viernes, 7 de noviembre de 2014

Dos historias de prostitutas habaneras (II)



La primera vez que Yamilé se acostó con un hombre por dinero tuvo sensaciones encontradas.

“Me bañé tres veces. Como si quisiera corregir mi pecado. Pero luego con los 150 dólares que me dejó encima de una mesa de la habitación, a mi familia pude comprarle carne de res, pollo, pescado, queso y jamón. Tenía 19 años, un cuerpo de de campeonato y un rostro de modelo, pero con más necesidades que un forro de catre. Dejé a un lado el puritanismo y comencé a vivir a mi manera”, cuenta Yamilé diecisiete años después de haberse iniciado como prostituta.

Ya se sabe que la prostitución es el oficio más viejo del mundo. Los expertos pueden ofrecer mil teorías diferentes que motivan su práctica, pero en todas se puede encontrar el rastro del dinero.

En Cuba siempre hubo mujeres de vida alegre. Bayús legendarios y prostitutas sonadas. Pero la revolución de Fidel Castro aportó nuevos modus operandi.

Una ramera sueca cobra el sexo por hora. Y punto. Un segmento amplio de prostitutas cubanas tienen dos metas: una, cazar extranjeros de bolsillos amplios; dos, salir de la Isla vestidas de blanco, enganchadas al brazo de cualquier forastero.

Se les conoce con el término de jinetera. Una palabra que engloba algo más que sexo tarifado. Es ahora mismo una auténtica cultura nacional.

Jinetear es sinónimo de oportunismo y pillaje. Se puede jinetear a un pariente de Miami para que te envíe 300 dólares junto con la última versión de iPhone. O a un amigo para que pague media docena de cerveza clara.

Las jineteras en Cuba ya son tantas que asustan. Están en todas partes y al final de una noche de tragos y farras siempre se termina llamando a un par de ellas para montar un trío o un cuadro lésbico.

Existe un catálogo de precios. Desde las ‘matadoras de jugadas’ a 5 cuc la noche, hasta las refinadas que visten como funcionarias y se hartan de canapés y mojitos en cualquier recepción oficial.

Unas son más instruidas que otras. De manera desvergonzada, Fidel Castro reconoció en una entrevista que las jineteras cubanas estaban entre las más cultas del mundo.

Yamilé está en ese grupo. “Soy abogada, pero apenas he ejercido. Solo dos años de servicio social en un bufete destartalado en la Habana del Este. Una amiga de la Universidad fue la que me propuso salir a putear con ella. Tuvimos éxito. Era una mezcla de placer, visitar lugares vedados para la gente común, escapar de las doces horas de apagón y comer carne de res o caguama, todo un lujo para jóvenes de familias humildes”, acota.

Pero la belleza física tiene un plazo de caducidad. Ella lo sabía. “Entre ligues y ligues, mi plan fue iniciar una relación de pareja más o menos seria con algunos de mis ‘novios’. Calculé que un italiano apuesto y con cultura, podría ser el candidato. Pero el tipo me timó. Me creó un mundo perfecto. Una tarde de 2006 salí rumbo a Roma. Mi sueño era casarme, tener hijos y sacar de Cuba a mi familia”.

La primera decepción de Yamilé fue que su pareja vivía a mil millas de Roma. Ni siquiera tuvo tiempo para pasear por la ciudad vieja, romancear en una trattoria o visitar la Capilla Sixtina.

“Al llegar al aeropuerto de Fiumicino, el hombre que supuestamente conocía me lo cambiaron por otro. Era un vulgar proxeneta. Fuimos a parar a una villa de un pueblo italiano perdido. Casi todas las noches me llevaba toda clase de clientes. Eso sí, con buena pinta. Hice orgías con prostitutas de otras nacionalidades. Sabía hasta dónde podían llegar las personas que se dedican al negocio de la prostitución. Me tomé las cosas con calma. Él me amenazaba con matarme si llamaba a la policía o le contaba las cosas. Siempre te enganchan con el mismo cuento: cuando termines de pagar los gastos invertidos en ti, eres libre. Pero esa cuenta nunca se salda”, acota Yamilé.

Dice que una docena de cubanas que ella conoce se prostituyen en Italia. “Algunas escogieron ese camino. Otras fueron engañadas como yo. A fines de 2012 pude escapar hacia Cuba”.

Con algunos euros ahorrados montó una peluquería. “Quisiera ejercer como abogada. Pero aquí no vale la pena trabajarle al Estado. Estoy pensando emigrar temporal o definitivamente. La vida allá afuera no es tan bella o idílica como muchos cubanos suponen. Pero si trabajas duro y seriamente, se puede prosperar. Las cosas en Cuba están cada vez peor. Ya tengo 36 años, una edad en la que no puedes aspirar a vivir de la prostitución. Es un oficio de vida limitada”.

Iván García

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