miércoles, 30 de enero de 2013

El cuento de "Made in Cuba"

En 1961, Cuba dejó de importar autos capitalistas, fundamentalmente norteamericanos. La Matrícula es un blog que te invita a viajar sobre los coches del museo rodante más espacioso del mundo, historias que a bordo nos llevan a conocer la inventiva del cubano de a pie, no sólo en materia automovilística. El Chevrolet 57 con motor diésel de auto moderno, la antena parabólica que burla la censura oficial o la maquinaria criolla que nos alivia la miseria, son la viva estampa de una nación paralizada en el tiempo.




Recientemente me encontré con un viejo amigo, Alberto, que todavía conservaba un televisor Caribe en blanco y negro (en la foto). Increíblemente, funcionando. Entre una reparación y otra -a lo largo de tres décadas-, me comentaba que si se volvía a romper lo arrojaría a un rincón. Renuente a invertir más dinero en reparaciones, o mejor dicho en innovaciones, ya que no existen piezas de repuesto para estos artefactos, Alberto me dijo: “Si todo esto se producía en Cuba, ¿por qué uno no encuentra lo que lleva?”.

Y me pregunto: ¿alguna vez existió, a escala industrial, autos o electrodomésticos cien por ciento cubanos? ¿alguien se acuerda de los radios Nocturno, Juvenil 80, Siboney o Ritmo, de los televisores Caribe, TVC 440, 388 y 380, de los autos Montuno, los ómnibus Girón y los camiones Taino?

Desde 1959 a la fecha, la revolución cubana ha graduado a cientos de miles de técnicos e ingenieros mecánicos y en telecomunicaciones, muchos de estos cursaron estudios en el desaparecido campo socialista europeo y la antigua Unión Soviética. Y sí, a pesar de tanto talento desperdiciado en función del Estado, de recursos importados que una vez se derrocharon para producir radio-caseteras y televisores en blanco y negro que pocos podían comprar, en la década de los 80 tuvimos un intento de despegue industrial.

¿Fue la industria automotriz y electrónica en ese período, capaz de producir con total autonomía?

Desde un simple radio multi-banda hasta el único auto ligero (Montuno) fabricado en Cuba -con carrocería de fibra de vidrio-, todo se ensambló con partes y piezas importadas de la URSS, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y la RDA. Si alguna vez existió una “revolución industrial” en la isla, les aseguro que fue a partir del ensamblaje y bautizado como “Hecho en Cuba”.

Por ejemplo, los autos Montuno se ensamblaban con motor BW y los TVC 440 con la mayoría de los componentes Philips e Hitachi. Incluso, los muebles de los radios y televisores, llegaban conformados desde la URSS con la marca y el logo impreso. Una parte del ensamblaje electrónico también se hizo en Cuba: se montaban manualmente los semiconductores y luego se estañaban en una vieja máquina que dejó de existir a principio de los 90.

En fin, como mi viejo amigo, nos creímos el cuento de Made in Cuba. Nada, la historia no ha cambiado y seguimos ensamblando parte de lo que hoy se vende en las tiendas recaudadoras de divisas.

Odelín Alfonso
Texto y foto: Blog La Matrícula, 22 de noviembre de 2012.

lunes, 28 de enero de 2013

Martí para todos los gustos


National Hero by Andrea Bellamy.

Todos se precian de conocerlo bien. Lo leen como si fuese una biblia. Y es políticamente correcto usar sus citas en momentos puntuales. José Martí es el ícono de los dos bandos en Cuba. Opositores y leales a Castro utilizan los discursos y frases martianas para apuntalar sus teorías, proyectos e ideologías.

La revolución de Fidel Castro se autodenomina profundamente martiana y usa su figura de forma tan repetitiva que aburre a la joven generación. No se quedan atrás quienes discrepan del status quo . Para ellos Martí es un estandarte.

En la isla hay bustos de José Martí en todas las escuelas, locales sindicales y del partido, y en la sala de los hogares de muchos disidentes. Y los líderes de la oposición siempre lo citan al inicio de algún documento o llamamiento político.

Al otro lado del charco, también son numerosos los políticos anticastristas que lo admiran, y tienen como bandera a Pepe Martí. En 1984 el gobierno de Ronald Reagan destinó fondos para una emisora dirigida a Cuba y la nombró Radio Martí.

A Castro por poco le da una apoplejía. Consideraba que era una ofensa a las ideas del mártir cubano. El propio Castro, cuando en julio de 1953 asaltó un cuartel militar en la ciudad de Santiago de Cuba, hasta el cansancio utilizaba frases de Martí.

Incluso en el posterior juicio declaró que la acción estuvo inspirada en la figura del héroe nacional. Los medios oficiales designan a Martí “el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada”.

El bardo y humanista que murió a los 42 años en una escaramuza de poca monta en Dos Ríos, en la antigua provincia de Oriente, es un personaje que por sus ideas está por encima del bien y el mal. Para los políticos cubanos de cualquier tendencia, Martí es lo que Cristo para la iglesia católica.

En vida tuvo serias rivalidades y celos de ciertos grupos de toscos y valientes independentistas, que veían al político y periodista habanero como un bicho raro, que hablaba y escribía como los dioses, pero que nunca había disparado un tiro.

Los hombres de los machetes en mano, cujeados en la guerra contra la metrópolis española, decían por lo bajo que Martí era un capitán araña. Pero el poeta luchó contra la corriente. E indudable es su mérito de haber unido a los más prestigiosos cubanos en un partido revolucionario fundado en 1892.

Todavía muchos en Cuba lamentan su muerte prematura. Se piensa que el curso de los acontecimientos pudieron haber sido otros de estar con vida Martí. Castro se considera un seguidor ferviente de las ideas martianas. Pero las aplica a su libre albedrío. Martí fue antimperialista, pero nunca dijo de gobernar de por vida y no respetar a los que pensaran diferente.

Y es ahí donde los que se oponen al añejo mandato de los hermanos holguineros, sacan a relucir que el gobierno manipula abiertamente sus premisas. Tienen razón: Martí nunca aplaudió las teorías marxistas.

Y el gobierno cubano, en una aberración política se considera marxista y martiano. Martí siempre propugnó la dignidad plena del hombre. Los leales a Castro hacen oído sordo a esa propuesta del Maestro.

Martí se ha convertido en un cliché. En una muletilla de los políticos de cualquier color ideológico. Y resulta cansino cómo los políticos cubanos de ambos bandos utilizan la figura de Martí a su antojo y conveniencia.

El resultado ha sido que los más jóvenes hoy lo miran con desdén y hasta se burlan del Héroe Nacional. A gran parte de la nueva generación le importa un bledo las ideas martianas. Son descreídos por naturaleza. Sus símbolos van desde moda hasta las estrellas de la música y el deporte.

Martí, al desván. Es una pena. Por un reflejo condicionado, ven a Fidel Castro como una extensión del Apóstol . Una consecuencia de la propaganda dura y pura del partido y el gobierno .

Ciento dieciocho años después de su muerte, el 19 de mayo de 1895, el espacio dejado por José Martí sigue vacío. Pepe, todavía andamos buscando un tipo que se te acerque.

Iván García
Foto: Andrea Bellamy's, Flickr

viernes, 25 de enero de 2013

El albergue de 11 y 24



Hace tres décadas, tal vez más, la posada o motel para parejas, en 11 y 24, en la barriada del Vedado, estaba entre los mejores de La Habana.

Joel, 57 años, recuerda las habitaciones con aire acondicionado y neveras cargadas de cervezas. Fue en esa posada donde por vez primera hizo el amor con su esposa.

Ha llovido bastante. Y la vida con sus giros enigmáticos, los ha traído de vuelta a 11 y 24. Ahora en condición de albergados. En Cuba, ser albergado es habitar en el último escalón de la pobreza.

Cuando usted pierde su domicilio debido a un derrumbe o por haber sido declarado inhabitable por los funcionarios del Instituto de la Vivienda, la opción es residir hacinado en un albergue estatal.

“Es lo más cercano a una prisión. La gente llega engañada a los albergues. Las autoridades te dicen que en 5 años, a lo sumo, te darán una casa nueva. Hay familias aquí que llevan 20 años. Vivimos crispados y frustrados. Ya nos cansamos de reclamar una morada”, cuenta Joel en su estrecha habitación de paredes enmohecidas.

En esta ex posada del Vedado actualmente residen más de 20 núcleos familiares. El que menos tiempo lleva, lleva diez años.

Josefina también reside en el antiguo motel. Desde hace 12 años habita en un cuarto mínimo, donde cinco personas duermen en dos camas junto a un baño muy pequeño con fuerte olor a orine y una sábana sucia repleta de parches que hace las veces de puerta.


La cocina y el refrigerador junto a las camas sirven de división.

El patio común, donde tienden sus ropas, está inundado de aguas albañales. En las noches calurosas, los albergados se sientan en pedazos de ladrillos o descoloridas sillas plegables a conversar después de la comida.

Josefina nos cuenta que ella fue a parar al albergue por el derrumbe de su casa, en la calle H entre 9 y 11, Vedado, frente al Hospital Maternidad de Línea. Le prometieron que sería albergada provisionalmente, a la espera de que se le otorgara una vivienda en mejores condiciones. Hasta el sol de hoy.

