viernes, 31 de julio de 2015

Siete calles habaneras con raíces vascas (VII y final) Loynaz



Loynaz es un apellido vasco y una brevísima calle en la barriada habanera de Lawton, situada entre Luz y Pocito se llama así.

Enrique Loynaz y del Castillo era hijo de Enrique Loynaz y Arteaga, natural de Camaguey, y descendiente de vascos, quien tras participar en la guerra por la independencia contrajo matrimonio en Nueva York y se asentó en Puerto Plata, Santo Domingo, donde en 1871 nació Enrique Loynaz y del Castillo.

A los veinte años, Loynaz y del Castillo viajó a Nueva York como representante de una compañía de seguros y allí conoció a José Martí. Después regresó a Camaguey, donde residían sus padres. En 1894, como socio de una naciente compañía de tranvías eléctricos, embarcó hacia Nueva York para adquirirlos. Ya en esa ciudad y de acuerdo con José Martí, escondieron 200 rifles y cerca de 5 mil cápsulas debajo de los asientos de los vehículos, que fueron introducidos en Cuba.

Descubierto el cargamento por una delación, Enrique Loynaz tuvo que huir a Nueva York, de donde José Martí lo envió a Costa Rica, junto al general Antonio Maceo. Semanas después, a la salida de un teatro, el general fue atacado por una turba de españoles y Enrique Loynaz, que lo acompañaba, se defendió a tiros de los atacantes, resultando muerto un español. De manera que se vio obligado a abandonar Costa Rica y regresar a Nueva York.

Al estallar la guerra de independencia en 1895, Loynaz y del Castillo se hallaba en Cayo Hueso y se unió a la expedición de los generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff, que desembarcó en la isla en julio de ese año.

Combatió como ayudante del general Antonio Maceo y participó en la invasión del Occidente, y en tal circunstancia compuso el llamado Himno Invasor. Tomó parte en las más importantes batallas de la guerra y alcanzó el grado de general del Ejército Libertador. Durante la República representó a Cuba como diplomático en diversos países, hasta fallecer en 1963.

De sus hijos, es muy conocida la poetisa y novelista Dulce María Loynaz (La Habana 1902-1997), quien tuvo a su cargo la edición del diario de campaña de su padre, Enrique Loynaz y del Castillo.

Tomado de la web Semillas en el tiempo.
Foto: Al no encontrar foto de la calle Loynaz entre Luz y Pocito, la más cercana que encontré fue ésta de la Calzada de 10 de Octubre entre Luz y Pocito. Fue hecha por Gaito y la localicé en Panoramio.

miércoles, 29 de julio de 2015

Siete calles habaneras con raíces vascas (VI) Goicuría



Domingo Goicuría nació en La Habana el 23 de junio de 1805, en el seno de una familia pudiente originaria de Vizcaya, dueña de plantaciones azucareras. Su padre, Valentín de Goicuría, era hacendado en Cuba. A la edad de 7 años lo envían a estudiar a España, primero a Bilbao y luego a La Coruña, Galicia, Posteriormente recibe educación en Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.

A Domingo Goicuría se le le consideraba uno de los mejores ingenieros de entonces. Llevaba más de treinta años luchando por la separación de España, aunque simpatizaba con la idea de anexar Cuba a los territorios meridionales de los Estados Unidos.

Fue miembro del llamado 'ejército loco' de William Walker que ocupó tierras e incluso países como Nicaragua. Según La Voz de Cuba, Domingo Goicuría era “el más constante, el más irreconciliable de los enemigos de España”. Su padre Valentín se encontraba en Estados Unidos cuando supo que su hijo Domingo había muerto en la isla.

En 1870, hallándose Domingo Goicuría en cayo Guanaja, cerca de la costa, para salir rumbo a Nassau con una misión del Gobierno, fue apresado por un cañonero español. Lo trasladaron a La Habana, donde tenía una causa pendiente desde 1851. Rehusó nombrar abogado defensor y el señalado de ofició pidió para su amparado la pena de muerte, aunque solicitando que no se le aplicase el garrote vil sino que fuese pasado por las armas.

Antonio Pirala, historiador peninsular, en sus Anales de la Guerra de Cuba narró así los últimos momentos de Domingo Goicuría, el 7 mayo de 1870:

“Convicto y confeso de cuanto se le atribuía, mostróse digno y entero, sin alardes inconvenientes, oyó sin inmutarse la fatal sentencia del consejo y trasladado en la madrugada del 7 al Castillo del Príncipe, en cuyo campo oeste se había levantado el patíbulo, pasó el resto de la noche, en capilla, inmóvil y tranquilo.

"Pidió confesarse al amanecer, en cuyo acto lloró, así como al recordar a su hijo y a su familia; escuchó devotamente la misa; volvió a gozar tranquilidad su espíritu, confortada su alma con el sentimiento religioso; tomó a las siete una taza de café; parecióle depresivo vestir la ropa blanca que le presentó el verdugo, pero pudo más la resignación cristiana que la vanidad mundana; marchó con paso firme, mirada serena y la cabeza erguida, y subió hasta con velocidad las escaleras del cadalso en el que fué agarrotado, sin habérsele permitido, como deseaba, hablar al público. Sus últimas palabras fueron éstas: Muere un hombre, pero nace un pueblo".

