martes, 5 de junio de 2012

Prisioneros de su raza (I)


A pesar de ser Cuba una isla mestiza, en la escala social el negro siempre ha permanecido en el sótano. Sin aparentes contradicciones raciales y una política institucional donde oficialmente el negro es igual al blanco, muchos se preguntan por qué viven peor y entre ellos hay mayor número de marginales, presos y fracasados. El triunfo para el negro roza con la quimera.

Nadie en Cuba se atreve a debatir acerca del peliagudo tema y las condiciones de vida del negro. Excepto Fidel Castro. Públicamente lo ha planteado en contadas ocasiones. Una de ellas fue el 22 de marzo de 1959. Entonces llamó a un debate nacional y pidió a periodistas e intelectuales su participación en el análisis de las causas del racismo.

El 7 de febrero de 2003, cuarenta y cuatro años después, Castro abordó nuevamente el tema negro. Lo hizo durante la clausura de un congreso de pedagogía. Esta vez no pidió debatirlo. Lo mencionó y reconoció. Es algo.

Puede que al igual que ha ocurrido con los casos de retraso mental y niños bajos de peso y talla, equipos multidisciplinarios de especialistas de todo el país tengan la encomienda de estudiar la situación de los negros en Cuba. Ojalá.

En la barriada mayoritariamente negra y pobre de San Leopoldo, en el centro de La Habana, a José Ortiz, 70, aún le llaman “el coronel”. Negro color teléfono, de sus ancestros haitianos aún conserva el idioma francés y las interioridades de la religión vodú. Con siete décadas a cuestas, todavía posee el porte marcial de los que alguna vez fueron militares. Su pelo canoso, sus manazas enormes y callosas y su rostro ajado y triste denotan que fue un hombre de trabajo y que en este siglo de internet y globalización es un frustrado. Al menos así él lo cree.

Su historia es la de muchos cubanos que se consagraron a la revolución de Fidel Castro. Antes, en la década 1940-50, cortó caña como si fuese un esclavo. Laboró en casi todos los ingenios del centro y oriente del país: Violeta, Tuinucú, Jaronú, Tinguaro… “Fui a la escuela hasta el segundo grado y mi futuro era la mocha y el trabajo duro”, recuerda Ortiz mientras se quita y estruja con las manos una gastada gorra de beisbol de los Marlins de la Florida.

En la revolución de 1959 vio José Ortiz una esperanza, una posibilidad de ser persona. “Arribé a La Habana en febrero del 61. Me hice miliciano. Luego ingresé en las fuerzas armadas, de donde me licencié con grado de teniente coronel”. Estuvo en todas las aventuras militares de Castro por Africa: Argelia, El Congo, Etiopía y, por supuesto, Angola. Fue uno de los cientos de miles de negros y mulatos a quienes el gobierno cubano, aprovechándose de su raza, utilizó como punta de lanza en las guerras africanas.

“No peleaba por un ideal. Apenas conocía y no me interesaba la situación de los países africanos. Lo hice por lealtad a Fidel. En ese momentos éramos jóvenes e inmaduros y creiamos que era una revolución para los negros. Cuarenta años después no pienso igual. Creo que simplemente fuimos conejitos de indias”, dice Ortiz con amargura contenida.

Si damos crédito al escritor Norberto Fuentes, el general Arnaldo Ochoa habría dicho que dos de los mejores exponentes en las fuerzas armadas, Víctor Dreke y Silvino Colàs, llegaron a ser generales por circunstancias, no por mérito.

José Ortiz siente que es un perdedor. Tiene cuatro hijos y ninguno siguió su mismo camino revolucionario. “La hembra fue prostituta, pero tuvo suerte. Se casó y ahora vive en Europa. De los otros tres, varones, dos están en Miami y el menor preso, por un delito de robo con fuerza. Para ellos Fidel Castro es el demonio. En un momento pensé que se habían deformado debido a que apenas tuve tiempo para estar a su lado. Ahora, próximo a la muerte, con pena tengo que confesar que pienso igual que mis hijos”. Y mira resignado al cielo.

La situación del negro y el mestizo en Cuba aparentemente no es un problema. Pero lo es. Desde que en la isla se abolió la esclavitud, en el lejano 1886, el negro no ha avanzado en la pirámide social como debiera. A partir de la instauración de la república, el 20 de mayo de 1902, ha existido un amplio abanico de variantes racistas. Desde la más sutil hasta la más abierta.

Parques, escuelas y clubes sólo para blancos hubo en esa época. En respuesta, los negros se aglutinaron y crearon sociedades, colegios y sectas religiosas. Se trataban unos a otros, pero se sabían diferentes. En la década de 1940 a 1950 se produjeron notables avances sociales, pese a la discriminación. Con la llegada de Castro al poder se pensó que esas barreras desaparecerían. Al aliarse muy pronto al comunismo ruso, esa idea creció entre la gente negra.

