadora cambió la forma de tocar el son y de bailar en el Caribe.

No estudió armonía ni podía leer el pentagrama porque se quedó ciego a los cinco años. Era intuición y talento puro que se cultivaron en trabucos familiares con la improvisación, como un director fantasma, y el aplauso de los bailadores como recompensa.

El recorrido de su vida hace una escala en el habanero poblado de Güines, pasa a La Habana, donde aprendió todos los sonidos y conoció a sus compañeros de viaje y sigue después, en 1953, en Nueva York y Los Ángeles, donde murió en el invierno de 1970.

Los aportes individuales de Arsenio en el hallazgo de los acordes del mambo, la forma definitiva de los conjuntos musicales, sigue en el fragor de las polémicas de los expertos, los testigos y sus
descendientes y los fanáticos de los artistas. Nadie duda, eso sí, que su tres le dio otro timbre a aquellas piezas originales. Para eso están ahí casi una treintena de discos del maestro y 200 canciones, algunas de las cuales se mantienen hoy en el repertorio de los salseros más jóvenes y famosos.

Sus composiciones tienen siempre (con una excepción que mencionaré después) la intención del doble sentido, el juego y el humor. Sus letras, sus títulos muestran esa marca y enseñan, además, formulas del lenguaje popular de los cubanos que vienen directamente de la cultura africana.

En esa cuerda está Bruca maniguá (la primera canción de Arsenio que grabó la RCA Víctor, escrita en 1938), Rumba palo cocuyé, Esa china tiene coimbre, Buenavista en guaguancó, Tribilín cantore y Son pachanga.

El especialista colombiano Pablo Del Valle escribe que a Arsenio Rodríguez se le atribuye haber renovado las formas interpretativas del viejo son cubano, avivando sus melodías con un cadencioso montuno con mucha clave.

Voy a terminar con la excepción que mencioné arriba. Un bolero escrito por Arsenio en 1946 y que, desde entonces, es patrimonio de los bandadas de decepcionados que pueblan los bares y cantinas de América. Lo hizo en Nueva York y se titula La vida es un sueño. Estos versos son de aquella pieza: Hay que vivir un momento feliz/ Hay que gozar lo que puedas gozar/ Porque sacando la cuenta en total/ La vida es un sueño/ Y todo se va.

Raúl Rivero
El Mundo, agosto de 2011

Cinco versiones de La vida es un sueño, una de las canciones más conocidas de Arsenio Rodríguez: Pedro Vargas y Benny Moré; Lino Borges; Irakere; Rosario Flores y Santiago Auserón y Miguel Poveda.

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