lunes, 6 de agosto de 2012

Deportistas cubanos quieren vivir mejor


El gobierno arma su barullo. En un artículo reciente, Granma acusó de terrorista a un abogado cubano-boricua. Según el diario, alentó a las deserciones de cinco jugadores de baloncesto, casi la mitad del equipo de la selección nacional.

Unos meses atrás, Edmundo García, reportero cubano radicado en Miami, en el periódico La Calle del Medio publicaba un análisis del desengaño sufrido por la mayoría de los peloteros que abandonan su patria.

García usó argumentos razonables, pero miopes. Todos los deportistas profesionales no pueden ser Lionel Messi, Albert Pujol o Rafa Nadal.

Como en cualquier sector de la vida, hay personas talentosas, simples empleados y gente mediocre. El punto no es si de los más de 300 peloteros que han abandonado Cuba desde 1991 solo el 15% ha podido jugar en Grandes Ligas.

No. De lo que se trata es que cada deportista está en su derecho de intentar competir al más alto nivel. Luego, si fracasan, existen otras competiciones de menor calibre donde probar fortuna.

En cualquiera, ya sea jugando baloncesto en Uruguay o béisbol en la liga profesional de Italia, los salarios son cien veces superiores a los devengados en Cuba. Es lógico que el régimen se preocupe por el goteo incontrolable de deserciones. Ha invertido dinero y tiempo en formar atletas de alto rendimiento.

Lo peor es que no tienen manera de frenarlo. De nada vale llenar las delegaciones deportivas de agentes secretos para desalentar las huidas.

Los deportistas se las ingenian para evadir la vigilancia y los controles. Granma no dice que el motivo de los atletas para abandonar su país es simple: quieren ser profesionales y ganar salarios acorde a su calidad.

Mire usted, en Cuba un medallista de oro olímpico gana el equivalente a 300 dólares mensuales. Comparado con un obrero, su salario es 15 veces más alto. Pero cuando ese deportista mira hacia sus homólogos en otras partes del mundo, lo que gana es una miseria.

Si eres una estrella como el luchador Mijaíl López o el pelotero Yulieski Gourriell, te autorizan a comprar un auto chino. Con 300 dólares en la isla se puede desayunar café con leche y tener dos comidas abundantes al día. Los fines de semana puedes acudir a discotecas de calibre. Poco más.

Los deportistas que devengan 300 dólares al mes son los menos. La mayoría compite todo el año como si fuese un profesional y, cuando pasa por el cajero, cobran un salario de obrero.

A más de un atleta ya retirado, y que en su día fue destacado, usted se lo puede encontrar fumigando por las casas, en la campaña contra la epidemia del dengue. O son porteros y personal de seguridad en hoteles cinco estrellas.

Es cierto que cuando un pelotero de nivel como Yoennis Céspedes llega a la gran carpa, de su salario millonario se le descuentan los gastos ocasionados en su preparación. Reste todo lo que quiera, y al final, pregúntenle a Céspedes si no está satisfecho con su paga.

Intentar frenar el éxodo de jugadores con el argumento de que no todos llegan al estrellato, es insultar la inteligencia de un deportista. Ellos son los primeros en reconocer que el deporte profesional no es cosa de coser y cantar.

Muchos de los que se marchan no son siquiera atletas de primer nivel. Pero piensan en grande. Quieren ser libres, firmar por clubes rentados y ganar un salario decoroso.

A ningún atleta se le debe negar la posibilidad de probarse. Si fracasa, y si así lo desea, debiera permitírsele regresar a su patria. El régimen del General Raúl Castro ve la contratación de deportistas como una batalla solapada para descalificar el sistema político cubano.

Puede que haya algo de eso. Pero es un fenómeno que atañe al deporte mundial. Cientos de futbolistas brasileños prueban fortuna en ligas europeas. Unos triunfan, otros fracasan. Al retornar a Brasil, si pueden, se contratan en clubes de su país. De lo contrario, deben buscarse un oficio o profesión.

Quiéralo o no el gobierno de los Castro, el deporte es un negocio. Y los atletas cubanos con calidad desean competir al más alto nivel. La vida útil de un deportista es corta. En el béisbol, a los 38 o 39 años, todavía se pueden tirar unos cartuchos. En otras disciplinas pasado los 30 ya eres un veterano.

No es lo mismo jubilarse con una cuenta en el banco de unos miles de dólares o euros, que retirarse sin siquiera una despedida pública, como viene aconteciendo en Cuba, después de varios años de trabajo con niños, cobrando un salario mínimo en una devastada aérea deportiva municipal.

Si el deporte en la isla anda de capa caída no es debido al acoso de los “mercaderes” o scouts profesionales. El gran culpable es el régimen verde olivo.

Al no autorizar a los deportistas que compitan libremente en un club profesional, la única puerta que les deja abierta es la del destierro. A día de hoy, las autoridades deportivas cubanas le están haciendo la faena gratis a las sucursales de Grandes Ligas. O a la liga italiana de voleibol.

Tantas deserciones han pasado factura al deporte cubano. En las olimpíadas de Beijing quedamos en el lugar 22. En la cita londinense no espere más.

Hasta el campeón de las vallas cortas, Dayron Robles, con solo 26 años, piensa retirarse después de Londres. Y es que entrenar en condiciones anormales y ganar sueldos miserables desalienta a las luminarias del deporte en Cuba.

Las deserciones prometen no detenerse. Y no es que en otras naciones todo sea fácil para un atleta. Pero pueden ganar salarios decentes. A veces de seis ceros.

Iván García

Nota: Entre los entrevistados para ese documental se encontraba Douglas Rodríguez. Alcoholizado y olvidado, Douglas falleció el pasado 21 de mayo en La Habana. Tenía 61 años.

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