Tomado de la web Semillas en el tiempo.
Foto de la esquina de Goicuría y Avenida Acosta, en el municipio 10 de Octubre, hecha por Carlos Adame, Panoramio. Además de calles, parques y monumentos que recuerdan a Domingo Goicuría en distintas localidades cubanas, en Matanzas un cuartel militar lleva el nombre de Domingo Goicuría.

Leer también: Domingo Goicuría en Wikipedia y Domingo de Goicuría.

lunes, 27 de julio de 2015

Siete calles habaneras con raíces vascas (V) Aranguren


En La Habana se localizan varias calles Aranguren. Éstas aparecen y desaparecen como lo hacía el insurrecto de quien lleva el apellido: Néstor Aranguren. Existe una calle Aranguren en el Cerro, hacia la Plaza de la Revolución. Reaparece el apellido Aranguren en el Casino Deportivo, que se reanuda al otro lado de Vento. Vuelve a presentarse Aranguren más al sur, entre los repartos Poey y Santa Amalia.

En vascuence, Aranguren significa Valle fértil. En Navarra, Álava y Vizcaya hay diversos lugares llamados Aranguren. .

Debido a la guerra por la independencia, a las calles principales de los centros urbanos en las provincias cubanas les pusieron José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez. Salvo en La Habana, donde nadie hizo caso: Prado (Martí), Malecón (Maceo) y Monte (Gómez). Pero muchas calles nuevas tomaron nombres de líderes independentistas.

Néstor Aranguren Martínez fue el jefe mambí más perseguido por los españoles en la zona de La Habana. Nació en la calle Campanario No. 33 el 14 de febrero de 1873. Su origen vasco le viene por parte del padre, Benito Aranguren y Jiménez. Su madre se llamó Matilde Martínez Raoul. Además de Néstor, el matrimonio tuvo cinco hijos más: Gustavo, María Luisa, Hortensia, Benito y José Joaquín.

Cuando Néstor tenía 9 años la familia se mudó para Guanabacoa. Se cuenta que con 19 años pasó a galope con su caballo por la calle Muralla arrollando la bandera española y las colgaduras dedicadas al IV Centenario del Descubrimiento. En la guerra fue uno de los jefes más jóvenes del Ejército Libertador. Con hombres disciplinados y de movimientos rápidos, ejerció una espectacular guerra de guerrillas en Guanabacoa, Arcos de Canasí, Jiquiabó, Barreras, Paso de Camarones, Güines, Catalina, Pipián y otras localidades del occidente del país. “El sol aumenta de su luz el brillo para ver al heroico adolescente, en cuya mano el arma resistente pesa lo que en los dedos un anillo", escribió el poeta Bonificacio Byrne (Matanzas 1861-1936).

Néstor Aranguren unas veces generoso y otras veces despiadado. Generoso fue cuando después de asaltar el tren entre Regla y Guanabacoa, puso en libertad a los oficiales españoles capturados, excepto a uno, que fue ejecutado por ser cubano.

Más despiadado fue al “enguasimar” (colgar de una guásima) a Sebastián Ulacia y a Joaquin Ruiz, un antiguo compañero de estudios suyo que fue comisionado por el nuevo gobierno español en la isla para que propusiera a Néstor Aranguren la aceptación de la autonomía.

Aranguren murió en Campo Florido el 14 de febrero de 1898. Víctima de una delación, fue sorprendido por tropas españolas cuando descansaba con unos pocos hombres. En una comunicación militar interna española se lee:

“Ruago á V.E. tenga á bien manifestarme lo que se debe hacer con las dos mujeres y dos niños cogidos en el bohío en que estaba el cabecilla Aranguren. Al niño que llevó las fuerzas al lugar donde estaba enterrado el teniente coronel don Joaquín Ruiz, he dispuesto que el comandante militar de Campo Florido le compre dos mudas de ropa, un sombrero y un par de zapatos, con cargo á los fondos de la División, y el coronel Aranzabe desea hacerse cargo de él, llevándolo á su lado.”

Tomado de la web Semillas en el tiempo.

Foto: Calle Aranguren en Guanabacoa, de Cubana 94, Panoramio. En varias localidades de la zona occidental de Cuba existen calles, parques y monumentos en honor de Néstor Aranguren.


viernes, 24 de julio de 2015

Siete calles habaneras con raíces vascas (IV) Ayestarán



Luis Miguel Ayestarán nació en 1846 en La Habana y era descendiente de un vizcaino dueño del ingenio Amistad de Güines.

