viernes, 29 de agosto de 2014

Gerardo y su baño portátil



Gerardo, 71 años, ya no recuerda cuantos oficios ha tenido en su vida. “He hecho de todo. Jugué pelota, corté caña y fui pescador ilegal. Ahora estoy aquí, cuidando baños públicos”, dice con orgullo.

Es un tipo enjuto y fibroso de manos callosas. Viste una camisa gastada de rayas y unos zapatos zurcidos. Pero mantiene una dignidad en la mirada y un optimismo a pruebas de bala.

Reside en una cuartería tremebunda en la parte vieja de La Habana. Ni siquiera los achaques le impiden salir a la calle a ganarse un puñado de pesos y ponerle un plato de comida caliente en la mesa a su esposa y a su nieta menor.

Pero aunque el viejo Gerardo desborda optimismo, hay que ser demasiado creativo para encasillarlo como ‘pequeño empresario’.

Todas las mañanas, pasadas las 10, Gerardo camina un kilómetro y medio hasta su negocio, un baño portátil plástico de color azul oscuro que sirve de urinario a los clientes de tres bares colindantes con la Bahía habanera.

Cobra un peso por orinar. Y tres por evacuar. “Es que la taza está tupida. Entonces tengo que cargar mayor cantidad de agua”, aclara. Obtiene el agua para descargar el baño directamente del mar, con una lata grande que una vez fue de mermelada de guayaba, amarrada a una soga.

“Es un trabajo arduo. Estoy hasta doce horas. Pero cuando llego a casa con 4 o 5 cuc, le ruego a Dios que me dé fuerza para vivir unos años más, ayudar a mi esposa y vestir y calzar a mi nieta. Ellas son lo mejor que me ha dado la vida”, confiesa.

“Pago de 100 a 120 pesos de impuestos. Mi paga como jubilado es de 211 pesos mensuales. Ese dinero más lo que me busco cuidando el baño, solo me alcanza para comer decentemente. No me quejo. A veces, extranjeros que siempre andan por esta zona, me regalan 5 o 10 cuc por dejarle tirar fotos al urinario. Supongo que lo ven como algo exótico”, cuenta Gerardo, un conversador empedernido.

Una flota de ómnibus de turismo aparca no muy lejos del baño de Gerardo. Un trío de viejos músicos ambulantes asedian a los forasteros cantando el sempiterno Chan chan de Compay Segundo. “Por aquí en los años 90, anduvieron Pío Leyva e Ibrahim Ferrer ‘haciendo sopa’ (cantando en bares y restaurantes). Se sacaron la lotería cuando Ry Cooder los puso a viajar por el mundo”, recuerda.

La fresca brisa marina alivia un tanto el calor. La calle parece un sartén caliente. Sentado en una silla de hierro fundido, Gerardo se considera un privilegiado. “Desde aquí se divisa todo. El Cristo de Casablanca, el faro del Morro, las jineteras o vendedores ilegales de tabacos que andan a la caza de ‘yumas’ (extranjeros) También los rateros que están pa’ lo que se cae del camión”.

Los días de lluvia son malos para su negocio. “La gente no va a los bares a tomar cerveza, que es lo que da más ganas de orinar. Entonces le pongo candado al urinario y me voy a casa, a escuchar la radio”.

En alguna parte, Gerardo leyó de las intenciones de un grupo de “americanos que quieren suavizar el bloqueo y darle créditos a los privados en Cuba”.

Se sonríe y añade: “Si eso se hiciera realidad, yo pediría un crédito y mandaría a reparar el urinario. Compraría muebles sanitarios nuevos, tecnología moderna, tú sabes...”.

Y es que, contra viento y marea, a sus 71 años, Gerardo tiene un espíritu de ganador.
Texto y foto: Iván García

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