viernes, 29 de marzo de 2013

¿Por qué no hemos hecho caso a Walesa?



En recientes declaraciones a Martí Noticias, Lech Walesa se preguntaba por qué los opositores cubanos han demorado tanto en seguir sus consejos, y en vez de seguir con los demasiados líderes y organizaciones que hay, se unen de una buena vez para acabar con la dictadura.

Para explicar el por qué no se ha logrado esa unidad y que ni siquiera se avizore el surgimiento en la isla de algo parecido al Sindicato Solidaridad, habría que evitar primeramente la tentación de responder que porque no somos polacos, sino cubanos, con todo lo que ello implica (tozudez y voluntarismo incluidos).

Entre los casos de Cuba y Polonia, son más las diferencias que las similitudes.

El régimen castrista no fue impuesto por el Ejército Rojo. El nacionalismo, anti-ruso y con hondas raíces históricas en el caso de Polonia, ha sido secuestrado por el castrismo para presentarse como la única fuerza capaz de preservar la soberanía e incluso la existencia de la nación frente a los Estados Unidos. Así, los opositores al régimen son presentados invariablemente por la propaganda oficial como “mercenarios al servicio del imperialismo”.

Mientras que en Polonia, un país profundamente católico, la iglesia apoyó incondicionalmente a Solidaridad, la alta jerarquía de la iglesia católica cubana, que ni remotamente es tan fuerte e influyente como la polaca, luego de un repliegue forzado que duró décadas, se ha mostrado más favorable a colaborar con el régimen que con la oposición, con la que los vínculos son prácticamente nulos.

La existencia de un exilio numeroso, militante, con bastantes recursos económicos y una fuerte presencia en la política estadounidense, ha hecho que existan paralelamente dos oposiciones a la dictadura: una interna y otra en el exterior. A veces, las tácticas, estrategias e intereses de ambas se interfieren. Paradójicamente, el apoyo económico que el exilio brinda a la oposición interna ha provocado la fractura o la duplicación de no pocos proyectos opositores.

A través de sus infiltrados y provocadores, la Seguridad del Estado ha aprovechado esta situación para atizar los conflictos dentro de las organizaciones opositoras.

El Programa de Refugiados, la concesión de 20,000 visas norteamericanas anuales para Cuba y la existencia de la Ley de Ajuste Cubano, significan una sangría constante para la oposición interna. Con tantos opositores que marchan al exilio -porque la represión no les deja otra opción, porque salieron muy enfermos de las cárceles o sencillamente porque se cansaron de luchar- hacer oposición en Cuba se convierte en una interminable carrera de relevos, en la que casi son tantos los que se van como los que se incorporan.

Con tantas décadas de apatía ciudadana y tanto deterioro como hay en la sociedad cubana actual, no todos los que se incorporan a la oposición son dechados de virtudes. Muchos arrastran los vicios y taras del sistema y los trasplantan en el campo opositor. Es el material humano que nos ha tocado y con él hay que lidiar.

Lo más difícil son las ansias de protagonismo, la intolerancia a las opiniones contrarias, las tentaciones autoritarias, el caudillismo que no acabamos de quitarnos de encima.

En esas circunstancias, no se sabe hasta qué punto es conveniente forzar una unidad para la que evidentemente no estamos preparados. Y menos la conveniencia de buscarnos un líder único, que de tan carismático, valiente y virtuoso, se sienta por encima del bien y el mal y nos haga repetir el cuento del Máximo Líder.

De cualquier modo, me temo que ahora mismo no haya muchos líderes opositores dispuestos a sacrificar sus proyectos, algunos de ellos, coherentes y con frutos a la vista, en pos de uno común, con resultados a mediano o largo plazo que todavía estén por verse. Y menos todavía que acepten subordinarse modestamente a otro líder.

¿Y si nos equivocamos otra vez y el líder único que nos encasquetan fue sembrado -con una buena leyenda y todo- por la Seguridad del Estado?

Paradójicamente, la tan denostada fragmentación de la oposición, también le ha reportado beneficios. El individualismo y la espontaneidad dentro de los numerosos grupos opositores han hecho más difícil y complejo el trabajo de los represores.

Pero no solo eso. Si algo positivo ha resultado de la fragmentación de la oposición es la diversidad de enfoques y visiones.

No debemos sacrificar la pluralidad dentro de la oposición. Es algo que ya tenemos adelantado en el camino a la democracia, donde es sabido que se busca el consenso y no la unanimidad.

Son razones a tener en cuenta antes de precipitarnos a las filas de otro partido único, a aplaudir las órdenes de un Disidente en Jefe.

Luis Cino
Cubanet, 19 de febrero de 2013

Leer también: Atinadas críticas de Lech Walesa, por Jorge Olivera.

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