Su situación familiar propició que estudiara en Nueva York y se iniciara en la profesión de abogado en el bufete de José Morales Lemus, nido de conspiradores. En diciembre de 1868, Ayestarán marchó a los campos de Camaguey y fue “soldado antes que representante”. Luego se dedicó al trabajo legislativo.

Enviado a una misión secreta a los Estados Unidos, cayó en manos de los españoles el 18 de agosto de 1870 y el 24 de septiembre fue ejecutado en el Castillo del Príncipe.

El periódico La Quincena, mordaz enemigo del separatismo, lo contó de esta manera:

“Luis Ayestarán y Moliner, joven de 24 años de edad, perteneciente a una de las principales familias de La Habana, se dirigió en noviembre de 1868 al campo rebelde en unión de otros jóvenes de la capital. Ejerciendo distintos cargos, y entre ellos el de miembro de la Cámara de Representantes de la república de Céspedes, permaneció con los insurrectos hasta la primavera de 1870, en que se trasladó a Nassau y Nueva York.

"El 17 de septiembre se embarcó en Nassau a bordo del balandro insurrecto Guanahaní, y al distinguirlo el 18, uno de nuestros buque de guerra cuando navegaba el filibustero cerca de las costas de Cuba, abordaron los insurrectos a Cayo Romano, abandonando la embarcación. Preso Ayestarán, fue conducido a La Habana en el cañonero Centinela el día 23, donde desembarcó por la mañana, fue puesto en capilla a las doce de la noche y ejecutado al día siguiente.

"En un principio se resistió a que los ministros del catolicismo le auxiliaran, porque él era protestante, según dijo; pero exhortado por individuos de la familia, volvió al seno de la religión en que había nacido. Ayestarán fue al cadalso con completa resignación y conformidad y sufrió el irrevocable fallo de la ley con valor, mas sin ridícula jactancia”.

Tomado de la web Semillas en el tiempo.
Foto de la calle Ayestarán hecha por Juan Suárez para el fotorreportaje El barrio La Pera de La Habana, publicado en Havana Times.

miércoles, 22 de julio de 2015

Siete calles habaneras con raíces vascas (III) Espada


Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa nació el 21 de abril de 1756 en Arroyabe, Álava. Estudió y se doctoró en la Universidad de Salamanca. Se dice que tenía licencia para leer libros prohibidos. Después ocupó distintos destinos: confesor en Calahorra, capellán de la Armada, canónigo y profesor en la colegiata de Villafranca del Bierzo, promotor fiscal del Santo Oficio en Mallorca. Electo en principio para Chiapas, México, finalmente fue nombrado obispo de San Cristóbal de La Habana, diócesis que abarcaba entonces todo el occidente de Cuba hasta parte de Camaguey y en tierra firme Las Floridas.

Juan José Díaz de Espada llegó al puerto de La Habana en un buque correo en febrero de 1802. Tuvo que guardar cama durante algunos días, por lo lento y penoso del viaje, pero el 14 de marzo, en ceremonia solemne ocupó la silla episcopal, cargo que ocuparía durante 30 años, 5 meses y 19 días. Su biógrafo, Cesar García Pons, se refiere en estos términos al cetro episcopal que recibía Juan José Díaz Espada:

“La Habana ganaba un prelado que iba a transformar la sanidad pública, a levantar los altos estudios, a combatir la ignorancia popular, a tutelar el arte, a modificar las costumbres, a hacer durante un tercio de siglo, del corrompido ambiente de una factoría colonial, una sociedad capaz de triunfar de sus propias miserias. Pero nada de esto sospechaban en verdad, por estos días de marzo de 1802, los que contemplaron en sus manos la vara de pastor. Esta podía ser, como en manos de algunos otros resultó, un simple adorno, o, como devino muy pronto en los de él, una nueva palanca de Arquímedes.”.

En diciembre de 1802, el obispo Espada expresó su deseo de pertenecer a la Sociedad Económica de los Amigos del País de La Habana (más sobre ese tipo de sociedad aquí)  No solo lo aceptaron como socio, si no lo eligieron director de la institución. A partir de entonces, prohibió el enterramiento en las iglesias, dando inicio a las obras de un cementerio general, se opuso a los abusos de la sacarocracia, postuló la prohibición de la trata de esclavos y de las sociedades secretas, impulsó la creación de la cátedra de filosofía que formaría a la futura élite criolla y propuso el uso de la vacuna, entre otras medidas positivas.

Al morir, el 13 de agosto de 1832, el obispo Espada apenas tenía riquezas particulares en el Obispado más rico de América. Haría falta otro libro para detallar la prolongada labor cultural y social de Juan José Díaz Espada y su importancia histórica. Baste decir que llegó a ser perseguido por la Inquisición y es reconocido como una de las grandes personalidades de la historia cubana.

El Templete de La Habana, edificado en 1828, fue el primer edificio netamente neoclásico de la ciudad. Un comentarista anónimo lo describe de esta manera: “Sostienen el arquitrabe seis columnas con capiteles de orden dórico y basamento ático: la altura desde la solería a la clave del tímpano o frontón es de once varas. En los costados tiene cuatro pilastras con sus tableros, basas y capiteles del mismo orden dórico y ático. Los arquitrabes están guarnecidos con once metopas labradas en la piedra, lo mismo que doce triglifos sobre el friso...”