Si en algunos partidos los negros eran líderes era en el comunista. El PSP (Partido Socialista Popular) estaba dirigido por un mulato oriental, Blas Roca. Varios de sus políticos más destacados eran negros o mulatos: Jesus Menéndez, dirigente de los azucareros, asesinado en 1948; Aracelio Iglesias, portavoz de los obreros portuarios, tambien asesinado; Lázaro Peña, lider sindical; Salvador García Agüero, pedagogo, por muchos considerado el más grande orador cubano y el poeta Nicolás Guillén, un camagüeyano que se afilió al PSP.

Más que débil, Blas Roca fue cobarde y entreguista en su política después de 1959. Sin concesiones entregó el mando de su partido a Fidel Castro y éste lo diluyó y fragmentó a su manera. Si alguna fuerza política hubiera podido clamar con énfasis por el problema de los negros en Cuba, ésa hubiera sido el PSP. Porque en sus filas militaban intelectuales negros de primera y blancos de avanzadas ideas que estaban muy lejos de ser racistas. Pero bajaron la cabeza. Y a pesar de que Castro y su revolución han intentado eliminar barreras, la situación del negro sigue siendo un polvorín.

Hasta donde se sabe, Castro no es racista. Pero al igual que un cosmonauta está alejado de la tierra, él lo ha estado de la realidad: siempre ha desconocido lo muy distinta que es la vida del negro cubano. Peca de ingenuo –aunque en su discurso del 7 de febrero del 2003 mostró preocupación, probablemente motivado por el alto porcentaje de población negra y mestiza que arrojó el Censo de 2002.

Son situaciones pequeñas, contradictorias, sutiles que se han ido acumulando con los años y en este tercer milenio se han convertido en una caja de Pandora. Y aquí estamos. En esta Habana descolorida y mestiza, bullanguera y sucia, donde negros, mestizos y blancos caminan rápido, montan en las mismas guaguas y hablan entre sí. Pero existen barreras.

¿Humanas? ¿Mentales? Tal vez las dos. El sociólogo Carlos Perez, 29, cree que el negro no triunfa como debiera en Cuba porque su camino está lleno de piedras. “Yo estudié en una escuela élite, la Vocacional Lenin. Éramos como 900 estudiantes y los negros y mestizos no superábamos el centenar. Siempre me pregunté ¿por qué?” -y aprovecha para encender un cigarro.

“Luego, al graduarme en la universidad, he iniciado una investigación personal. La respuesta es simple: esta revolución es de blancos, con unos pocos negros y mulatos. Cuando hay algún negro como Esteban Lazo (en ese momento primer secretario del partido en la ciudad de La Habana), es una respuesta política, una evidente manipulación”, afirma el sociólogo.

Según Pérez, aunque las estadísticas oficiales reportan lo contrario, él calcula que el 50 por ciento o más de la población cubana es negra o mestiza, pero esta superioridad no se revierte en puestos de importancia social. “El 90 por ciento de los ministros, gerentes de empresas importantes, intelectuales destacados, son blancos. Entre las carreras donde existe un mayor número de negros y mulatos es en medicina y derecho, por aquello de que el papá pobre e iletrado siempre soñó que su hijo fuera abogado o doctor”.

Para Carlos, Cuba no es una sociedad racista, pero cohabitan dos mundos que se saben diferentes: uno blanco y otro negro. Si lo dudan, pregúntenle a Roberto Díaz, 36, quien por segunda casa ha tenido la prisión. Sólo tiene sexto grado, escribe con una letra de rasgos infantiles y lee con desesperante calma. Díaz es sinónimo de vida hueca e inútil.

Desde los 14 años ha vivido de prisión en prisión. No culpa a nadie. Ni siquiera a sus padres, quienes se marcharon en 1980, cuando la estampida del Mariel y nunca más supo de ellos. “Sólo sé robar, estafar y estar mezclado en riñas. Me crió una abuela que no tenía un centavo. Cuando crecí y me ví msierablemente vestido, sin dinero, sin novia y sin un futuro, me apropié de las cosas por la fuerza”.

El futuro es una mala palabra para él. Vive el presente. Y de prisa. Mide seis pies y pesa casi cien kilos. Si algo provechoso ha sacado de la cárcel han sido los ejercicios físicos. Es todo músculo. Y lo aprovecha para sus fechorías. Más bien ha vivido pequeños oasis de libertad. Entre los 14 y 36 años, en diferentes períodos, ha permanecido diecisiete años tras las rejas. “Nunca me cuestiono por qué los negros estamos marcados por la desgracia. Es evidente que no tenemos la suerte de los blancos”, dice Roberto con rabia.

Vive de su marginalidad, programando asaltos, apostando, jugando cartas y silot, juegos prohibidos por el gobierno. Anda con prostitutas, gastando el dinero fácil a manos llenas. Cuando le pesca la policía y va a prisión, allí se desenvuelve con habilidad. Es su vieja morada. La promiscuidad, la violencia y la forma de sobrevivir en las infernales cárceles cubanas las conoce a la perfección Roberto Díaz.