“A todos los que vivimos aquí les han dicho lo mismo. Ya nadie cree la historia de que el gobierno resolverá nuestros problemas. De esto hace 12 años. Si todavía no lo ha resuelto, no lo hará en el futuro”, dice Josefina.



Y las noticias no son buenas. Según el Instituto de la Vivienda, el fondo habitacional es escaso.

Las lluvias y el mal tiempo todos los años provocan el derrumbe de cientos de casas en la ciudad. El gobierno del General Raúl Castro no tiene una solución para estas familias sin techo propio. Solamente en La Habana, hay dos docenas de albergues. Todos en precario estado constructivo.

Algunas noches, los albergados se sientan a beber ron barato en el patio del antiguo motel. Y a soñar con el día que puedan tener un hogar digno. Pero como marchan las cosas en Cuba, entre crisis económica, despidos laborales, abolición de subsidios y piñatas corporativas de los empresarios militares, Joel piensa que la otrora posada de 11 y 24 será su residencia de por vida.

“Saldré de aquí hacia el Cementerio de Colón, cuando Dios pase a recogerme”, comenta en voz baja y sin esperanza. Por cierto, entre el albergue y la necrópolis la distancia es corta.



Texto y fotos: Iván García y Yuri Valle Roca

miércoles, 23 de enero de 2013

Un extraño en la Pequeña Habana



El padre del Nuevo Periodismo, Tom Wolfe (Richmond, Virginia, 1931), se convirtió por unos meses en un personaje folclórico de Miami, la ciudad que ha querido atrapar en su última novela, Back to blood. Por sus trajes blancos como el coco, los más viejos lo verían como un nostálgico gigoló de la Cuba de los años 50. Y los jóvenes lo recibirían, indiferentes o molestos, por tener que tratar de entenderse en inglés con un extranjero.

El escritor ya había establecido una frontera invisible que lo obligaba casi a identificarse con su pasaporte en esa urbe de La Florida. "Miami, dijo hace unos días, es la única ciudad en Estados Unidos y en el mundo hasta donde sé, en que la gente de un país extraño, con un idioma extraño y con una cultura extraña se toma una amplia metrópoli en el curso de una generación. Estoy hablando de los cubanos de Miami".

Wolfe ha estado allí con su libreta de notas, auxiliado por periodistas y amigos, para, a través de la historia de un policía de origen cubano, Néstor Camacho, hacer el retrato de un mundo que, efectivamente, organizaron en una playa tranquila y desolada, quienes por represión, penurias, hambre o hastío comenzaron a salir de su país hace ya mas de medio siglo. Lo que pasa es que el Miami de hoy, «un hervidero», diría Wolfe, tiene una presencia extranjera múltiple y diversa.

Así es que para narrar la vida y las desgracias de Camacho, el autor de La hoguera de las vanidades tuvo que marearse, entre otras cosas, con el rusoñol de los comerciantes miamenses de la antigua Unión Soviética, el señorío peligroso de los afroamericanos de Liberty City, las broncas en creole de los haitianos, la creciente comunidad venezolana y los nicaragüenses de Sweet Water, barrio fundado por los enanos de un circo de paso.

El libro, por el que cobró unos siete millones de dólares, es una novela con esteroides, según The New Yorker, en la mejor línea del hipernaturalismo y, con esas herramientas, Wolfe se acercó con ventaja a los cubanos siempre inclinados a la exageración y el tremendismo entre los que cualquier mínimo acontecimiento diario se resume con esta frase: "Dioj mío, ejto es lo máj grande del mundo".

Hay que esperar a leer Back to blood. Y hay que confiar que el oficio y el talento de este hombre ayuden a entender cómo es la existencia allí, en aquella tierra de conquistadores involuntarios que se han tenido que ir a Norteamérica con su país a cuestas.

Wolfe, como reportero de raza, tiene que haber encontrado los mecanismos para entrar a los detalles, las contradicciones, las alegrías, las desesperanzas y los sueños de esa comunidad. Ya lo ha dicho, la historia que narra no tiene nada que ver con la vía que utilizó la gente para llegar a esa ciudad. Escribe sobre cómo llevan la vida juntos "a veces bien y otras muy mal".

Él, precisamente, tiene que ir al fondo. No se puede conformar con un paseo para probar las sopas y los frijoles negros de las ruidosas fondas criollas, comerse un sándwich en un restaurante sacado de los recuerdos de La Habana o mancharse la solapa de sus trajes con la sangre del sacrificio de unas palomas a la deidad yoruba de Obatalá.

Raúl Rivero
El Mundo, 23 de octubre de 2012

lunes, 21 de enero de 2013

La Habana de 1960



Para retroceder a La Habana de hace 53 años no he utilizado la máquina del tiempo, sino un directorio telefónico de 1960 que por 50 pesos (2 dólares) me vendió un coleccionista de revistas y libros viejos.

La primera novedad fue encontrar que la Embajada de España se localizaba en Oficios, calle menos céntrica que la de su ubicación actual, en Cárcel y Zulueta. Y que el embajador era Juan Pablo de Lojendio Irure, Marqués de Vellisca (San Sebastián 1906-Roma 1973), destinado en Cuba desde 1952.

Este diplomático español se hizo famoso porque el 22 de enero de 1960, pasada las 12 de la noche, se apareció en el estudio de televisión donde Fidel Castro, en una comparecencia en vivo, lo acusó de ayudar a sacerdotes católicos a montar imprentas clandestinas y de proteger a contrarrevolucionarios.

Lojendio, un vasco de armas tomar, estaba viendo en su residencia la intervención y al escuchar aquello, salió como un bólido rumbo al canal Tele Mundo. Interrumpió el programa y se encaró a Castro como nadie hasta la fecha públicamente ha hecho. La trasmisión fue cortada. Los escoltas lo sacaron del lugar y en 24 horas tuvo que abandonar el país.

De sumo interés, al menos para los de mi generación, es descubrir la gran cantidad de compañías, nacionales y extranjeras, existentes en esa época. Muchas con sus nombres en inglés, como la McCann Erickson de Cuba S.A., General Electric Cubana o Pan American World Airways.

Algo que no es de extrañar si se recuerda que un año después de la llegada de los barbudos al poder, Cuba todavía era sede de firmas americanas como Coca Cola, Esso, Shell, Goodyear, Dupont, Firestone, Sinclair, Swift y US Rubber, entre otras. O entidades bancarias como The Chase Manhattan Bank, The Bank of Nova Scotia y The Royal Bank of Canada.

A los choferes de "almendrones" (autos americanos viejos) más jóvenes, les cuesta creer que en 1960, sólo en la capital, se localizaban varias agencias automovilísticas: Chevrolet, Ford, Chyrsler, Buick, Fiat, Volkswagen... Y si uno quería alquilar un coche, lo podía hacer en Hertz Rent A Car, en Infanta y 23.

Los cubanos, que hoy por divisas tienen que adquirir jabones, desodorantes, champús, colonias y detergentes, en los primeros años de la revolución, por pesos, aún podían comprar productos de aseo elaborados por las dos grandes empresas nacionales, Crusellas y Sabatés, y por las foráneas Revlon, Max Factor, Elizabeth Arden, Helena Rubinstein y Avon, entre otras asentadas en la capital.

También en La Habana radicaban las cinco principales fábricas de cerveza de la isla: Hatuey, Cristal, Polar, Tropical y Cabeza de Perro. En Guanabacoa, la Miller High Life tenía una sucursal.

En ese directorio aparecen los nombres, direcciones y teléfonos de 131 cines y 3 autocines habaneros. En el principal circuito cinematográfico estrenaron Nuestro hombre en La Habana, adaptación de la novela homónina de Graham Greene, filmada en abril de 1959 en locaciones de la Habana Vieja y protagonizada por Alec Guinness y Maureen O'Hara.

En 1960 no sólo el embajador Lojendio fue expulsado de Cuba. También tuvo que irse la familia Bacardí, dueña de la destilería y fábrica de ron que en 1862, en Santiago de Cuba, había fundado el catalán Don Facundo Bacardí Massó.

El gobierno revolucionario nacionalizó todas sus instalaciones, pero no pudo impedir que Bacardí continuara siendo el mejor ron del mundo. Aunque ahora se elabore en Puerto Rico.

Iván García
Foto: Peter Stockpole, revista Life, 1959. El actor Alec Guinness durante el rodaje de Nuestro hombre en La Habana, en el Sloppy Joe's, bar situado en Zulueta y Ánimas. Desde su fundación en los años 20, su dueño, el gallego José Abeal Otero lo convirtió en uno de los sitios preferidos de los turistas y militares de Estados Unidos que antes de 1959 viajaban a la isla. Entre sus clientes más conocidos se encontraba el escritor Ernest Hemingway.

viernes, 18 de enero de 2013

Monólogo de un contrarrevolucionario



"Si revolucionarios son aquéllos que en nombre de la igualdad social justifican la violencia, yo soy un contrarrevolucionario". Así comienza José Manuel su descarga personal, hecha en el portal de su casa un domingo lluvioso. Maestro jubilado de 80 años, antes de 1959 fue simpatizante del Partido Socialista Popular, de tendencia marxista-leninista.