Alrededor de la frondosa ceiba secular, árbol de culto de la santería, el obispo Espada hizo construir el monumento, proponiéndose una imitación del árbol de Guernica.

En ocasión de la visita que José Antonio Aguirre, presidente del Gobierno Vasco en el Exilio, realizó a La Habana en 1942, Fernando Ortiz recordaba: “La jugarreta que el mismo obispo vasco le hizo a los capitanes generales, disponiendo la construcción en esta ciudad del llamado Templete tras la legendaria ceiba, que era signo y padrón de las libertades jurisdiccionales de la villa de San Cristóbal de La Habana; con lo cual frente al palacio del Gobierno insular se alzó una aproximada reproducción del árbol de Guernica y de su Sala de Juntas, donde se simboliza la libertad nacional de su pueblo”.

Existe la tradición popular de dar tres vueltas a la ceiba la noche del 15 al 16 de noviembre, coincidiendo con un nuevo aniversario de la fundación de La Habana, en 1519. Según se dice, se cumplen los deseos que se piden mientras se dan las tres vueltas a la ceiba.

Tomado de la web Semillas en el tiempo.

Foto: En uno de los inmuebles del Callejón de Espada vivió el obispo vasco Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa. Tomada de EcuRed.

lunes, 20 de julio de 2015

Siete calles habaneras con raíces vascas (II) Zulueta



Julián de Zulueta y Amondo nació en Anúcita, Álava, en 1814. Se educó en Vitoria y en 1832 emigró a Cuba para practicar el comercio. En 1842 contrajo matrimonio con Francisca Samá, hija de una rica familia catalana que formaba parte de la oligarquía esclavista. Pronto acumuló una gran fortuna mediante diversos negocios, entre los que no se excluía el tráfico de personas.

Los Zulueta fueron famosos por haber sido los más destacados comerciantes clandestinos de esclavos del siglo XIX. Hay que señalar que de 1815 a 1865 habían llegado más de medio millón de esclavos a Cuba, y todavía en 1871 se embarcaban esclavos bozales para los porfiados negreros de La Habana.

Además, de uno de los promotores de la importación de mano de obra china: entre 1847 y 1874 llegarían a Cuba 124.813 chinos, Julián de Zulueta fue también un pujante industrial, propietario de tres grandísimas haciendas, una de ellas muy extensa, llamada Álava, fundada en 1845, con 600 esclavos, 12 máquinas de vapor, 3 trenes Derosne y una producción anual de 20 mil cajas de azúcar en 1855.

Álava era una de las haciendas de mayor productividad, con más de 33 cajas por esclavo. Las otras dos haciendas, La Habana y Vizcaya, también fueron importantes. Este patrimonio se vio considerablemente incrementado gracias a las dificultades que ocasionó la supresión del Privilegio de Ingenios y la crisis económica de 1866.

Como miembro de la Junta de la Deuda del Tesoro, Julián de Zulueta estuvo muy al tanto de los embargos que se decretaron y acrecentaron sus propiedades azucareras adquiriendo ingenios como el España y el Zaza. Después de la Revolución de Yara en 1868, y prevista la abolición de la esclavitud con el avance de la industrialización, Julián de Zulueta fue uno de los promotores de la transformación técnico mecánica de la producción azucarera.

Se dice que fue consultado por Blas de Villate, el Conde de Valmaseda, y Zulueta respondió: “A los cubanos conviene darles todo, todo menos la independencia”. En esa línea suscribió, en 1869, la Memoria que Antonio Bachiller y Morales leyera en la reunión sostenida entre integristas y reformistas en la residencia del Marqués de Campo Florido, considerando que los habitantes de las colonias deben autogobernarse pues “esa autonomía colonial es tanto más provechosa para la metrópoli que para la misma colonia.”-

Julián de Zulueta llegó a convertirse en portavoz de los intereses de la burguesía industrial-comercial española en Cuba. Fue miembro de la Junta General de Hacendados y presidente del Circulo de Hacendados de la Isla de Cuba, constituido en 1878, “para el adelantamiento de la riqueza pública y privada y mejoramiento de la agricultura y fabricación del azúcar, así como para la representación de los grandes intereses de la comunidad de hacendados, en los casos de interés general”, según se lee en escrito firmado por el propio Julián de Zulueta y Francisco F. Ibáñez.

Sus intereses eran tan generales que en el inventario de bienes que Julián de Zulueta realizó en 1864, en ocasión de su segundo matrimonio, reveló una fortuna ascendente a 104.298.643 reales. En 1857 el número de sus esclavos era de 1,475 esclavos, pero en censos posteriores superaban los 2 mil.

