miércoles, 20 de noviembre de 2013

Malagradecidos



Vivo preguntándome cuándo llegará ese día en el que los cubanos que viven en la isla tengan que pagar sus propios Bills (cuentas, facturas, pagarés, impuestos). Y escribo la palabra en inglés porque muchos de los que viven allá están a la vanguardia con las novelas, la moda, las películas y con todo lo último y más reciente que sale aquí: desde el último iPhone y los equipos más novedosos, hasta el último libro “bestseller” y la película más taquillera de las salas de cine; así que estoy segura que estarán familiarizados también con la palabra Bills.

Claro que cuando yo he ido de visita -en mi caso muy particular y ojalá que no sea el suyo- y les he contado de mis Bills y de todo el esfuerzo que tengo que hacer para cumplir con estos compromisos cada mes, a ellos, como es lógico, no les ha interesado mucho el tema o digamos que no le han prestado la debida atención.

Y qué les va a preocupar a ellos, si la mayoría de mi familia se ha convertido en ese grupo privilegiado que no trabaja porque “total lo que pagan allá es una miseria” y no les da para nada. Y como las remesas familiares nunca faltan todos los meses, pues no hay necesidad de mover un solo dedo -a menos que sea para marcar “el número del cielo” como ellos le dicen de donde les llueve “todo un río de bendiciones” (léase por “bendiciones” ropa, zapatos, televisores, DVDs, sábanas, toallas, y todo, absolutamente todo lo demás).

Mis primos comentan que han perdido el ánimo de estudiar: “¿Para qué voy a estudiar Medicina por cinco años si después que termine con las pestañas quemadas y el cerebro derretido voy a ganar 20 CUC al mes y eso no me dará ni para comprarme una bicicleta… Además, yo no quiero que me manden a cumplir misión para esos países pobres”.

A mi familia no le hables de trabajo, esfuerzo, ni sacrificio. No, a ellos háblales de lo más nuevo y lo más innovador que haya en el mercado americano, de las mejores discotecas del mundo, de las celebridades de farándula, háblales de una vida semejante a las de todos esos protagonistas rubios, bellos y millonarios de las películas. Cuéntale cómo se vive en Nueva York y Los Ángeles, de los autos más modernos… Si de ropa se trata, que sea “de marca”, de la más flamante, de la que queme los ojos por la curiosidad de contemplar.

Mi familia es numerosa, mi abuelo tiene nueve hermanos y mi abuela por su parte tiene otros ocho. Los hermanos de mis abuelos tienen hijos y nietos. Mi madre tiene dos hermanas en Cuba; esas hermanas tienen hijos y esos primos de mi madre tienen también hijos. Y digamos que esos hijos de las hermanas de mi madre y los hijos de los primos de mi madre son los que más piden. “Pedir de todo” es algo frecuente en mi familia. Lo que sea, no importa, incesantemente.

Nada es suficiente; allá no hay absolutamente nada y todo hace falta, todo es de suma importancia y urgencia. Todo lo quieren de aquí, eso es un dato importante. “Te mando el dinero y te lo compras allá”, me atrevo a sugerirles a veces. “No, No, de ninguna manera, las cosas de aquí no sirven, no duran nada”. Gasta entonces dinero comprándolo aquí, gasta dinero entonces mandándolo para allá... y lo peor del caso es que nunca quedan contentos, nada es suficiente, el cuento de Masicas en "El camarón encantado" les queda corto; existe un padecimiento a la inconformidad muy triste, muy grave.

Lo cierto es que la mayoría no sabe de dónde salen las cosas, nunca han tenido la necesidad de trabajar, ni de esforzarse en la vida para nada, porque desde que la familia se fue del país les ha mandado de todo siempre. Yo no sé en tu familia, pero en la mía, la gente se embaraza para que les envíes la linda canastilla de aquí. Quieren tener el último iPhone y necesitan además que se lo recarguemos cada mes. Porque eso es otra cosa, Cuba y sus recargas telefónicas me tienen al punto del colapso. Hay que comprarles un celular, enviárselos y sostenérselos. Hay que alimentarlos, vestirlos, amueblarles la casa. “Tú te fuiste de Cuba para tener una vida mejor y para ayudarnos”, me recuerdan a menudo mis familiares…

¡Y sí, me fui de Cuba para ayudarlos! Pero una cosa es “una ayuda” y la otra muy distinta es “la obligación” perenne de mantenerlos; y no solo de mantenerlos, sino de cumplir con todos sus antojos, fantasías o extravagancias, porque hasta los peines y los cepillos de dientes quieren que digan “Made in USA” -y con el que yo me cepillo aquí dice Made in China.

Le comentaba a mi abuela que nosotros tenemos la culpa de todo. Los hemos mal acostumbrado demasiado, hemos estado construyendo unos monstruos aprovechados; incapaces de valerse por sí mismos; que carecen de todo tipo de compromiso para desempeñarse en la vida, renuentes a realizar cualquier tipo de tarea u oficios. Unos desconsiderados por excelencia.

Son muy pocos (por no decir ninguno) los interesados en lanzarse a las calles a reclamar derechos, cambios o una existencia distinta. Mi familia forma parte de una sociedad acomodada que no tiene otra aspiración que no sea largarse de Cuba o esperar paciente y tranquilamente por las remesas familiares. Mal acostumbrados que pretender vivir sin estrés, sin preocupaciones y sin Bills.

Dania Ferro
Diario de las Américas, 18 de septiembre de 2013.
Foto: Tienda Adidas en La Habana. Tomada de El consumismo vence al comunismo en Cuba.

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