"Si para ser revolucionario hay que aplaudir sin chistar el discurso de un iluminado que se considera por encima del bien y el mal, me declaro contrarrevolucionario.

"Si el arquetipo de un buen revolucionario es tener una hoja de servicios certificando tu participación en guerras civiles africanas, odiar y combatir como una fría máquina asesina al imperialismo yanqui en cualquier rincón del planeta, entonces soy contrarrevolucionario.

"Mansamente no puedo admitir la tesis de que dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada. Tampoco comparto la filosofía de gobernar solo para los partidarios e incondicionales. Para quienes se oponen, cárcel, difamación y exilio. Si la cosa es así, no me avergüenzo de ser contrarrevolucionario.

"No entiendo por qué un tipo que se considere un líder revolucionario sea insustituible, ocupe el poder por tiempo indefinido, no convoque elecciones, ejerza como un autócrata los tres poderes básicos, sea adorado, y se transforme en un remedo de padre de la patria. Si ésa es la condición sine qua non para afiliarse a un único partido, soy un contrarrevolucionario convencido.

"Para mí, casi todas las revoluciones han sido una auténtica estafa. Es un ejercicio de simulación eso de tener que aplaudir delirantemente a un tramposo que restringe tus libertades políticas. Enarbolando consignas de Marx, Engels y Lenin, las revoluciones rusa y china del siglo XX solo trajeron pobreza, cárceles, campos de concentración, pelotones de fusilamiento y el montaje de un espectacular servicio de espionaje para controlar y atemorizar a las masas.

"Revoluciones contra de la naturaleza humana. La Unión Soviética hace rato ya dijo adiós. China, hábilmente, se transformó en una economía de mercado con lo peor del capitalismo, convirtiendo a los dirigentes y sus familias en un club de multimillonarios. Sin dejar de reprimir a quienes disienten. Si el modelo de futuro en Cuba es China, me declaro contrarrevolucionario.

"Ese tipo de sociedades cerradas se desacreditan cuando se convierten en socios de chacales como el libio Gadafi; la dinastía de los Sung en Corea del Norte o en foros internacionales se alistan al lado de Irán y Siria.

"No puedo ser revolucionario en una isla donde la gente trabaja 8 horas por un salario de miseria que no alcanza para vivir dignamente. Artículos imprescindibles tienes que adquirirlo en una moneda con la cual no le pagan a los trabajadores ni a los jubilados y representa diez veces su sueldo o su pensión.

"No puedes comprar libros de autores considerados enemigos. Y un compañero del partido aprueba lo que debemos leer, escuchar o ver. Cero béisbol de Grandes Ligas y baloncesto de la NBA. O comprar en el quiosco de periódicos El País o la revista Time. Si eso es revolución, que me crucifiquen por ser un contrarrevolucionario.

"No puedo aprobar las teorías que prohiben dialogar con opositores. Que no le otorga espacio a los que piensan diferente. Ni autoriza horas de radio y televisión para que la oposición exponga sus proyectos. Un gobierno que ahora mismo tiene tras las rejas a disidentes que en voz alta dicen lo que muchos cubanos pensamos: Cuba debe apostar por la democracia y la libertad de expresión.

"No acepto un gobierno que hasta hace poco nos mantenía en un apartheid turístico y nos prohibía alojarnos en hoteles de primera. Tener un teléfono móvil. Vender nuestra casa o comprar un coche nuevo. Han levantado algunas vedas.

"Pero las autoridades todavía se abrogan el derecho de autorizar o prohibir quién entra y quién sale de Cuba. Le ronca que un cubano deba pagar en divisas un pasaporte o tenga que solicitar permiso para visitar su patria.

"Cuba es de todos los cubanos. Si Revolución es sinónimo de Patria y Lealtad a una camarilla, por favor, en mi carné de identidad pongan que soy CONTRARREVOLUCIONARIO".

Así terminan las confesiones de José Manuel, hechas un domingo lluvioso en el portal de su casa. Un maestro jubilado de 80 años y ex simpatizante comunista que confiesa estar harto de los hermanos Castro.

Iván García
Ilustración: Tomada de Wilisms.com

miércoles, 16 de enero de 2013

Cuando Fidel Castro quiso tener su propio arsenal nuclear



A 50 años de la crisis de los cohetes, informaciones secretas desclasificadas van saliendo a la luz. Según reveló a la BBC Svetlana Savranskaya, directora de operaciones rusas del Archivo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, una institución no gubernamental, “la crisis cubana de los misiles no terminó el 28 de octubre de 1962, Cuba se iba a convertir en una potencia nuclear, justo en las narices de Estados Unidos y a 140 kilómetros de la Florida”.

Ya se sabe que la crisis de otoño entre la URSS, Estados Unidos y Cuba fue el momento de máxima tensión nuclear en tiempo de paz del siglo XX. La prensa cubana ha dedicado extensos artículos al tema, escritos por analistas militares y de los cuales se desprenden algunas claves. La decisión de situar 42 cohetes nucleares en la isla partió del Kremlin. El gobierno de Castro los admitió por simple solidaridad entre naciones emparentadas por una ideología marxista.

Castro no aceptó la forma en que se efectuaron las negociaciones entre Kruschov y Kennedy, ninguneando a su gobierno. A cinco décadas de la crisis, el régimen de Castro considera que la URSS no presionó lo suficiente a la administración norteña para que frenara sus planes bélicos y subversivos contra Cuba.

La crisis de octubre ha dejado como testimonio filmes, escritos y encuentros de académicos, políticos y militares protagonistas del conflicto. Los medios en Cuba han publicado la información de forma sesgada, como las cartas cruzadas entre Castro y Kruschov en el apogeo de la crisis. O no han publicado una línea.

Ahora mismo, debido al riguroso control de los medios informativos por parte de la autocracia verde olivo, pocos en la isla conocen de qué van los nuevos documentos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos.

Realmente pone los pelos de punta saber, según los archivos personales de Anastas Mikoyan, número dos de Moscú y el hombre encargado de negociar con el gobierno cubano, que Castro le rogó quedarse con algunas armas nucleares tácticas. Él creía que los servicios especiales gringos no las habían detectados.

Cincuenta años después, este dossier deja en evidencia la auténtica personalidad de Fidel Castro. No fue esa paloma a favor de la paz que nos intentaba vender en sus discursos. Pensaba y actuaba como un halcón guerrerista.

En su hiperbólica lucha contra “el imperialismo yanqui”, cualquier método era válido. Desde tener un arsenal nuclear oculto, desestabilizar a gobiernos que no fueran del agrado al régimen de La Habana, hasta introducir estupefacientes en Estados Unidos como un arma para degradar esa sociedad.

Si el Politburó soviético hubiese aceptado las reglas de juego de ese inexperto estadista que entonces era Fidel Castro, el mundo sería otro. ¿Cómo Castro hubiera presionado y chantajeado a los líderes del Norte teniendo a mano un gatillo nuclear? ¿Lo hubiese utilizado?

No solo el territorio estadounidense hubiera corrido peligro. Quizás también su probable utilización en alguna que otra guerra, como la de Siria con Israel, donde una división de tanques del ejército cubano estuvo presta a entrar en combate, hubiese sido un recurso disuasorio.

O en Cuito Cuanavale, Angola, donde Castro ha reiterado que las tropas sudafricanas tenían entre sus opciones el uso de armas nucleares tácticas. Si al millón de hombres en armas, entre soldados regulares y reservistas, 2,500 tanques y 200 aviones MIG, Castro hubiese contado con artefactos nucleares, su capacidad de intimidación en la región se hubiera multiplicado por diez.

No entiendo por qué Estados Unidos y otras naciones occidentales, dueños de amplios archivos secretos que pueden poner al desnudo el narcisismo demencial y los sofismas del comandante, suelen hacerlos públicos a cuentagotas. Archivos alemanes dan divulgado que en 1962, Castro contrató en a dos ex nazis de la SS para adiestrar al ejército cubano.

En Cuba, los medios oficiales ni siquiera comentaron la noticia. Fidel Castro pretende pasar a la historia como un estadista de primera línea. Siempre le gusta recordarnos su ética y honradez política. Los nuevos documentos desclasificados lo dejan muy mal parado.

Iván García
Foto: Tomada de En la zona cero de la crisis de los misiles en Cuba, CNN en Español.

lunes, 14 de enero de 2013

La gente está para otros trotes



Cuando usted lee las notas, documentos, réplicas y artículos sobre el quehacer de la disidencia en Cuba, da la sensación que están en campaña electoral.

A mi correo me enviaron El Camino del Pueblo, lo marqué como spam y lo eliminé. Con ese título, pensé que se trataba de un mamotreto inspirado en una obra de Mao. Poco después, se suscitó un rifirrafe entre Martha Beatriz Roque y Antonio Rodiles.

Una parte del exilio miamense y también quienes aplauden al régimen, crucificaron públicamente a Pablo Milanés. Cambiar de camisa es algo que no perdonan los izquierdosos. El culebrón siguió con Wikileaks y una supuesta entrevista apócrifa de Yoani Sánchez a Barack Obama. Iroel Sánchez, defenestrado del Instituto Cubano del Libro y deseoso de volver al ajo, le dio inmediata repercusión en su blog.

