miércoles, 25 de marzo de 2015

1959 en mi vida (II)



Por 46 pesos al mes trabajaba de lunes a domingo, mañana, tarde, noche y madrugada si era preciso.

Blas Roca, mi jefe, en 1959 decidió reeditar su libro Los fundamentos del socialismo en Cuba. Cogió la última edición, fue arrancando hoja por hoja y en ellas directamente iba haciéndole los arreglos. La complicación venía cuando añadía nuevos párrafos y ponía numeritos en unas hojitas de blocks que costaban 2 centavos en las quincallas y eran los que a él le gustaban para escribir.

Trabajar como una 'caballa' a esa edad tenía sus ventajas: de vez en cuando hacía lo que me daba la gana. Por ello saqué la máquina de escribir de la biblioteca y la llevé para la oficina de Blas, que solo tenía un buró, tres taburetes y un librero.

Allí podía trabajar con tranquilidad, pues Blas, para poder concentrarse, estaba pasándose un tiempo en una casa en la playa de Guanabo, él solo, con dos escoltas. A las cinco de la mañana se despertaba, hacía café y se sentaba a escribir. Antes que el sol apretara caminaba un rato por la arena y volvía a su libro. Con un chofer me enviaba las hojas a mecanografiar y cuando yo las tenía listas, avisaba y pasaban por la oficina del Comité Nacional del PSP a recogerlas.

Pero a veces Blas me mandaba a buscar. Me encantaba ir a Guanabo en un Impala, sentada alante, disfrutando el paisaje de la costa norte habanera. La contentura pronto se me quitaba, cuando veía que había hecho arreglos en las cuartillas ya mecanografiadas. Después vendría lo peor: quedarme a almorzar con él.

Blas enseguida se daba cuenta de la cara de mierda que ponía y con su hablar pausado, típico de los manzanilleros, me decía: "De verdad que eres una vaina. Carmen y Quintero (mis padres) te han criado muy mal, con bistecitos y platanitos fritos. Y no te han enseñado a comer calabaza con cáscara".

Y a continuación soltaba una disertación sobre las propiedades de la calabaza. Mientras, tenía que hacer de tripas corazón y tomarme saquella sopa anaranjada y olorosa de flores de calabaza, cogidas de un huerto detrás de la casa. Desde una ventana los escoltas miraban con disimulo y se reían. A ellos dos veces al día, le traían cantinas con comida "normal" y no ese invento de sopa de flores de calabaza.

Todo el trabajo con Blas a propósito de la reedición en 1959 de Los fundamentos del socialismo en Cuba se hizo en un mes. Al ser la única mecanógrafa y bibliotecaria en ese momento, no podía darme el lujo de desatender al resto de los que allí tenían oficina permanente. Los que trabajaban en sus casas o en otros lugares, también venían y si me lo pedían, tenía que mecanografiarles. Cuando había reunión debía salir de la biblioteca porque allí se celebraba, en torno a una gran mesa y con una docena de taburetes.

La Mora era la encargada de una pequeña cocina donde se colaba café. Los días de reuniones, ella, Mario (el encargado de la limpieza) y yo, al mediodía íbamos a La Fama China, restaurante situado a dos cuadras, en Belascoaín y Maloja, a buscar veinte y pico de cajitas, unas con arroz frito y otras con chop suey de puerco o pollo, encargadas con antelación. El almuerzo lo acompañaban con agua fría y al final, café. Algunos fumaban, pero en aquella época, aún no le habían declarado la guerra al tabaco.

La biblioteca la atendía sin complicaciones. En una ocasión, del Ministerio de Relaciones Exteriores me mandaron a pedir unos libros de filosofía y marxismo y enseguida se los envié con un chofer. Cuando venció el préstamo, junto con los libros adjuntaron una carta dirigida a la "Dra. Tania Quintero, directora de la Biblioteca del Partido Socialista Popular". Me dio tremenda risa.

Los 46 pesos dejaron de ser un trauma desde el primer mes: en El Encanto me compré un frasco de Miss Dior por 5 pesos (sí, pesos, la moneda nacional). Crucé al Ten Cent de Galiano y después de merendar llevé para la casa una libra de chocolate con almendras (0,99 centavos). Seguí hasta los Almacenes Ultra y allí terminé de gastar mi primer salario, en un par de sandalias, una cartera, una saya, una blusa, un pañuelo de cabeza, dos blumers y dos ajustadores. Y todavía me quedó para regresar en taxi a la casa.

Tania Quintero

Foto: Calle Reina en los años 50, donde radicaban los Almacenes Ultra, una de las tiendas más populares de La Habana, junto a Fin de Siglo, El Encanto, La Época, Los Precios Fijos, Flogar y El Bazar Inglés. Tomada de Cjaronu's blog.

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