lunes, 12 de mayo de 2014

La caja de Pandora



Cuando Roberto, músico cubano, viaja en su confortable Audi de color azul, se siente un tipo pleno y realizado. Su piel es oscura como el petróleo. Pero gracias a su talento viaja por medio mundo y gana moneda dura.

Ha visitado famosas tiendas en Madrid y Nueva York. Cuando está en Cuba no escatima dinero.

Se aloja en algún hotel Meliá de Varadero y en las noches habaneras se va con su esposa a discotecas de moda, donde una botella de whisky Black Label, bien puede costar 100 cuc.

Puede darse ese lujo. También, sin mirar los precios, puede adquirir artículos en las tiendas del Centro Comercial Comodoro, Miramar. Su profesión de músico le ha permitido tener una casa bien amueblada y con aire acondicionado central.

Roberto triunfa en una de las escasas opciones que tienen los de su raza para sobresalir en Cuba: la música. O en el baile, pero sobre todo en el deporte: boxeo, atletismo y béisbol.

La mayoría de los negros en la isla viven en las peores casas y devengan los salarios más bajos. Son los que engordan las cifras de las prisiones. Y los que suelen cometer los delitos más aberrantes, como violaciones, robos con fuerza y asesinatos.

No es un problema creado por la revolución verde olivo. Desde que en 1886 se aboliera la esclavitud, el negro cubano no ascendió en la escala social en proporción con el porcentaje que ocupaba dentro de la población. Siempre hubo racismo implícito.

Y aunque la Constitución no hacía distinciones por el color de la piel a la hora de un ciudadano ocupar un cargo o estudiar una carrera universitaria, lo cierto es que los negros escasearon entre los políticos e intelectuales de la primera mitad del siglo XX.

Antes de 1959, los pocos que se destacaron fuera de las fronteras cubanas, como Kid Chocolate, Orestes Miñoso, Chano Pozo, Arsenio Rodríguez, Mario Bauzá o Bola de Nieve, brillaban con luz propia en el deporte o la música.

En los primeros años de la República -fundada el 20 de mayo de 1902- los hombres de negocios, generales o senadores, en su inmensa mayoría eran de la raza blanca.

Había lugares, como el parque de Santa Clara, donde los negros no podían caminar o sentarse en sitios destinados a blancos. En el resto del país existían clubes exclusivos para blancos, donde los negros eran camareros o limpiapisos.

En el Partido Socialista Popular, el color de la piel no importaba, sino el talento. Negros o mulatos eran Blas Roca, su secretario general, un mulato claro nacido en Manzanillo; los sindicalistas Lázaro Peña, Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, Sandalio Hernández y Juan Taquechel; el poeta Nicolás Guillén o Salvador García Agüero, uno de los más excelsos oradores que ha tenido Cuba.

Pero el 1 de enero de 1959, Fidel Castro llegó al poder. Hasta donde se sabe, Castro no es racista. Pero ha estado tan alejado de la problemática negra como un cosmonauta de la Tierra.

Entre focos guerrilleros en América Latina y África, planes descerebrados y el método de gobernar como si el país fuese un campamento militar, pensó que sólo con leyes se ponía freno a cualquier brote de diferencia racial.

El racismo en la actualidad es sutil. Pero existe.

Pregúntenle a Daniel, ex recluso, si él ha notado menos racismo y le dirá de manera que desde que nació, en el barrio marginal de San Leopoldo, en el centro de La Habana, a pesar de las consignas y la propaganda oficial, los negros tienen mínimas oportunidades para poder cambiar sus vidas.

Sara, socióloga, profundiza sobre el tema. “Siempre hubo sentimientos encontrados en materia racial. Aparte de clubes y parques solo para blancos, en algunas regiones, como la antigua provincia de Camagüey, las muestras de racismo eran abiertas. Después, con la revolución, al fenómeno no se le dio el tratamiento adecuado. Y en los puestos destacados, sean económicos o administrativos, son pocos los negros. Y los que están, no llegaron por su talento, sino por una evidente respuesta política de aumentar el número de negros y mestizos en cargos de dirección”.

Desde hace tiempo, el problema negro es una caja de pandora en Cuba. Cuando en agosto de 1994, cientos de personas se echaron a la calle para intentar emigrar a como diera lugar, se sucedieron actos de violencia y desórdenes que terminaron con residentes negros y mestizos de los barrios de San Leopoldo y Colón, apedreando vidrieras y robando en tiendas por divisas.

La mayoría de exiliados que pueden enviar dinero para que sus familias compren artículos electrodomésticos o puedan reparar sus deterioradas viviendas, son de la raza blanca.

Y aunque usted ve en las calles habaneras un gran número de parejas interraciales, en la Cuba profunda se mantienen prejuicios raciales en una parte considerable de la población. Y eso no se puede legislar. Ni erradicar con comisiones culturales dirigidas por el partido comunista.

Con la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, para muchos negros y mestizos cubanos se ha derribado la campaña desinformativa de la prensa oficial, que durante años ha ignorado los avances en ese campo en los vecinos del Norte, a pesar de la fuerte tendencia aislacionista y racista de un sector poderoso de los Estados Unidos.

A pesar de que en Cuba nunca ha habido leyes racistas, como sí aconteció en los Estados Unidos, el negro es casi invisible en los puestos de relevancia dentro de la política y la economía.

Mientras llega el momento de que la situación cambie, Roberto sabe que es un privilegiado, al pertenecer a una casta exclusiva y minoritaria de negros que triunfan en la música o el deporte.

En vez de entrar en cuestionamientos, prefiere tomarse una cerveza Bucanero. Disfrutar de su reluciente coche Audi, su reloj Cartier y sus tenis Nike último modelo.

Aunque para él la vida es bella, desearía que una versión caribeña de Barack Obama algún día llegara al poder en Cuba.

Iván García
Versión de trabajo redactado en 2009.

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