No lo veo mal. Las noticias son para explotar. Lo que me parece preocupante es la falta de ética y el terrorismo verbal que se va inoculando entre los cubanos que piensan diferente. Los 'revolucionarios' piden aplastar a los 'contrarrevolucionarios' como si fuesen cucarachas. Otros quisieran pasarlos por las armas.

Es sano que un país como Cuba, donde la Biblia son las orientaciones que emanan del poder, sin derecho a quejas, existan diferencias políticas, estéticas y de criterios. Pero sobra la falta de respeto y el chancleteo. La intimidación e incapacidad para mantener una polémica civilizada lastra el futuro del país.

Da risa ver a figuras disidentes posicionándose mediáticamente. Tal pareciera que Fidel Castro ya es historia y que en enero de 2012, en vez de una conferencia del partido comunista, hubiera habido una convocatoria a elecciones libres.

Castro II sigue en el poder y mantiene el discurso de su hermano: los opositores son unos miserables y la calle es de los ‘revolucionarios’. A los que gritan en la vía pública, palos y trompadas. El futuro de Cuba se decide en diez años. Quizás menos. Pero aún no se ha dado el pistoletazo de arrancada.

La disidencia debiera tener cierta cordura. No se necesita unanimidad de criterios, eso queda para los partidarios del régimen, pero sí mesura. Existen dos o tres puntos cardinales con los cuales coinciden quienes discrepan con el gobierno. Explotemos lo que nos une. No lo que nos separa.

En ese tira y encoge, disidentes y leales al régimen se acusan unos a otros. Y también entre ellos. A la primera de cambio, cuelgan el cartelito de soplón de los servicios de inteligencia. Sin mostrar la menor prueba. Sólo por intuición divina.

Es una verdad de Perogrullo que en esta ‘batalla de ideas’ la Seguridad del Estado cuela sus fichas. Y traza su estrategia. Lo que jode es que los encendidos debates apenas son conocidos por la población.

Los opositores e incondicionales a los Castro usan internet, un arma virtual que sólo llega a un 4% -o menos- de los habitantes en la isla. La gente de la Cuba profunda está para otros trotes. Conseguir la merienda escolar a sus hijos. Avisarle al vecino que llegaron los frijoles negros al agromercado, a 8 pesos la libra.

Por las noches, ver el culebrón de turno. Lo demás pasa a segundo plano. Desconocen los documentos redactados por la oposición o el exilio. Muy pocos conocen los nombres de los disidentes.

Al final, los cubanos de a pie, ésos que desayunan café sin leche, todo lo confunden. Para ellos, opositores, periodistas independientes y blogueros, son la misma cosa: “gente de los derechos humanos”. Tipos idealistas entre los cuales a veces se destacan mujeres vestidas de blanco que desfilan por las calles.

Los ciudadanos simples saben que con el 'teque' no se come. Sin saberlo, son víctimas de una 'guerra' digital que se desarrolla entre personas que discrepan acerca de asuntos que excepcionalmente a ellos le interesan.

Iván García
Foto: Tomada de Martí Noticias. Jóvenes de Pinar de Río en carretones de caballos.

viernes, 11 de enero de 2013

Disidencia desde las gradas



Como muchos cubanos de a pie, Josué suele descargar su inconformidad en el asiento trasero de un viejo taxi privado.

Entre un reguetón de moda con el volumen demasiado alto, y un desagradable olor a hollín y carburantes que despide el tubo de escape del coche, los cinco pasajeros, incluido su conductor, critican el altísimo costo de la vida y mala gestión gubernamental de Raúl Castro.

A diferencia de unos años atrás, cuando la gente solo a personas de confianza y en voz baja expresaba su malestar con el statu quo, ahora la gente no se calla sus discrepancias con el régimen. A falta de mecanismos legales efectivos que permitan destituir a un ministro o al propio presidente, cuando un alto porcentaje de la ciudadanía no apruebe su mandato, los cubanos manifiestan sus desacuerdos en cualquier sitio.

Ya sea en un parque, la esquina del barrio, una bodega o en taxis particulares. Cuba está urgida de encuestas serias y profesionales, que recojan las opiniones de la población, de cómo valora al gobierno y los gobernantes. Pesquisas transparentes y públicas.

Se sabe que el partido gobernante tiene sus filtros para conocer lo que piensan los cubanos de a pie. Pero los resultados se manejan como si fuesen secreto de Estado. Si los generales y ministros que viven en excelentes casas; se trasladan en autos con cristales oscuros; reciben canastas de alimentos y en sus billeteras tienen moneda dura, caminaran por las calles de pueblos y ciudades y conversaran con vecinos y transeúntes, se percatarían de que el reconocimiento a su gestión reflejado por la mediocre prensa estatal, está muy lejos de la realidad.

Es cierto que en la isla el número de opositores políticos es insignificante. Según datos extraoficiales, poco menos del 0,5% de la población. Pero los que apoyan al régimen también decrece por día. Se calcula que un 10 a 15% de la población sería la que recibe beneficios o está implicada hasta el tuétano con el gobierno, como representantes o represores.

Existe un pequeño sector, sobre todo entre personas de la tercera edad, que con ferviente fanatismo apoya la revolución verde olivo. Es entre la juventud donde es menor la conexión con el ideario castrista. También es significativo el número de mujeres y hombres, en edades comprendidas de los 30 a 50 años, que hace rato dejó de confiar en el socialismo tropical diseñado por Fidel Castro.

Las razones son muchas y están latentes en la vida cotidiana. Desde las despensas vacías, magros desayunos, salarios ridículos, pobreza material y falta de futuro. La más contundente: que el sistema no ha funcionado.

En la calle la gente percibe que los actuales líderes no están capacitados para crear una sociedad eficiente y mejor. Si usted va a solares o barriadas marginales y charla francamente con sus habitantes, constatará que casi ninguno apoya el quehacer del General.

Sin embargo, y aquí surge la pregunta del millón de dólares, pocos entienden cómo ese pueblo disgustado con su añejo gobierno, asiste a pachangas en su apoyo o concurre a votar en un paripé de elecciones para elegir candidatos a un parlamento que nada resuelve.

La indignación ciudadana aumenta por año, pero no acaba de cuajar. La gente sigue prefiriendo observar el panorama desde las gradas. El descontento por medidas antipopulares, como el tarifazo aduanero o las constantes subidas de precios en las tiendas por divisas, no tienen su válvula de escape en protestas callejeras.

Esa supuesta pasividad e indiferencia ciudadana se viene acumulando desde hace 53 años, y el resultado es un peligroso resentimiento comprimido. Que se manifiesta en violencia doméstica, groserías e insultos verbales a cualquier hora y en todas partes. Maltratando los bienes públicos, trabajando poco y mal, o robando todo lo que puedan.

Los cubanos solemos estar orgullosos de valores heredados de padres y abuelos. Pero nos cuesta reconocer que en ciertos acápites, como aceptar mansamente un gobierno ineficaz, tenemos una asignatura pendiente.

Fuimos la última nación de América en independizarnos de España. Y el 31 diciembre de 1958, mientras barbudos guerrilleros peleaban contra tropas batistianas en Santa Clara, en La Habana a ritmo de son, carne de cerdo y cerveza, se celebraba el nuevo año. Para muchos capitalinos, lo que pasaba en el centro y oriente de la isla no era su problema. A la mañana siguiente, el 1 de enero de 1959, un mar de habaneros se tiró a las calles, a festejar el triunfo de Fidel Castro y su ejército rebelde.

Tal vez por miedo, porque no está en nuestros genes, somos un pueblo poco dado a los actos heroicos. Combatir abiertamente una autocracia puede tener terribles consecuencias. Perder el trabajo y caer en el ostracismo. Palizas, actos de repudio y varios años de cárcel.

Entonces, un buen número de cubanos reflejan su descontento en tertulias hogareñas. En la esquina del barrio. O en un taxi particular.

Iván García
Foto: Tomada de Cubanet.

miércoles, 9 de enero de 2013

"No voy a pedir permiso para entrar en Cuba"



En los ratos de ocio, El Duke y su hermano Liván Hernández -todavía titular de Grandes Ligas con los Cerveceros de Milwaukee- se han metido de lleno a jugar golf, con resultados que comienzan a ocupar titulares no sólo por sus contribuciones filantrópicas a la comunidad. En 2012, El Duke terminó en el lugar 25 de los 175 primeros golfistas amateurs de Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico, mientras que Liván está considerado, según la revista Golf Digest, como el deportista activo de otro deporte que mejor juega golf. Estas son las confesiones de El Duke, caballero del box, cubanísimo y para todos los tiempos.

¿Cómo te sientes con el trabajo de la academia? ¿Qué satisfacciones deja enseñar los secretos del béisbol?

-Si antes pensaba que el trabajo con los niños era una buena causa, ahora creo que es mucho más importante. Lo disfruto muchísimo. Hay niños hasta de 4 años y estas son edades en que los muchachos van relacionándonse y van comenzando a entender las cosas de la pelota. A los 6 años ya saben perfectamente jugar al béisbol.

Hay muchos padres que incorporan a sus hijos al béisbol pensando que se convertirán en jugadores de Grandes Ligas. ¿Crees que los peloteros nacen o se hacen?

