lunes, 18 de marzo de 2013

Cuban Fast Food



A falta de McDonald’s, Burger King o pollo frito KFC, la comida rápida por excelencia en la Cuba del siglo 21 son las fritangas y las croquetas de ingredientes desconocidos.

En toda La Habana hay miles de carros ambulantes dotados de rústicas cocinas, dedicadas a freír y vender frituras y croquetas a peso. Los hay como Ignacio, que elaboran la masa de sus frituras con harina de castilla, sal y cebollinos. José Antonio solo le añade un sazonador industrial mixto. Yoana prefiere confeccionarlas con ñame o maíz molido. No saben mal si se comen calientes.

Ya frías es otra cosa. Una bola grasienta acartonada con sabor a plástico. En la capital, las croquetas no suelen ser elaboradas por los fritureros. Las compran al por mayor en pescaderías especializadas. Al revenderlas, ganan el 50% del dinero invertido.

Es de los alimentos más baratos que ahora mismo se puede conseguir en moneda nacional. Un paquete con diez croquetas vale 5 pesos. Al alcance de todos los bolsillos. Aunque nadie a ciencia cierta conoce su contenido.

Unos aseguran que son de claria o pez gato. Otros afirman que se elaboran con remanentes de pescado. Y una persona, que dice haber laborado en un centro donde se confeccionan croquetas, asegura que se procesan con pellejos de pollo. Da igual. Son el comodín gastronómico de ancianos, jubilados, estudiantes, vagabundos, desempleados y trabajadores.

Lo mismo desayunas con un par de croquetas de ‘averigua’, que te sirven para la merienda del colegio de los hijos. También son habituales en almuerzos o comidas, junto al inseparable arroz blanco, potaje de chícharos o frijoles negros y ensalada de tomate.

Si los vendedores ambulantes de fritangas no son dueños del carricoche, por 50 pesos diarios se lo alquilan a un tipo que es propietario de varios cachivaches. Antes de salir el sol, los fritureros van calentando el aceite en una gran vasija de hierro fundido. Después, con la candela bien alta, van friendo pequeñas bolas de harina. Con el mismo aceite suelen freír cientos de frituras. Las croquetas las cocinan a fuego medio.

Algunos fritureros venden las croquetas solas, a peso cada una. Los más ingeniosos ofertan un pan con dos croquetas por 5 pesos. La comida rápida criolla se baja con refresco instántaneo, a dos pesos el vaso. Cientos de alumnos y obreros, camino a su escuela o fábrica, a paso doble desayunan frituras o croquetas. Desde hace décadas, el desayuno es un ave rara en casi todas las familias en la isla.

Para la mayoría de los cubanos, esos desayunos de huevos revueltos con bacon o jamón, tostadas con mantequilla, jugo de naranja y leche con café o chocolate es cosa de ricos, ejecutivos y ministros. O simplemente una extravagancia que uno ve en filmes extranjeros.

En Cuba, lo normal es desayunar café sin leche, y al pan de 80 gramos que toca per cápita por la libreta de racionamiento, untarle una capa fina de mayonesa casera o aceite y ajo.

Las frituras entraron en la galería de la fama en los 90, los años duros del ‘período especial’. Una etapa donde las urgencias alimentarias llevó a paliar el hambre con tisanas de cáscaras de toronja u hojas de naranja. O agua tibia con azúcar prieta, la famosa ‘sopa de gallo’.

Cuentan que algunos pícaros indolentes hicieron plata vendiendo pizzas sustituyendo el queso por preservativos chinos derretidos. En esa época, la gente perdía kilos como si estuviese en una sauna finlandesa y llegaron enfermedades exóticas como el beri beri o la neuritis óptica.

Fue entonces cuando la autocracia verde olivo sacó de la manga una lista de bodrios patentados por expertos en nutrición. En laboratorios diseñaron alimentos para engañar el estómago: pasta de oca, fricandel, perro sin tripa, masa cárnica (sin carne), cerelac, chocolatín con leche en polvo y tacos, presuntamente mexicanos, rellenos con frijoles negros.

El padre de todos esos inventos es Fidel Castro. Un incansable investigador alimentario que a sus 86 años ha declarado orgulloso que la moringa será el plato por excelencia del cubano en el futuro. La joya de la corona fue un picadillo, elaborado con restos de carne de res, puerco o pollo, y ligado con un 60% de soya. Su nombre oficial era ‘picadillo extendido’, pero la gente le decía ‘picadillo de soya’.

Los carniceros habaneros lo extrañan. Por las noches, a hurtadillas, vertían galones de agua sobre recipientes repletos del nauseabundo picadillo. El mejunje crecía, según ellos, sin perder sus cualidades. Es, quizás, el único alimento patentado en Cuba que se acercaba a la parábola bíblica de multiplicar los panes y los peces.

De momento, los años duros han quedado atrás. Pero el asunto de la comida sigue siendo la prioridad número uno del cubano.

A falta de McDonald’s, Burger King y pollo frito KFC, las frituras de harina y las croquetas de ingredientes desconocidos están de moda en La Habana. Claro, no se pueden comparar con un sandwich de Miami, una tortilla de papas en Madrid o un Kebab turco en Berlín. Pero se venden a granel por toda la ciudad.

Iván García

Foto: Tomada de Noticias 24.

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