lunes, 11 de agosto de 2014

Empinar el codo, deporte nacional



Las cosas le iban bien a Ricardo. Ganaba suficiente dinero traficando alimentos robados en un hotel cinco estrellas. Cada sábado, al caer la tarde, con un grupo de amigos se sentaba en un bar de la Avenida del Puerto, frente a las sucias aguas de la bahía de La Habana.

“En un día malo me buscaba no menos de 100 dólares. Tenía resuelto el problema de la comida en casa y no me faltaba lo esencial para que mi familia viviera desahogadamente. Por hobby comencé a beber, para alejarme del aburrimiento. Fue gradual. Comencé con varios socios, bajándonos dos cajas de cerveza Cristal. Después, estábamos hasta doce horas empinando el codo. Terminaba en el hotel y me iba a beber. Invitaba a cualquiera. A veces gastaba los 100 o 150 dólares que por la izquierda me buscaba en cada jornada ”, cuenta Ricardo.

Las fiestas nocturnas fueron subiendo de intensidad. Jineteras, bazucos de marihuana y cocaína, regados con exceso de cerveza clara y ron añejo. En el otoño de 2011, Ricardo perdió el trabajo.

Pero la dependencia al alcohol siguió cuesta arriba. “Cuando gasté el dinero ahorrado en bebederas y vacilones, comencé a vender ropa y los electrodomésticos de la casa. Me separé de mi esposa. Dormía en un portal o edificio deshabitado. Toqué fondo. Una mañana, mi padre cargó conmigo para la consulta de alcohólicos anónimos del Hospital Clínico Quirúrgico”, confiesa Ricardo.

Ahora sigue un tratamiento y cree que está a tiempo de encaminar su vida. Olga, psicóloga especializada en casos de alcoholismo y drogadicción, señala: “Tenemos una realidad política y económica que ahoga a muchos ciudadanos. Entonces se rinden ante el alcohol o las drogas. No siempre las consultas son efectivas. Uno de cada tres recae con más fuerza en sus vicios”.

Según un despacho de la agencia EFE, Chile es el primer país de América Latina con mayor consumo de alcohol per cápita. Entre 35 naciones del continente, Cuba aparece a la mitad de la tabla, en el lugar 15, con 5,2 litros de alcohol al año.

“Si fuera así, estaríamos bien. Es probable que en el caso de Cuba esa estadística se refiera solo a las bebidas que se venden en moneda convertible. Aquí se toma por todo y a toda hora. Cualquier cosa es un buen pretexto para beber ron o cerveza”, apunta la psicóloga.

Especialistas sanitarios de la isla reconocen que el consumo de alcohol alcanza cotas peligrosas. En el verano de 2013, en una mesa redonda televisiva titulada “El alcohol encima de la mesa”, el doctor Ricardo González, director del Servicio de Adicciones del Hospital Psiquiátrico de La Habana, admitió que "el alcoholismo no es un fenómeno relacionado con personas de actitudes marginales", si no que se trata de un fenómeno extendido a toda la población, con preocupante incidencia entre los jóvenes.

El alcoholismo o dipsomanía se encuentra entre las diez primeras causas de muerte en Cuba. Los expertos reconocen que en los últimos 20 años el consumo de bebidas alcohólicas ha aumentado considerablemente. Un estudio efectuado por un equipo multidisciplinario del hospital Carlos J. Finlay, asegura que 9 de cada 10 suicidas son alcohólicos.

La dipsomanía también causa muertes por riñas callejeras, envenenamientos, accidentes de tránsito, cáncer gástrico, cirrosis hepática y pancreatitis hemorrágica, entre otras. Según cifras oficiales, un 45% de la población cubana mayor de 15 años consume bebidas alcohólicas.

En Cuba los bebedores se pueden clasificar en tres grandes grupos: ocasionales, sociales y adictos. También de acuerdo a su status económico.

Mientras los cubanos solventes toman solo cerveza importada o nacional de calidad superior, ron añejo Caney, Santiago o Havana Club Reserva 7 años, un segmento grande de la población bebe cerveza infame de cuarta categoría, ron de baja calidad y en el mejor de los casos Planchao, una cajita de cartón de medio litro de ron blanco que se ha transformado en la bebida más popular, pues cabe en cualquier bolsillo.

Luego están los alcohólicos incurables que beben el trago de los olvidados. Un ron casero que se purga con carbón industrial o mierda de vaca. Tienen una colección de nombres, algunos bastante folclóricos: Bájate el blúmer, Chispa de tren, Hueso de tigre, Se acabó el abuso o El colirio de los guapos.

La habanera Mercedes se dedica a la venta de ron casero en su casa. “Yo vendo desde medio litro a 10 pesos a una botella en 20. Un vaso cuesta 5 pesos. En una semana vendo hasta 40 botellas”.

Nelson es uno de sus mejores clientes. Come poco y mal, en cualquier fonda hedionda o restos de alimentos en latones de basura. Se baña cuando se acuerda y duerme encima de cartones, en el pasillo de un edificio en el barrio de La Víbora. Su barba raída y sucia le ha dado sustos: al verse en el espejo ha llegado a creer que es otro hombre. Siempre anda con un botellín plástico en el bolsillo trasero de un pantalón remendado.

Junto a un grupo de mendigos, desde que sale el sol, beben con parsimonia pequeños tragos de ron casero. Ganan un poco de dinero chapeando canteros o vendiendo artículos viejos y libros de uso. La vida de Nelson es un dramático círculo vicioso. Alcohol, comer algo, dormir unas horas y, de nuevo, el buche de alcohol.

El régimen de Fidel Castro propició una siniestra subcultura alcohólica. No hay un solo municipio que por lo menos no tenga una pipa para vender cerveza a granel. En cualquier acto de apoyo al gobierno, se monta la pachanga donde no falta la venta de ron y cerveza.

Las fiestas populares de los pueblos en la Cuba profunda se han convertido en música estruendosa, quioscos con ofertas de fiambres y pipas de ron y cerveza de baja calidad, cuyo único fin es emborrachar a la gente. Luego orinan en plena calle, hacen el amor en cualquier recodo o inician broncas a machetazos cuando es excesivo el alcohol consumido.

En bateyes perdidos de la geografía isleña, donde una vez existieron centrales azucareros, muchos pobladores, como piratas, beben a pulso un alcohol pendenciero que te saca lágrimas de los ojos.

En la capital y ciudades del interior, detrás del glamour de bares privados o por divisas, climatizados y con precios de infarto, encuentras cochambrosos cafetines estatales, donde los alcohólicos consuetudinarios desahogan sus penas y frustraciones.

Esos cafetines abren a las 9 de la mañana. En ellos se vende el peor ron posible y un brebaje con un sabor parecido a la cerveza. Sitios en tierra de nadie. Fuera del alcance de cualquier estadística.

Iván García
Foto: Tomada de Cubanet.

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