-Es muy difícil a esas edades saber cuál va a ser el futuro de alguien que se inicia en el béisbol. Y el mensaje que puedo transmitirle a los padres, a partir de mi propia experiencia, es que no dejen que los niños se desanimen porque les vaya mal al principio. Te cuento que a mí, hasta los 15 años me estuvieron diciendo en Cuba que no tenía calidad para jugar al béisbol, pero yo nunca me rendí. Tuve después la oportunidad de decirle a los entrenadores, en buena forma y con el mayor respeto, que creía que ellos se habían equivocado. Cualquiera se equivoca. Yo también me he equivocado y por eso trato de ser muy cauteloso con la evaluación de cualquier muchacho, porque nadie tiene la última palabra.

¿Qué tiempo le dedicas a este trabajo?

-Mucho tiempo. La academia termina a las 10 de la noche y yo voy todos los días. Somos entre 10 y 15 entrenadores que estamos luchando allí y sudando la camiseta con los muchachos. Es la respuesta para los que dijeron que El Duke estaba vendiendo su nombre. Y si lo hago es porque lo siento de corazón.

¿Te gustaría poder abrir una filial de la academia en una Cuba futura?

-Sí, claro, me gustaría llevar la academia a Cuba, pero siempre que siga viviendo en Estados Unidos. Yo amo a Cuba y ojalá pronto podamos viajar a una Cuba libre, sin tener que estar pidiendo un permiso o teniendo que sacar un pasaporte cubano a precios desmesurados para entrar en nuestro país. Me gustaría en un futuro hacer algo allí en lo que es el deporte, pero yo creo que me quedo viviendo aquí (Risas).

Vamos a pensar que ese futuro llega mañana mismo. ¿En qué lugar abrirías la academia?

-Bueno, estaría dispuesto a abrirla en cualquier municipio de La Habana, donde se pudiera, pero preferiría hacerlo en Boyeros, que es el municipio mío, en el reparto Wajay, Mazorra, Boyeros, Santiago de las Vegas, Abel Santamaría, Fontanar... ésa es mi niñez. Por ahí están mis primeros recuerdos de la pelota.

¿Qué te viene a la mente cuando piensas en tu niñez en Cuba?

-Me recuerdo cuando vendía mangos y limpiaba zapatos. Ese dinero era muy importante para mí. Había un señor que se llamaba Roberto, el rey del brillo, que ojalá en Cuba se enterara de esta entrevista, quien me daba la oportunidad de buscarme mi dinerito para poder tomarme dos refrescos en el bailable de la noche. Tendría yo 12 o 13 años. Aquí en Estados Unidos he ganado dinero gracias al Señor, gracias a mi trabajo, dinero que ha sido importante, pero no imprescindible. Creo que ese dinero que me ganaba cuando niño me sirvió para valorar mejor lo que el destino me tenía reservado.

¿Cómo recuerdas a tu padre como jugador en esos años, cuando lo veías en los periódicos?

-Es una pregunta buena (ríe). Si me hubieras preguntado si lo veía en el televisor te iba a decir que no, porque si no me falla la memoria, en mi casa tuvimos televisor después que mi papá se retiró. Nosotros éramos bien pobres. Yo vivía en el Wajay, en el barrio del Chayote. Mi padre comenzó jugando en La Habana, luego fue Azucareros. Comenzó en el Hospital Siquiátrico de La Habana. Jugaba todas las posiciones y luego comenzó a pitchear.

¿Pero qué es lo que más te llamaba la atención de él sobre el terreno?

-Yo recuerdo bien poco, porque para verlo tenía que ir al estadio Latinoamericano. Sí me acuerdo de algunos juegos en los cuales lo vi jugar con Azucareros frente a Industriales en el Latinoamericano, siendo yo un muchachito. Era un competidor que no daba tregua.

A estas alturas, con toda la experiencia acumulada en Cuba y en Grandes Ligas, ¿cuáles dirías que son las condiciones que hacen grande a un lanzador?

-Para lanzar no se puede estar pensando mucho, tienes que concentrarte y utilizar el primer pensamiento que te traiga la intuición. Es una profesión. No solo basta con amar el béisbol, hay que amar especialmente el pitcheo. Hay que trabajar mucho, muchísimo, pero si volviera a nacer y pudiera escoger una posición en un equipo de béisbol -porque si hubiera reencarnación yo volvería seguro como pelotero- sería pitcher nuevamente.

¿Cuál fue tu principal arma para mantenerte tanto tiempo como un pitcher dominante en los grandes momentos?

-Soy de los pitchers que han sobrevivido por largo tiempo gracias al control. He tenido momentos malos, regulares y buenos en el béisbol, pero todos los he disfrutado. Al final de lo malo siempre he sacado algo bueno.

De las cosas que más te han impresionado en tu carrera, ¿hay algún momento que te haya conmovido en particular?

-Sí, creo que un momento muy especial fue cuando entré al Clubhouse de los Yankees. Y dije ¡Wow!, estoy aquí.

Sé que sigues muy de cerca la Serie Nacional de Cuba y ves los juegos de Industriales por televisión aquí en Miami, a veces con más frecuencia que los partidos de Grandes Ligas. ¿Qué te atrae tanto de la pelota cubana?

-Ahora con la academia tengo menos tiempo, pero sigo la Serie Nacional y los torneos donde participan los cubanos. Me gusta, porque yo jugué muchos años para la selección nacional y para Industriales, y no creo que en realidad, en su pura realidad, el béisbol tenga nada que ver con la política. Que el gobierno cubano haya querido usarla con fines políticos es otro asunto. Pero mi mirada es que yo pertenecía a esos equipos, que esos fueron compañeros míos, y aunque digan a veces cosas que a uno no le gusten, también los entiendo porque sé dónde viven y qué hay que hacer para sobrevivir.

¿Qué sientes por Industriales?

-Ésa es la pelota que me gusta, la pelota de mi idiosincrasia, la que me dio a conocer. Y nunca la voy a olvidar. Yo siempre les deseo lo mejor, porque sigo siendo industrialista cien por ciento. Pienso que Lázaro Vargas es una persona muy inteligente, una persona que sabe, que sabía cuando jugaba al béisbol y ahora de manager demostró que puede llevar a los Industriales a los primeros planos.

¿Te imaginas a un equipo Industriales invitado a jugar a Estados Unidos? ¿En Miami?

-Sería algo muy grande para mí, pero por el momento es un sueño que creo está muy lejano de realizarse.

¿Cuáles son a tu juicio los principales problemas que enfrenta la pelota en Cuba?

-El béisbol cubano está perdiendo muchos peloteros y es evidente que su calidad ha mermado mucho en los últimos años. Hay también muchos asuntos técnicos que están influyendo en esa pérdida de calidad. Primero, te diré que la zona de strike es muy amplia; pienso que los mejores ampayas (umpires) pasaron de época, otros han desertado y quienes pueden enseñar a los árbitros jóvenes ya están lejos de Cuba.

Pero hay una caída prolongada en competencias internacionales...

-Pienso que también el béisbol ha crecido mucho en los demás países, a nivel internacional. Y es cierto que, sea por estancamiento técnico o por deserciones, los equipos que tenían a jugadores como Víctor Mesa, Orestes Kindelán, Antonio Pacheco, Germán Mesa, Lázaro Vargas, Omar Linares, Javier Méndez… esos equipos ya no se ven.

Si tuvieras que escoger una figura de esa época como primera selección para un equipo donde tú estuvieras, ¿a quién seleccionarías?

-A Omar Linares y un poquito más hacia atrás, a Antonio Muñoz. Eran peloteros con los que yo soñaba. Jugué con Omar Linares y pienso que era el pelotero número uno en Cuba.

Hay muchos jugadores cubanos llegando de la isla con el sueño de escalar las Grandes Ligas. Otros están teniendo un primer año tremendo, como es el caso de Yoenis Céspedes con los Atléticos de Oakland. ¿Qué les recomendarías para triunfar?

-Escuchar mucho a los entrenadores de aquí y olvidarse de lo que hacían en Cuba. Eso afectó a los que llegamos con una idea formada de jugar a la pelota. Esto es Estados Unidos y las cosas son diferentes. Muchas cosas nuevas que aprender y muchos entrenadores que te van a estar mirando y evaluando cada movimiento tuyo sobre el terreno. Entre las cosas a las que tuve que acostumbrarme es que en esta pelota el concepto de bateo es diferente al de Cuba. Yoenis Céspedes tiene sobrada calidad para imponerse, pero el futuro en Grandes Ligas es impredecible. Todo está en enfocarse, sin esa disciplina no se llega a ninguna parte.

Wilfredo Cancio Isla
Versión de entrevista publicada en Café Fuerte el 9 de octubre de 2012.
Foto: El Duke Hernández. Tomada de Cuba Matinal.

lunes, 7 de enero de 2013

Soñando con las Grandes Ligas



El chamaco tiene buena pinta. Alto y muy fuerte para sus 8 años. Por las noches, se apoltrona en el sofá junto al padre, a ver durante tres horas y media un partido de béisbol de la Serie Nacional. O videos de partidos de Grandes Ligas, copiados desde las ilegales antenas satelitales y que se ofertan a 50 pesos en la Cuba clandestina.