Como político, ocupó diversos y altos cargos en el gobierno de La Habana, pero también fue electo a las Cortes de 1876 por Álava. Y como premio seguramente a su poder económico y político, fue condecorado con las cruces de Isabel la Católica y de Carlos III, además de concedérsele títulos como los títulos de marqués de Álava y vizconde de Casablanca.

Murió en La Habana, en 1878, en la calle Colón, cerca del cruce de las calles Adriani (actual José Martí) y Real (actual Gonzalo de Quesada), al caerse de su caballo, según el periodista Francisco Calcagno (La Habana 1827-1903). Pero el historiador Leví Marrero (Santa Clara 1911-1995) afirma que falleció después de haber sido “coceado por una mula”. Calcagno comentó así su muerte: “Sobrio, longánimo, laborioso, metódico, debió vivir largos años, pero una caída de caballo cuando acudía á urgencias del servicio público, vino á abreviar su meritoria vida”.

Julián de Zulueta, ilustre negrero, fue uno de los promotores del derribo de las vetustas murallas que separaban La Habana antigua de la nueva. Llegó a especular en urbanismo y propició que una calle de la ciudad recibiera su apellido. En Las Villas financió la construcción del tren de Placetas a Caibarién y promovió que un poblado situado en esa ruta ferroviaria, erigido sobre antiguos barracones de esclavos, aún hoy se llama Zulueta y pertenece a Remedios, uno de los trece municipios de la actual provincia de Villa Clara.

La calle Zulueta se abrió al derribarse las murallas en 1863. A pesar de los esfuerzos porque se llamara Agramonte, hasta la fecha se sigue denominando Zulueta y es una de las calles más céntricas de la capital cubana.

Tomado de la web Semillas en el tiempo.
Foto del edificio Los jimaguas, en Zulueta y Refugio, Habana Vieja. Hecha por Ernesto García Díaz para un trabajo suyo publicado en octubre de 2014 en Cubanet.

viernes, 17 de julio de 2015

Siete calles habaneras con raíces vascas (I) Belascoaín


En 1782 se denominaba Calle del Cocal, porque había cocoteros plantados por la zona. Después se conocería por Calzada de la Beneficencia, por la Casa de Beneficencia que en 1793 se edificó en esa calle. Y durante un tiempo se llamó Calle Gutiérrez, apellido del constructor principal, un canario que llegaría a ser regidor de La Habana en 1812.

Hacia 1844, al perfilarse bien la calle, se le nombró Belascoain por el general español Diego de León, conde de Belascoaín, un jerifalte de la época colonial, amigo de Leopoldo O´Donnell. Era el tramo que iba desde lo que entonces era el Paseo de Tacón y que después sería la Avenida Carlos III (hoy Salvador Allende) hasta la Calzada del Monte (Máximo Gómez es su nombre oficial).

Cuando en 1938 se fundó la Oficina del Historiador, Emilio Roig de Leuchsenring propuso algunos cambios de nombre y se le puso Padre Varela, pero la gente siguió diciéndole Belascoaín.

Era una calle frecuentada por los pelotaris del Palacio de los Gritos. En un antiguo edificio, en una de las esquinas de Belascoain y Salud, en la tercera y cuarta planta solían hospedarse los pelotaris del Frontón Jai Alai. Una mujer madura, vasca, era propietaria de ambas plantas y de la azotea, y siempre tenía entre diez o quince pelotaris albergados en habitaciones sencillas con baño individual.

Al salir del frontón a media noche, los pelotaris caminaban a pie por Belascoaín y con frecuencia entraban al bar-restaurante Celada, en Belascoaín y Carlos III. También visitaban el bar Madrid, en Belascoaín y Concordia, el bar-restaurante Mar y tierra, cerca de Belascoaín y Malecón, y el Vista Alegre, en Belascoaín y San Rafael. También el Hotel San Luis, en Belascoaín entre Ánimas y Lagunas, que fuera hogar provisional para muchos puntistas (así le llaman a los que juegan la cesta punta, una especialidad de la pelota vasca).

Otro bar muy vinculado a los pelotaris era el Toki ona (Buen lugar, en vascuence), bar-restaurante en Marqués González 214, entre Neptuno y San Miguel, en la actual Centro Habana. Uno de sus propietarios en 1958 era Martín Ignacio Odriozola, quien invirtió en el local parte del dinero que recogió en la función homenaje por su retiro como puntista, obligado por una afección cardíaca. Se le llamaba Odriozola I para distinguirlo de su hermano, y le apodaban también “el perrito” o “el meteoro vasco”, por su juego ágil y alegre. Tenía 23 años cuando se le diagnosticó la enfermedad y tuvo que abandonar la cesta en 1958.

En los dos pisos superiores, el Toki ona tenía apartamentos de vivienda donde se hospedaban los pelotaris. Los pelotaris frecuentaban también el Centro Vasco, cuya primera sede estuvo en el Paseo del Prado, y posteriormente en Calle 4 esquina 3ra, Vedado.

