lunes, 20 de mayo de 2013

El lechón de la despedida



El 14 de enero de 2013 se dio el pistoletazo de arrancada para que huyan los que puedan. Solo se precisa pasaporte, visa del país de destino, dinero y suerte. Pero tener un pasaporte en Cuba no es una garantía de que te irás a otros países a conquistar progreso. Los cubanos estamos mal adaptados, por el padrinaje estatal de más de cinco décadas.

En el mundo real se nos cataloga generalmente como vagos o posibles emigrantes. Así que adquirir un pasaporte no necesariamente significa que vas a irte a vivir o a visitar los Estados Unidos. La cosa está dura para que te aprueben la entrada.

Con el alza del banderín, la carrera de algunos ha sido febril. Se sabe de familias enteras que han vendido todos sus bienes y posesiones materiales para intentar buscar un país de destino y recomenzar una vida diferente. También sé de gente que se ha dedicado a visitar todos los consulados de las embajadas radicadas en Cuba, buscando conexiones para brincar hacia cualquier país del planeta.

En muchos casos, la respuesta que se han encontrado es que, por ser cubanos, se consideran potenciales inmigrantes, y por lo tanto, no serían bien recibidos en la mayoría de los países. En medio de tanto desenfreno, hay algunos que navegan con suerte, porque antes han adquirido el bendito pasaporte español por la vía familiar.

Un buen amigo, casado con una mujer descendiente de españoles, consiguió el milagro. Fueron beneficiarios de la denominada Ley de los Nietos, que promulgó el gobierno español hace unos años. Este amigo vivía de la fotografía, además jugaba a la bolita o emprendía cualquier negocio ocasional para poder sostener a su familia. Sin embargo, el dinero de los “inventos” no le daba para vivir.

Por una cuestión de estrategia familiar, decidieron que él se iría a las Islas Canarias por nueve meses a buscar nuevos horizontes económicos. De más está decir que el dinero para los trámites burocráticos en la embajada española rebasó sus posibilidades y hasta su imaginación. Así que contrajo deudas con otros amigos, tanto del exterior como cubanos.

Sin embargo, cuando llegaron los días previos al viaje, la despedida fue de lo más extravagante. En la casa de este amigo se comió lechón asado, yuca y arroz moro durante dos días. Centenares de cervezas bailaron fluidamente al ritmo de Descemer Bueno y Adele. En tanto, pasó un desfile de amigos de todas las edades, épocas y clases. Todo el mundo en ese momento crítico se convierte en “familia”.

Entonces, el día de la partida, las cosas se enredaron de un modo casi kafkiano. La pesadilla se concretó en el mismo aeropuerto. Al amigo le decomisaban los carretes fotográficos de su obra artística, mientras el avión lo estaba esperando y lo llamaban por los altavoces del aeropuerto.

Los oficiales lo retuvieron en la frontera y el avión partió sin él. Esa noche lo mandaron a dormir en el hotel El Bosque, debido a que la aduana le reasignó, para el día siguiente, un nuevo vuelo rumbo a España. Logró irse extremadamente exhausto, furioso y a punto del colapso nervioso, en el último avión de la noche que volaba a Madrid.

Días más tarde, repuesto de tan aterradora salida de Cuba, nos comentó por email el trabajo que pasó para brincar de esta “isla, hoyo del no tiempo y del no espacio”. A pesar del susto y el mal rato, piensa que la suerte lo ha acompañado. Logró materializar lo que millones de cubanos anhelan: un pasaporte con visado y toda la responsabilidad sobre los hombros para labrarse un futuro mejor.

Texto y foto: Polina Martínez Shvietsova
Cubanet, 28 de marzo de 2013.

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