Cuando Gerardo percibió la pasión que su hijo siente por la pelota, decidió hacer una inversión a largo plazo. Una inversión de riesgo. Nada asegura que su vástago pueda firmar algún día un contrato de seis ceros. Pero vale la pena intentarlo.

Una mañana de sol tibio, lo llevó a un mini terreno aledaño a la otrora escuela primaria Tomas A. Edison, hoy colegio pre universitario, en el barrio habanero de La Víbora, para que un preparador de pelota infantil le diera el visto bueno.

Nada más ver la planta y los deseos del pequeño, lo aceptó en el grupo de chicos de 7 y 8 años que dan sus primeros pasos en el deporte de las bolas y los strikes. En seis meses, el niño ha progresado. Fildea bien hacia a los lados, batea largo y tiene buen brazo. El adiestrador le asegura al padre que su hijo es un diamante en bruto.

Pero el camino a recorrer es largo. Es en la categoría 9-10 años cuando los chicos comienzan a jugar al duro. Aunque ya Gerardo abrió generosamente la billetera. Gastó 150 cuc en comprar un bate de aluminio, un guante Wilson y mandó a confeccionarle un uniforme.

En Cuba, donde un segmento significativo de familias viven al día, Gerardo no se puede quejar. Es gerente de una discoteca y una noche floja se lleva a casa dos billetes de 50 pesos convertibles.

Ha sido previsor. Y durante años ha ido guardando plata. Para cuando llegue la época de vacas flacas o, como en estos casos, invertir en el futuro de su hijo. Gerardo sueña con verlo debutar en el Yankee Stadium. Puede sonar descabellado. Pero es su opción.

Desde que hace más de dos décadas se abrió el grifo de deserciones entre peloteros cubanos talentosos, muchas familias suelen hacer elevados gastos para que sus hijos o nietos practiquen béisbol. Siempre mirando de soslayo hacia la Gran Carpa.

Parientes al otro lado del Estrecho también aportan lo suyo. Para ellos resulta agradable, mientras juegan dominó y con nostalgia cuentan historias de su vida en la isla, en voz alta decir con orgullo: “Mi sobrino fue firmado en las Mayores”.

A falta de academias de Grandes Ligas, como sucede en el Caribe, la práctica de la pelota con fuerte subsidio del Estado es cosa del pasado en Cuba. Hoy, son los padres quienes deben adquirir el equipamiento beisbolero. A medida que van ascendiendo por la espiral del alto rendimiento deportivo, comienzan los planes familiares.

La deserción de una joven estrella es un proyecto fraguado con años de antelación. En caso de no poder llegar al Big Show y firmar contratos millonarios, tampoco está mal jugar en cualquier liga profesional del Caribe o Asia y ganar un salario que jamás devengarían en la isla.

Cubanos como Gerardo lo saben. Detrás de los jonrones de Kendry Morales, Dayán Viciedo o Yoennis Céspedes, está el empeño de familias que diariamente asisten a los entrenamientos y competencias para alentar a los suyos. No pocas veces se trasladan cientos de kilómetros en camiones o sucios vagones de viejos trenes, con tal de seguir y apoyar a sus hijos en torneos escolares o juveniles en otras provincias.

Suelen cargar grandes mochilas con alimentos, para reforzar la dieta de los muchachos después del juego. Las escuelas deportivas cubanas tienen condiciones deplorables. En pos de una carrera deportiva futura y exitosa de sus vástagos, los padres deciden afrontar esas privaciones.

Si triunfan en el béisbol nacional, es un paso de avance. La próxima parada bien pudiera ser en Grandes Ligas. No todos llegan, estamos de acuerdo.

Pero tampoco es delito soñar en grande. Jugar en Estados Unidos se le antoja a Gerardo como una quiniela. Al menos, piensa, es una posibilidad.

Iván García
Foto: EFE. Tomada de Martí Noticias.


sábado, 5 de enero de 2013

Los Reyes también pasan por Cuba


Belinda, 10 años, ha rehecho varias veces la lista de los Reyes. Desde fines de noviembre, ella incorpora un nuevo juguete a la estrujada hoja que descansa en el árbol de Navidad, en la sala de la casa.

Sus padres sutilmente maniobran sus deseos, al ver que encarga cosas prohibitivas para sus bolsillos. Este 6 de enero, Belinda, al igual que otros niños de su barrio, anhela un Nintendo Wii, un MP4 y la última versión de los Sims.

Muchos de estos artilugios ni siquiera se venden en los establecimientos por moneda dura. Los que no tienen parientes en el exterior, tratan de conseguirlos de segunda mano o a través de Revolico, sitio online de ofertas y demandas muy popular. En Cuba los juguetes son un lujo... y caro. Pero la ilusión de los Reyes Magos propicia que numerosas familias intenten complacer los deseos de sus hijos.

Si recorremos la juguetería del Hotel Comodoro, en Tercera y 84, en el municipio habanero de Playa, veremos que los altos precios de las Barbie y de los artefactos electrónicos provocan mareos. Adquirir tres juguetes de moda bien puede superar los 120 CUC (3 mil pesos cubanos). Uno de ‘costo módico’ ronda los 18 pesos convertibles, el salario mensual de un profesional cubano .

A pesar de los precios por las nubes y la crisis económica que asola la isla desde que en 1990 se decretó el ‘período especial’, encuentras personas recorriendo tiendas y haciendo colas en busca de los mejores juguetes.

En la juguetería ubicada en la concurrida calle Obispo en el corazón de La Habana Vieja, o en el centro comercial de Carlos III, una muchedumbre revisa la mercadería e intenta comprar lo que más agrade a sus hijos o nietos. La tarea no es fácil. Encontrar juguetes buenos, bonitos y baratos es una misión casi imposible.

El Estado cubano no ve con buenos ojos el Día de Reyes. Al contrario. Hace 12 años, en enero de 2001, la prensa oficial y el propio Fidel Castro, en duros términos condenaron una Cabalgata de Reyes, que patrocinada por la embajada española, recorrió el Paseo del Prado tirando caramelos a alborotados chiquillos.

Desde sus inicios, la revolución verde olivo se propuso enterrar las tradiciones. El régimen las consideraba ‘rezagos pequeñoburgueses’ .

Cuando el 6 de enero de 1959 Castro voló en una avioneta de combate y en las montañas de la Sierra Maestra lanzó juguetes a niños que jamás habían visto uno, envió un mensaje rotundo a toda la Nación: ahora el Rey Mago es el Estado.

El régimen se apropió y administró a su albedrío las antiguas costumbres. Censuró esa fábula de un trío de encantadores hombres venidos desde muy lejos que una noche al año, dejaban regalos a quienes se habían portado bien.

La magia de los tres Reyes Magos desapareció de Cuba. A partir de los años 60, el gobierno fue el encargado de vender juguetes. Se cambió el mes de enero por el de julio. Y los burócratas del Ministerio de Comercio Interior confeccionaron listas que se pegaban en las vidrieras de las tiendas autorizadas a ofertarlos.

En una semana, de acuerdo a un sorteo, los padres podían comprar tres juguetes, por la libreta de productos industriales. Uno por cada menor de 0 a 12 años: uno ‘básico’ (que solía ser el juguete más codiciado en la época); otro ‘no básico’ y un tercero ‘adicional’. Ya ni eso.

Jugar es tan importante para un niño como alimentarse, vestirse y aprender. Pero el Estado cubano ha sido incapaz de producir, importar y vender juguetes didácticos y variados, que cubran las necesidades en las distintas etapas de la niñez y la adolescencia. Al alcance de todas las familias y no solo para una fecha.

La Navidad también fue sentenciada a muerte. Los pequeños negocios fueron cerrados. Y las religiones condenadas. Después que el Muro de Berlín se desmoronó, los cubanos comenzaron a rescatar sus tradiciones.

Con sus arcas vacías, poco ha podido hacer un Estado igualmente incapaz de satisfacer un estándar mínimo de vida a los ciudadanos. Sin alardes, los cubanos han vuelto a los templos. La santería es casi una industria. La masonería y el ñañiguismo una práctica habitual.

Las fiestas navideñas retoman su lugar. Y el Día de Reyes otro tanto. Ahora, infinidad de niños cubanos se acuestan temprano la noche del 5 de enero, a la espera de que Melchor, Gaspar y Baltasar depositen juguetes debajo de sus camas.

Créanme, las costumbres han pulverizado los úkases estatales. Si algo ha quedado claro en estos 54 años de dinastía verde olivo, es que la fe, la ilusión y la fantasía no se pueden sepultar con discursos guerreristas ni nacionalismos inútiles. Las tradiciones han demostrado ser más fuertes que la ideología comunista.
Iván García
Foto: Tomada de Marcadas desigualdades, Primavera Digital, 12 de enero de 2012.

viernes, 4 de enero de 2013

"El béisbol va a mejorar cuando Cuba sea libre"



Una noche de 1989, sentado tras el home del antiguo Estadio del Cerro, hoy Latinoamericano, un grupo de fanáticos la emprende a gritos e improperios contra el umpire de home Iván Davis. La causa fue un tercer strike, mal cantado según los exaltados hinchas, al formidable jardinero central Javier Méndez.