Tomado de la web Semillas en el tiempo.
Foto de la calle Belascoaín hecha por rayosx7031, Panoramio.

miércoles, 15 de julio de 2015

Zoé Valdés: "Yo nací cuando ya la ciudad empezaba a perderse"


"Yo no perdí ninguna ciudad. Yo nací cuando ya la ciudad empezaba a perderse", dice Zoé Valdes hacia el final de La Habana, mon amour (Editorial Stella Maris, Barcelona, 2015), el último libro de la escritora nacida en la capital cubana el 2 de mayo de 1959.

Si Zoé hubiera podido escoger la fecha de su nacimiento, a lo mejor hubiera escogido la década de 1940-1950, cuando La Habana era una ciudad tan cosmopolita como Nueva York, Londres o París.

Casi nace el 1 de mayo, día internacional de los trabajadores, que ese año no fue celebrado en la aún Plaza Cívica. Puede que haya sido porque los guerrilleros, con sus barbas y sus collares santajuana, en alta voz proclamaban que su revolución era "más verde que las palmas" y menospreciaban la efemérides proletaria. O tal vez porque el barbudo se encontraba de viaje por Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina y Uruguay.

Y precisamente el 2 de mayo de 1959, el día que nació Zoé, el barbudo se dirigió a los reunidos en la Conferencia de los 21, en el Palacio del Ministerio de Industria y Comercio de Buenos Aires. Y como tantas cosas que entonces decía, dijo que "los pueblos de América no quieren ni libertad sin pan ni pan sin libertad" (pronto a los cubanos les faltaría la libertad y el pan sería por la libreta de racionamiento, implantada en marzo de 1962, poco antes del tercer cumpleaños de Zoé).

Cuando el barbudo habló en la Plaza fue el 8 de mayo. A esa hora, la madre de Zoé estaría dándole el pecho o cambiándole el culero a su bebita de seis días de nacida. El acto marcaba el cierre de la primera gira internacional del barbudo (su primer viaje al exterior fue a Venezuela, en enero del 59). En el discurso de nuevo saldrían a relucir sus supuestas intenciones democráticas: "Nuestro respeto a todas las ideas, a todas las creencias (...) La Revolución respeta el derecho de hablar lo mismo al derechista que al izquierdista (...) Por eso puede considerarse la Revolución más humana y más democrática del mundo, porque no persigue a ninguna idea".

Zoé tuvo la desgracia de ir creciendo a la par que el barbudo hablaba y todo tipo de disparates económicos se le ocurrían, mientras La Habana se iba cayendo a pedazos. Es lo que le tocó. Pese a las peroratas, a la destrucción de la capital y las penurias vividas en su niñez, supo sobreponerse y ser feliz en su patria chica.



Para quienes nacimos y vivimos en El Cerro, Diez de Octubre, Marianao, La Lisa, Regla, Arroyo Naranjo, Boyeros, Cotorro o San Miguel del Padrón, el libro de Zoé Valdés nos permite descubrir escondrijos de la Habana colonial, construida con piedras, maderas preciosas y sudor de esclavos, libertos y peninsulares. Pese al calor, las durísimas condiciones y los cientos de accidentes laborales que en aquella época deben haber ocurrido, colonizadores y colonizados nos dejaron una de las urbes más bellas del Nuevo Mundo.

Y en muchos de los sitios de la vieja Habana nos adentra Zoé. También en localidades de sus años mozos, como Cojímar, Guanabacoa, El Vedado y Habana Campo, la provincia rural que siempre alimentó a la urbana.

De su mano vemos filmes en los cines Actualidades, Verdún, Majestic, Universal, Capri, Cinecito, Payret, Rex, Duplex, Fausto, América, algunos ya desparecidos, otros en estado deplorable. Visitamos la 'casita' de Martí, en Paula 102 y subimos al Cristo de la Bahía, escultura de Jilma Madera (1915-2000). Entramos al Sloppy Joe's y conocemos a un niño que dice llamarse Charlie. Y a cualquier hora del día o la noche, con Zoé nos sentamos en el muro del Malecón, seña de identidad del habanero.

Nos enteramos que en vez de escritora pudo haber sido trapecista, si hubiera seguido dando clases en el circo ambulante donde la abuela apuntó a su inquieta nieta, a veces montando bicicleta por la Alameda de Paula, brincando por los parques, inventando poemas o preparándose para hacer la primera comunión.

Una niña que todo lo escudriñaba, tocaba, olía. Cualquier personaje la intrigaba: el Caballero de París, Farolito o La China, la loca más famosa que hubo en La Habana y según la leyenda, hija de los dueños de La Casa de los Tres Quilos (centavos). La primera fue inaugurada en Monte y Estévez y la segunda en Reina y Belascoaín.

Muchos aguaceros después, las dos populares tiendas, ubicadas en céntricas calles habaneras, serían reconvertidas en 'shoppings' por los recaudadores oficiales de divisas. Los mismos que en 1959, el año en que Zoé nació, parecían que habían llegado al poder para consolidar los logros alcanzados por una pujante burguesía nacional y un poderoso empresariado cubano-extranjero. Pero lo que hicieron fue comenzar a destruir y reprimir. El proceso de destrucción ya cumplió 56 años, los mismos que el pasado 2 de mayo cumplió Zoé Valdés.

