lunes, 17 de febrero de 2014

O no llegamos o nos pasamos


¿Han visto ustedes alguna vez un juego de pelota en los estadios Guillermón Moncada de Santiago de Cuba o el Latinoamericano de La Habana? Si lo han visto, entonces saben de qué estoy hablando.

Para un equipo contrario, jugar y ganar en un Guillermón o Latinoamericano repleto hasta la bandera, es una prueba más que exigente. Pregúntenle al destacado árbitro cubano Iván Davis, hoy residente en Miami, la que te cae encima cuando el fanático considera que te equivocaste en una decisión.

Te tiran botellas plásticas al terreno. Te recuerdan a tu madre. O te esperan en las afueras, para ver si te pueden dar un gaznatón. Los grandes peloteros cubanos reconocen que no hay peor sitio para jugar que el Guillermón Moncada, con la conga santiaguera y su corneta china, repicando durante las tres horas que dura un partido.

Sin embargo, esa presión adicional de los fanáticos, es lo que hace a muchos peloteros sacar lo mejor de sí en el juego. “En otros estadios tu juegas a la pelota, pero en el Latino y el Guillermón tu disfrutas la pelota”, me contaba un ex pelotero del equipo Industriales. Bueno, eso era antes.

Porque la Federación Cubana de Béisbol, a través de un decreto divulgado el pasado mes de noviembre, pretendió prohibir las congas y el reguetón en los estadios. Pero ante la realidad de que los estadios cubanos parecieran funerarias, pero sobre todo por la polvareda que levantó la medida, las autoridades dieron marcha atrás.

Ahora dicen que van a estudiar la posibilidad de trasladar la música hacia las gradas de los jardines. Veremos cómo queda la cosa. Menos mal que todavía el público en los estadios puede tomar café mezclado con chícharos, discutir las jugadas y hablar boberías sobre las estadísticas.

Cambiando de tema. Desde hace varias temporadas, los medios oficiales ruegan que se devuelvan las pelotas que caen en el graderío. Pretenden convencer a los espectadores con el gastado discurso de que cada pelota le cuesta al Estado unos 6 dólares.

La gente también puede decir lo mismo. En el mercado negro, una pelota cuesta un peso convertible. Y en una tienda recaudadora de divisas, un par de spikes, un guante y un bate de aluminio, en su conjunto, ronda los 150 cuc, el salario de 8 meses de trabajo de un obrero.

Es cierto. Por el bien del orden público, hay situaciones que se deben prohibir. Las gradas de algunos estadios se han convertido en bares de mala muerte. Las botellas de ron se pasan de mano en mano durante los partidos. Igualmente son censurables las ofensas que les gritan a los peloteros. Las apuestas siguen haciéndose, pese a la vigilancia policial.

Si los estirados funcionarios de la FIFA, ésos que multan y castigan a los equipos por cánticos racistas en Europa, se dan una vuelta por Cuba, quedarían perplejos con los gritos de “negro mono” a un jugador. Los insultos raciales en el Latino eran una constante con jugadores de la talla de Pedro Luis Lazo. El soberbio pitcher de Pinar del Río acallaba las tribunas con una espesa lechada a Industriales.

Está bien que se intente controlar la violencia verbal y física desde las gradas. ¿Pero por qué también la música? Máximo Gómez, general dominicano de nuestra Guerra de Independencia, dijo que los cubanos, o no llegamos, o nos pasamos. Nos retrató de cuerpo entero.

Iván García

Video: Conga santiaguera en el Guillermón Moncada, durante un play off entre 'las avispas' de Santiago de Cuba y 'las naranjas' de Villa Clara, el 15 de mayo de 2009.

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