Bajo el fuego incesante de ofensas y palabras gruesas, aún tengo en la retina, el sosiego con que Davis se quitó la careta, sacó del bolsillo su escobilla y se dispuso a limpiar el plato. Entonces, los árbitros vestían como funerarios. En el terreno parecían hombres de cera. Mientras más les aullaba el graderío, más impasibles se comportaban.

Muchos eran profesionales a prueba de bombas. Otros no tanto. Iván Davis fue uno los grandes en el béisbol cubano de los años 80. Un tipo que parecía un vikingo nórdico. Alto y colorado. Y no le temblaba el pulso para cantar una jugada apretada o expulsar a un malcriado pelotero con el estadio a reventar.

En ese momento, yo no sabía de dónde procedía ni cómo llegó al arbitraje Iván Davis, de 72 años. Gracias a las nuevas tecnologías, veintitrés años después de aquella noche en el Latino, pude entrevistar a Iván Davis, residente en Miami desde 1993.

Davis, pertenezco a la generación nacida con la revolución. Abiertamente los medios oficiales poco o nada cuentan de esa etapa gloriosa del béisbol antes de 1959. Quizás la mejor. Hay que rastrear en bibliotecas, viejos diarios o tener la suerte que te caiga en las manos algún libro sobre el tema, como Pride of Havana de Roberto González Echevarría, para conocer el quehacer de peloteros estelares y grandes momentos como la final electrizante de 1947. Desearía que me contara sobre su vida. ¿Dónde comenzó a practicar béisbol? ¿Se formó como pelotero jugando en terrenos de centrales azucareros, pitenes de barrio o practicando pelota de manigua?

-Nací en la barriada habanera de El Cerro, en la calle Zequeira 271 entre Consejero Arango y Saravia, muy cerca del Estadio. Desde niño la pelota fue mi deporte favorito. Siendo adolescente mi familia se mudó para Jacomino. Fue allí donde comencé a practicar con sistematicidad el béisbol. Me hice pelotero en un excelente terreno que había en el Barrio Obrero, Luyanó. En aquel entonces allí se jugaba un béisbol que no le envidiaría nada a la actual Serie Nacional. Jugaban peloteros que terminaban su temporada en Estados Unidos, y como algunos no tenían la oportunidad de jugar en la Liga Cubana, se iban a piquetear a ese terreno.

-Te cuento, para que tengas una idea. Un año cuando los Senadores de Washington no le dejaron participar en la liga invernal, Camilo Pascual se iba a jugar con nosotros. Hablo de uno de los mejores lanzadores cubanos de todos los tiempos. Ganó de por vida 179 o 185 partidos. Ese gigante del béisbol que se llama Ted William expresó que nunca había visto una curva tan pronunciada como la de Pascual.

-Después jugué en la Liga Popular con la novena Las Galletas Billy y en Unión Atlética con el equipo de La Aduana de Cuba. También estuve un año en la Liga de Quivicán con el team de La Salud, donde jugaba Pedro Chávez y su hermano Antonio era el director. Yo fui como lanzador y jardinero. En un juego de exhibición contra Unión Atlética de Santiago de las Vegas, campeón esa temporada, lancé 5 entradas, creo que no me dieron hit y propiné 6 ponches. En ese juego me vio un entrenador que trabajaba con los Cuban Sugars Kings, llamado Janero, y me preguntó si deseaba jugar como profesional.

¿Llegó a jugar la pelota profesional cubana? ¿Se integró en alguna liga organizada en Estados Unidos?

-Sí. Me recomendó un preparador que se llamaba Antonio Pacheco (igual que el pelotero de Santiago de Cuba) y me hicieron pruebas. Me firmaron ese año. Salí hacia Estados Unidos para jugar mi primera temporada como profesional. Debuté con el Geneva en la Nueva York Penn League. No me fue bien, no me cuidaba, gané un juego y perdí ocho. Al año siguiente jugué en el Palatka, del Florida State League. Me fue mejor. Gané 15 partidos y perdí 11. Todos de relevo, más los que salvé, aunque en ese tiempo no existían los juegos salvados. Fui el lanzador de la organización del Cincinatti con mayor participación en juegos, 59. Después jugué con el Topeka, gane 5 y perdí uno. Luego regresé a Cuba e integré el club Almendares. Aquí me enamoré de mi actual esposa. Estando en Cuba me llegó un contrato para firmar como Clase A.

¿Lanzó en el Estadio del Cerro? ¿Qué se siente jugar en el coloso habanero repleto hasta la bandera?

-La primera vez que fui a lanzar al Estadio del Cerro iba temblando en el jeep que por aquellos tiempos se usaba para trasladarte del bullpen al box. Había un murmullo que zumbaba en mis oídos como el vuelo de una abeja. Tal vez los fanáticos se preguntaban, y éste quién diablo es. Pero al momento de pisar tierra todo cambió. Lancé dos entradas sin complicaciones y antes de marcharme escuché tímidos aplausos del respetable. Eso fue en el año 1961. Lancé solo 11 entradas. Imagínate, en la novena había un cuerpo de pitchers repleto de monstruos como el Guajiro Peña, Mike Cuéllar, Naranjo, Andrés Ayón, Marcelino López, entre otros, todos jugaron en ligas profesionales en el Caribe, algunos llegaron a Las Mayores.

Supongo que al triunfo de la revolución pudo optar por abandonar el país y competir en cualquier liga del Caribe o Estados Unidos. ¿Por qué no lo hizo? ¿Qué le motivó a convertirse en árbitro?

-Si hubiera seguido en el béisbol quizás hubiera podido llegar más lejos. Condiciones y talento tenía. La única razón por la cual no me marché a jugar en ligas invernales del Caribe o Estados Unidos fue para no separarme de mi familia. El motivo de convertirme en árbitro fue puramente económico. Como pelotero, el INDER me pagaba 125 pesos, que no alcanzaba para mantener a los míos. Había que buscar otras alternativas.

Hábleme de Amado Maestri. ¿Lo conoció? ¿Qué lo diferenciaba del resto de los umpires?

-Tuve la suerte de conocer a Maestri cuando jugaba, pero no pude trabajar con él como árbitro, pues cuando yo comencé Amado ya había fallecido. Era un tremendísimo umpire, una excelente persona. Un referente ético. Y dejó un listón muy alto para cualquiera que se dedicara a arbitrar.

¿Cómo era el nivel del arbitraje en los primeros años del béisbol revolucionario?

-Como árbitro fui un triunfador. Comencé con solo 25 años. Me destacaba por mi seguridad en el conteo de bolas y strikes. Recuerdo que en un juego de la serie provincial en La Habana, Pablo Cruz, destacado pelotero, me dijo que no entendía cómo era posible que yo no estuviera arbitrando en Series Nacionales. Finalmente llegué a arbitrar en el máximo nivel.

-En aquellos tiempos, muchos de los árbitros habían jugado béisbol profesional. Y otros venían de trabajar en las distintas ligas amateurs que existían entonces y eran fortísimas. Dentro del arbitraje cubano, en una época hubo una constelación de estrellas como Francisco Fernández Cortón, Francisco Belén Pacheco, Julio Ramón Véliz, Alejandro Montesinos y otros, casi todos ya fallecidos. En la carrera de un árbitro siempre hay buenos y malos momentos. Son más los malos que los buenos. Con los jueces nadie está de acuerdo. Cuando decides conteos o jugadas reñidas a favor de una novena, el fanático del equipo contrario piensa que te equivocaste. Ahí comienza la polémica.

Supongo que participó en algún Clásico entre Industriales y Santiago de Cuba, en el Guillermón Moncada o en el Latinoamericano. ¿Qué se siente al salir a la grama con 55 mil espectadores, en el caso del Latino, silbando y gritándole improperios a los árbitros? Cuénteme algunas decisiones controvertidas. Anécdotas interesantes que se suelen dar en esos partidos jugados a cara de perro entre habaneros y santiagueros.

-Tengo muchas anécdotas. Recuerdo un partido caliente entre Industriales y Santiago de Cuba, con el estadio Guillermón Moncada a punto de reventar. El juego estaba muy reñido. Con Santiago al bate, Pedro Tanis, un jugador que terminó como corredor de 400 metros, en una conexión de hit al jardín derecho dobla por segunda, pero lo mandan a regresar, el torpedero corta el tiro y tira a segunda base. El camarero, que era Rey Vicente Anglada, en jugada apretadísima lo toca. Yo canto el out. Se desató un infierno. El estadio se me echó arriba. Anglada me dijo, ‘Colorao (así me decía Rey), hay que tener unos cojones grandísimos para cantar ese out aquí en el Moncada’. Imagínate, los fanáticos me querían matar.

-Era una época que se jugaba pelota a camisa ripiada. Se veía cada cosa que para qué. Al finalizar el juego, un policía me dice que debo acompañarlo a la unidad por un gesto que él interpretó como una ofensa. Yo me había puesto las manos en el pecho para señalar que se necesitaba corazón para decretar ese out. El policía, quizás fanático de Santiago, estaba empecinado que había realizado un gesto obsceno. Le dije al guardia, "aquí en el terreno mando yo, no voy a ningún lugar contigo" y seguí mi camino. El policía, empecinado, me siguió hasta el cuarto de vestir de los árbitros. Las autoridades deportivas tuvieron que interceder.