Sabía que ella tiene una gata llamada Sócrata, pero por el libro me entero que ya tuvo otra igual y un buen día desapareció por un rincón de la Habana Vieja. Por eso a la nueva Sócrata, que un 17 de diciembre, día de San Lázaro, le trajo su hija Luna, no la deja ni asomarse al balcón.

Cuando uno vive en una ciudad sin mar, el río más cercano es capaz de imaginarlo de un azul intenso, el color del Oceáno Atlántico, el que baña La Habana, la ciudad que siempre será su ciudad, aunque desde 1995 reside en París y a menudo viaje a otros países.



En esta escritora viven tres Habana: la vivida, la añorada y la soñada (en sus sueños, a los cubanos no les falta pan ni libertad). Las tres aparecen en su libro, junto a seres queridos (su abuela, su madre y su amigo Ramón Unzueta) y gente que admira: la Condesa de Merlin, Dulce María Loynaz, Guillermo Cabrera Infante, Lezama Lima y Reinaldo Arenas.

Pero la condición de habanera auténtica no se la dan las tres Habana que Zoé Valdés lleva dentro, reflejadas en casi toda su obra literaria -veintiséis libros y siete guiones o textos cinematográficos que le han hecho acreedora de una docena de premios y reconocimientos- si no por la sangre irlandesa, china y cubana que corre por sus venas. Si algo distingue a un habanero de pura cepa es su mestizaje.

Tania Quintero

lunes, 13 de julio de 2015

La simulación inhibe los derechos ciudadanos en Cuba



Como el 1 de mayo era feriado, Joanne, 19 años, se puso de acuerdo con un grupo de amigos para ir a una discoteca en El Vedado.

“Salimos pasadas las 10 de la noche y como no había transporte público, cogimos un taxi colectivo, por pesos cubanos. Pero al regreso, al no tener cuc para un taxi por divisas, tuvimos que caminar cinco kilómetros para llegar a nuestros hogares. Uno no entiende por qué el gobierno paraliza el servicio de guaguas. ¿Y si alguien se enferma, visitar a un amigo o quiere divertirse? ¿Por qué sutilmente obligan a la gente a quedarse en casa?, se pregunta la joven.

Yusmila, dependienta en un café por moneda dura, cuando cerca de las once de la noche terminó su jornada, en un parque oscuro de la Avenida Acosta, infructuosamente esperaba un ómnibus de la ruta P-3 que la trasladara a su domicilio, en el reparto Alamar, al este de la ciudad.

“Después de gastar 40 pesos en taxi, llegué a mi casa a las dos de la mañana. Y a las cuatro y media de la madrugada me tuve que despertar para ir a la marcha del primero de mayo en la Plaza de la Revolución. En todos los puntos de salida sobraban las guaguas”, dice disgustada.

Cuando usted le pregunta, por qué ante tantas dificultades decidió asistir, abre los ojos y señala: “Tú sabes, si uno no va se marca. Y puedo perder mi plaza, pues estoy contratada”.

El cubano de café sin leche, constantemente se queja en voz alta de lo que considera 'abusos del poder estatal'. Es su válvula de escape. A nadie se le ocurre enviar quejas masivas a instituciones gubernamentales, armar un cacerolazo o convocar un paro laboral.

Cincuenta y seis años de derechos coartados han propiciado un ciudadano 'rebelde' en las paradas de ómnibus y el sofá de su casa, pero demasiado obediente a la hora de quejarse ante los funcionarios o protestar públicamente.

Existe miedo, apatía y desconfianza. La gente de a pie reconoce que nada se va resolver armando un guirigay ante los burócratas del partido comunista. Así muchos lo consideran.

En un mediodía de calor desquiciante, en la cola de una oficina de correos, varias personas en voz alta comentaban sobre las arbitrariedades del gobierno al situar un “gravamen criminal” a los bultos postales enviados desde el exterior.

“Mi suegra me hizo llegar una caja de dos kilogramos con un vestido para la graduación de sexto grado de mi hija, dos pares de zapatos y otras boberías. Me cobraron 22 pesos convertibles, 550 pesos al cambio oficial, el salario de un mes de un profesional. Uno se pregunta si los dirigentes cubanos gobiernan para beneficiar al pueblo o para hacerlo sufrir. De todos esos abusos, como prohibir las tiendas privadas, cines 3-D y aranceles draconianos no se puede culpar al 'bloqueo'. El verdadero bloqueo, es el del gobierno hacia nosotros”, señala molesta una señora.

Cuando le digo que existe un grupo disidente recogiendo firmas para que el gobierno ratifique los Pactos de la ONU rubricados en 2008, y que de aprobarse abrirían una puerta para empoderar al ciudadano común, la mujer me mira como si yo fuese un marciano.

