lunes, 28 de julio de 2014

Ecología no rima con socialismo



Hace unos meses, en Caracas, en medio de una pachanga chavista, donde los panas de las camisas rojas posaron de verdes ambientalistas para repudiar la tala de árboles para las guarimbas, el presidente Nicolás Maduro anunció la realización de un próximo congreso constituyente ecologista.

¿Qué saldría de ese congreso? ¿Una enmienda a la constitución bolivariana que consagre el respeto a la Madre Natura, o la Pachamama, si prefieren, para que suene más folklórico y adecuado al socialismo del siglo XXI?

No estaría mal la iniciativa, pero, ¿en estos momentos, con tantos y tan graves problemas como hay en Venezuela? ¿Se respetarían realmente los derechos de la Pachamama en Venezuela?

A juzgar por lo visto en Ecuador, donde estos derechos están reflejados en la Constitución, parece que no. Cuando del petróleo amazónico se trata, el demagogo de Rafael Correa está tan dispuesto a embarrarse la mano como los rapaces inescrupulosos de la Chevron.

En la pachanga ecológica chavista lo menos importante es la ecología. Lo suyo es otro tipo de “ambiente”. Uno que tiene que ver más con los matones en motos de los colectivos que con la Pachamama.

El socialismo del siglo XXI per se no garantiza la protección del medio ambiente. No hay por qué hacerse ilusiones, solo porque Evo Morales haga ofrendas –cuando se acuerda, le conviene y le da por eso- en el Tihuanaco o el lago Titicaca.

Ecología no rima con ninguno de los ismos. Todos sabemos las graves consecuencias que ha tenido para la salud del planeta la voracidad de las corporaciones multinacionales capitalistas. Pero el socialismo real -el único que ha existido y que si ya no existe como tal es porque es absolutamente incompatible con la naturaleza humana- con sus empresas faraónicas de planificación centralizada, a las que no había quién les reclamara por los desastres -como el de Chernóbil-, parece haberlo aventajado en cuanto a contaminación, desertificación y otros daños ambientales en Europa Oriental y las repúblicas ex soviéticas del Asia Central.

La Cuba del socialismo castrista, “el mar de felicidad” que decía Hugo Chávez, no es una excepción.

Los chavistas, que muestran esa loable preocupación por los árboles, debían saber que, en Cuba, la deforestación producida por la tala indiscriminada ha provocado la erosión y salinización de los suelos, además de incontables daños a los ecosistemas.

Entre 1968 y 1969, la Brigada Che Guevara, por iniciativa del Máximo Líder, con buldóceres y dinamita, destruyó millares de hectáreas de bosques en todo el país. El objetivo de aquel crimen de lesa ecología era dedicar esas tierras al cultivo de la caña que garantizaría la producción de 10 millones de toneladas de azúcar en la zafra de 1970, que finalmente no fueron, a pesar de que el Comandante todo lo puso en función de ella, e hizo que el año durara más de doce meses y la semana -¡ay, Manzanero!- más de siete días… de trabajo forzado en los cañaverales.

Para sembrar café caturra en el llamado Cordón de La Habana, otra brillante idea del Comandante, la susodicha brigada arrasó las arboledas que rodeaban la capital, para dejarnos sin frutas, sin sombra, tan achicharrados por el sol como las posturas de cafetos que no prosperaron, y con bandadas de pájaros que huían buscando donde anidar y que se arremolinaban en el cielo, como los de aquella película de Hitchcock, solo que en lugar de atacar, se cagaban en las cabezas de los habaneros.

Los desastres ecológicos alcanzarían su clímax durante el Periodo Especial, cuando los árboles y los bancos de los parques fueron convertidos en leña para cocinar, se llevaron la arena de las playas para reparar las casas que se venían abajo, y las clarias que algunos aprendices de mago (biólogos) introdujeron en Cuba para garantizar que pudiéramos comer pescado, acabaron con casi todas las especies de la fauna fluvial.

Todas estas barbaridades deberían ser tomadas en cuenta por esos atorrantes y oligofrénicos, que ahora quieren hacer que rime -a la cañona- la ecología con el socialismo.

Luis Cino
Cubanet, 18 de abril de 2014.
Foto: Pedraplén de Caibarién a Cayo Santa María, al norte de Cuba, 48 kilómetros de carretera construidos sobre el mar. Uno de los impactos más fuertes al ecosistema marino. Tomada de Cubanet.

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