Se dice que un árbitro de home es excelente cuándo se equivoca menos de 10 veces en el conteo de bolas y strikes. Como promedio se suelen cantar más de 200 envíos en un partido. ¿Estaba usted por esa media cuando arbitraba detrás del plato? ¿Cometió errores de bulto que decidieron juegos?

-Estoy de acuerdo con ese criterio de un margen de diez errores en el conteo de bolas y strikes. Donde no puedes fallar es con tres corredores en base y que la carrera del gane lo decida un lanzamiento, pues ahí mismo se daña tu trabajo. No creo haber tenido errores que influyeron en la decisión final de un encuentro. A mí me gustaba arbitrar en estadios llenos. Me sentía más cómodo, pues así no escuchaba los improperios.

A finales de los años 80, algunos entendidos comentaban que el nivel de la pelota cubana era doble A. ¿Lo cree usted así? ¿Cuál es su opinión sobre la calidad actual de la pelota en Cuba? ¿Cuáles son para usted los 5 mejores peloteros de la isla que juegan en Grandes Ligas?

-Sobre la otrora calidad y clasificación doble A de la pelota cubana depende del lado que lo analices. El gran problema es que en la isla analizan la calidad de su béisbol por el equipo Cuba, pero yo pienso que la pelota cubana hay que analizarla por su Serie Nacional, que es donde está la mayor cantidad de novenas. Si lo comparamos con los años 80, indudablemente ha disminuido.

-También se debe considerar la cantidad de peloteros que se marchan, firman como profesionales y cuántos logran ser estelares en Grandes Ligas. A mí no me gusta hacer comparaciones de quiénes son los mejores, pero te daré el nombre de algunos: Kendry Morales, Aroldis Chapman, Liván Hernández, Duke Hernández, Dayán Viciedo, Yoenis Céspedes y cubanoamericanos como Gio González, quien ganó 21 juegos esta temporada y está discutiendo el Cy Young, o Yonder Alonso, nacido en Cuba, pero que desde los 11 años reside en Miami y se formó como pelotero en Estados Unidos.

¿Cómo se podría superar el bajón cualitativo que sufre la pelota nacional?

-El béisbol cubano va a mejorar cuando Cuba sea libre. Los que gobiernan o dirigen sus destinos, como Antonio, el hijo de Fidel Castro, pretenden hacer con los peloteros lo mismo que hacen con los artistas y médicos, chuparles la mayor parte de sus salarios cuando obtienen contratos en el extranjero, y explotarlos para seguir viviendo a lo grande.

¿Por qué abandonó Cuba?

-Me fui de Cuba porque ya no estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo. Y decidí buscar mejores oportunidades para mis hijos. En mi patria los jóvenes tienen escasas oportunidades y los viejos mucho menos. Además, cuando uno tiene la posibilidad de viajar por el mundo, como lo hice yo, te das cuenta que ese sistema no sirve. No me fui antes por no dejar a la familia atrás. Pero llega un momento que uno tiene que liberarse de esas ataduras y tomar la decisión que creas mejor.

-En 1992 ya estaba pensando desertar. Se suponía que yo iría como árbitro a los Juegos Olímpicos de Barcelona, pero decidieron enviar a Nelson Díaz. A mí me dijeron que yo viajaría al tope beisbolero que se celebraba anualmente entre Cuba y Estados Unidos. Ese año tocaba jugar en Estados Unidos. Se me prendió el bombillo y pensé ‘ésta es la mía’. Llegué al aeropuerto de Miami, llamé a un primo y le dije: “Vine a quedarme”. No me pesa en lo más mínimo. Creo que ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida como árbitro.

Iván García
Foto: Iván Davis, a la izquierda, con Nelson Díaz, quien también fuera uno de los más importantes ampayas de las series nacionales de béisbol y desde hace tres o cuatro años vive en Miami. La imagen, del álbum personal de Davis, fue tomada durante una celebración en el Salón de la Fama Cubano, evento que regularmente recuerda a las glorias del deporte de la isla residentes en el exilio.
Leer también: Calentando el brazo.

miércoles, 2 de enero de 2013

Crónica de un habanero nostálgico




Allá en los 80, del siglo pasado, cuando un Play Station o Xbox eran cosas de ciencia ficción, y el fútbol internacional se trasmitía por la tele cada cuatro años a raíz de las Copas Mundiales, los niños y adolescentes cubanos practicaban el béisbol a gran escala. Era una auténtica pasión. Una gozada.

Ir los domingos al Latino a ver los dobles juegos, comer pan con croqueta a quince centavos y pizzas napolitanas sentados en las gradas de tercera base, hablar de estadísticas y gritar hasta quedarse ronco con la banda de Armandito el Tintorero, era el sueño de cualquier fanático a Industriales.

En aquel tiempo el béisbol se jugaba caliente. Todos en el barrio querían tener la picardía de Rey Vicente Anglada, fildear fácil como Rodolfo Puente, lanzar curvas parabólicas a lo Pablo Miguel Abreu, tenedores indescifrables como Rogelio García, atrapar flys al estilo del ´loco´ Mesa y conectar jonrones a 500 pies imitando el swing de Antonio Muñoz, Armando Capiró o Pedro José Rodríguez.

Antes que ser ingenieros o médicos deseábamos ser peloteros. El fútbol se mantenía en segundo o tercer plano. En el mes que duraba un Mundial se trocaba los bates por un balón ruso con pintadas negras y los fiñes tiraban sus gambetas.

Solo por 30 días se discutía si el Brasil de Zico era superior al once del genio Maradona. Pelé estaba enmarcado dentro de las leyendas. Platiní o el bambino Rossi encantaban, pero su juego de lujo no superaba nuestro amor por el béisbol.

Se desayunaba, almorzaba y comía béisbol. No pocos dormían con el guante debajo de la almohada. Antes de entrar a la escuela se armaban encendidas peñas deportivas. Y en el receso, siempre alguien llevaba en su bolsillo la inseparable pelota de goma y se armaba un encendido pitén.

La pelota se jugaba en una amplia variedad de modalidades. Si usted vivía cerca de un terreno de béisbol, se jugaba al flojo con pelotas recicladas envueltas en teipe. Si se lograban juntar suficientes guantes y un arreo de receptor, entonces se pactaba un partido al duro. A veces con equipos de otros barrios. Todo empezaba amistosamente, saludándose e intercambiándose los guantes.

No pocas veces terminaban los juegos liados a bofetones y blandiendo amenazante los bates ante un deslizamiento con el pie a la altura de la cara o una pelota arrimada sobre la cabeza lanzada con muy mala leche. Pero jugar pelota en terrenos de béisbol no era habitual en La Habana. Lo típico eran los pitenes de barrios.

Jugar a la chapa. Con un palo de escoba haciendo de bate. Las chapas de refrescos se escachaban de forma ovalada para que hicieran una mejor variación. La mayoría de los grandes peloteros habaneros se iniciaron jugando a la chapa.

Otra modalidad era el cuatro esquinas. Cada esquina era una base. Se bateaba con la mano y se caminaba a paso normal hacia las bases. Para regresar se podía correr. Las distancias eran cortas. Y se utilizaba una pelota de esponja que solía hacer efectos enrevesados. O pelotas de tenis afeitadas hasta dejarla en el casco.

Jugaban niños, adolescentes y adultos. Era prohibido jugar pelota en la calle. Y siempre había un centinela que avisaba cuando aparecía una patrulla policial.

También se jugaba al taco. La pelota era un trozo de madera. Los vecinos siempre estaban dando las quejas a nuestros padres debido a las ventanas rotas y el escándalo que se armaba.

Se jugaba en short, sin camisa y a veces descalzo. En el campo se practicaba pelota de manigua. La gente se sentaba a ver los partidos tomando alcohol destilado con mierda de vaca y un machete en la cintura. No existía delimitación del terreno.

Pero esa pasión por el béisbol en todas sus variantes fue hace más de 30 años. Ahora en mi barrio los chicos juegan fútbol de a tres. Dos piedras hacen las veces de portería. Siguen las ligas europeas y existen dos bandos irreconciliables. Los culés y los merengues.

Hay discusiones por horas, intentando demostrar que Lionel Messi es superior a Cristiano Ronaldo. O viceversa. La diferencia radica que esos muchachones no conocen el once regular de la selección nacional.

Tampoco apoyan a los equipos provinciales. Ni asisten al Pedro Marrero a hinchar por la tricolor en su fase eliminatoria al Mundial de Brasil 2014. Eso sí, se saben al dedillo los cotilleos de la vida privada de los cracks y cada cual diseña su estrategia para los grandes partidos.

Te hablan con naturalidad del trivote defensivo. Del 4-3-3. Del volante ofensivo, los carrileros por banda y el disparo de la hoja seca. A los menores de 18 años no les entusiasma Industriales. No es que odie el fútbol. Al contrario. Pero extraño los pitenes de cuatro esquinas en el barrio.

Iván García
Foto: Walter Ioos, fotógrafo estadounidense. Jugando béisbol en una esquina de La Habana. Tomada de la BBC.