De acuerdo con la comisión de derechos humanos presidida por el disidente Elizardo Sánchez, en Cuba hay más de 100 mil presos comunes. Si damos credito al porcentaje dado por Castro en un discurso ante estudiantes de prevención social, de que el 88 por ciento de los presos son negros o mestizos, la cifra de reos de esas razas sería aproximadamente de 88 mil. Ocho veces mayor qur la de los blancos. Y van a la prisión por motivos diferentes. El negro y el mestizo van por intentar sobrevivir en las duras condiciones de la vida cubana.

Aunque de ningún modo se justifica que roben para comer, vestirse, lucir prendas, tener dinero, acostarse con mujeres blancas, poder comprar autos o motos, ir a discotecas, clubes, restaurantes, cabarets como Tropicana y, en general, llegar a ser una “persona solvente”, ésas fueron las respuestas dadas por medio centenar de negros y mestizos encuestados, todos marginales y desocupados.

Con ese fin, provocan los robos más violentos, los asaltos más sonados y los asesinatos más aberrantes cometidos en el país por cubanos que en la mayoría de los casos son descendientes de africanos o mezclados con éstos.

El delito de los blancos, según el sociólogo Carlos Pérez, suele ser de otro tipo: matarifes (robar y matar reses), desvío de recursos, estafa, corrupción y un sin número de delitos de cuello blanco. “Son tipificaciones distintas. El negro roba para vivir lo mejor posible. El blanco para tener aún más y enriquecerse. Hasta en la prisión se notan las diferencias. Son distintos”, asegura.

Es cierto que las fechorías mas deleznables suelen cometerlas los negros. Rara vez ellos son gerentes ni dirigentes de instalaciones donde se mueven grandes sumas de dinero, ya sea en pesos o en divisas. Por lo tanto, sus robos casi siempre son de corte violento.

Una fuente consultada que prefirió el anonimato, manifestó que alrededor del 93 por ciento de todos los que manejan recursos y administran empresas pertenecen a la raza blanca. Los pocos negros con jerarquía de mando se han impuesto por su exagerada lealtad a Castro. En muy pocas ocasiones por su excepcional talento.

Es el caso de Joel Diago, 39, negro de incipiente calvicie que dirige una cafetería perteneciente a una cadena de dulcerías y panaderías de estilo francés en la ciudad de La Habana. Diago ha pasado cursos diversos de gerencia empresarial, gestión comercial y marketing. Siempre fue el primero de su grupo. Dirige de forma eficiente y moderna, pero despierta resquemor y desconfianza.

De diecisiete subordinados, quince son blancos. A menudo ellos critican con furia el modo de administrar de su jefe. Existe descontento. “Lo sé. Es problema de mentalidad. A los blancos en Cuba, por lo general, no les gusta que los mande un negro. No hay costumbre. Cuando le pones una sanción o les cierras el contrato de trabajo por mal desempeño, lo achacan a la circunstancia racial. Murmuran que ‘el prieto la tenía cogida con el blanquito’. Al menos yo no soy así, sanciono lo malo y estimulo lo bueno. Lo que sucede es que la mayoría de los empleados aquí son blancos”, señala Diago en su refrigerada oficina, impecablemente vestido con una camisa blanca de mangas cortas y una corbata azul grana.

René Suárez, 27, blanco, exjefe de almacén que trabajó con Diago y le cerraron el contrato por descontroles evidentes, considera que lo peor que le puede suceder a un blanco es que un negro sea su jefe. “No por racismo. Tengo amigos negros, pero cuando mandan, abusan del poder y son implacables. Se les nota en los ojos. Están a la caza de cogerte un fallo para botarte. Sólo Dios y yo sabemos lo que es tener un jefe negro. Por suerte en Cuba hay pocos”, se consuela Suárez.

Un gerente que no quiso dar su nombre, al frente de un centro nocturno de moda en La Habana, es más drástico. “ Cuando tienen un cargo, los negros -incluye a los mestizos- son rencorosos. Al parecer los siglos de esclavitud pretenden desquitáselo con el primer blanco que les pasa por al lado. Debemos reconocer que desde que el mundo es mundo, el blanco se ha impuesto al negro. A mi entender, somos más capaces e inteligentes. Si no ¿cómo responder al hecho de que el negro surgió primero y sin embargo, el blanco se impuso en el mundo civilizado? A mí no me cabe duda, somos mejores”, sentencia el gerente.

No piensan igual los científicos de varios países que concluyeron el mapa del genoma humano y declararon estar convencidos de que todos los seres humanos son iguales y que las diferencias que puedan existir no son raciales, sino políticas y sociales. Pero también cada persona es libre de pensar como le venga en gana. Ese derecho lo hace suyo el gerente habanero.

En Cuba, los casos de abuso racial, físico, verbal o público estan prohibidos por la ley. Lo que no se ha podido legislar son las formas variadas de racismo en la mente de los hombres. Desde la más sutil, cuando irónicamente se llama a un negro “de color”, hasta la más abierta, como obstaculizar el ascenso de negros a puestos de relevancia.

Texto y foto: Iván García
Publicado por vez primera en septiembre de 2003, en la web de la Sociedad Interamericana de Prensa.

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