“Ni loca firmo. Una cosa es quejarse y otra enrolarse en la oposición. Esa gente no va a resolver nada. Son tan victimas como nosotros”, responde.

Las sociedades totalitarias, a golpe de decretos y controles sociales, engendran un ambiente de sospecha y temor. Pero desde hace un lustro, en la Isla algunas reglas de juego han cambiado.

No he podido comprobar que a una persona la despidan de su puesto de trabajo por no asistir a una marcha convocada por el régimen o no votar en las elecciones municipales para elegir a inoperantes delegados.

Pero la simulación en Cuba sigue teniendo límites insospechados. En pleno temporal, el pasado 29 de abril, donde los copiosos aguaceros provocaron cientos de derrumbes en La Habana y tres personas fallecieron, un vecino, residente en una casa a punto de desplomarse, me contaba que no pudo dormir por temor a que el techo le cayese encima.

¿Y entonces por qué asististe al desfile del 1 de mayo en la Plaza, si hace 23 años estás esperando por una vivienda y el Estado no te la ha otorgado?, le pregunto.

“No sé. Pero si no voy, a lo mejor nunca me la darán”, contesta en voz baja.

El analfabetismo jurídico y la resignación, ha convertido a una mayoría de ciudadanos en peleles. Y ha contribuido a la creación de una sociedad de zombis anestesiados.

Mientras el cubano de a pie siga viendo el juego desde las gradas, nada va a cambiar. Los gobiernos se deben a su gente y no al revés. El cambio somos nosotros mismos. Después de 56 años, ya deberíamos creérnoslo.

Iván García
Foto: Tomada de Cubanet.

viernes, 10 de julio de 2015

Hablemos de la Base Naval de Guantánamo



Para la autocracia verde olivo no existen términos medios. En su narrativa política contra la injerencia de Estados Unidos a Cuba, resaltan el embargo económico y la base naval enclavada en Caimanera, Guantánamo, provincia a 1,200 kilómentros al este de La Habana.

El embargo implementado parcialmente por la administración de Eisenhower en 1960 y aplicado con mayor rigor por Kennedy en 1962 es, gústenos o no, una decisión soberana del gobierno de Estados Unidos.

Se instauró como respuesta a las confiscaciones sin compensaciones de Fidel Castro. Desde luego, también fue un arma de presión económica de la Casa Blanca, para intentar desestabilizar el estado de cosas en la Isla.

No voy a gastar tinta en demostrar que el 'bloqueo', como le llama el régimen, ha sido extraterritorial, injusto o ineficaz. Entre las estrategias coercitivas de los gobiernos, los embargos económicos son una táctica frecuente.

Se utilizaron contra la Sudáfrica del apartheid y ahora mismo están vigentes restricciones económicas de Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia por su anexión de Crimea.

A Washington le asiste el derecho de no negociar, conceder créditos o vender productos estadounidenses a una nación que considere hostil. Ya el tema de la base naval de Guantánamo es diferente.

Intentaré ser objetivo. Un segmento amplio de los cubanos, de cualquier tendencia política, está a favor de la devolución de la base a Cuba. Por supuesto, los medios oficiales cuentan la historia a su manera.

La base militar no es ilegal. La Estación Naval en la Bahía de Guantánamo se estableció en 1898, cuando Estados Unidos obtuvo el control de Cuba al término de la Guerra hispano-estadounidense. El gobierno norteamericano obtuvo un arrendamiento perpetuo que comenzó el 23 de febrero de 1903, con la firma por parte de Tomás Estrada Palma, primer presidente electo de la República de Cuba, del Tratado cubano-estadounidense. El arrendamiento consta en los apartados I y III de dicho Tratado:

Artículo I. La República de Cuba arrienda por el presente a los Estados Unidos por el tiempo que las necesitare para el objeto de establecer en ellas estaciones carboneras o navales, las extensiones de tierra y agua situadas en la isla de Cuba (...). Artículo III. Si bien los Estados Unidos reconocen por su parte la continuación de la soberanía definitiva de La República de Cuba sobre las extensiones de tierra y agua arriba descritas, la República de Cuba consiente, por su parte, en que, durante el período en que los Estados Unidos ocupen dichas áreas a tenor de las estipulaciones de este convenio, los Estados Unidos ejerzan jurisdicción y señoríos completos sobre dichas áreas (...).

Una vez terminada la Guerra, la Isla fue ocupada militarmente por Estados Unidos (1899-1902). Y como protectorado estadounidense, Cuba incorpora a su Constitución un apéndice o agregado que quedó conocido como Enmienda Platt. Entre otras cosas, el Tratado cubano-estadounidense establecía que Estados Unidos tendría completo control y jurisdicción sobre la Bahía de Guantánamo, con el propósito de operar estaciones navales y de embarque, y reconocía que Cuba mantenía su soberanía.

En 1934, un tratado reafirmó el derecho de que Cuba y sus socios comerciales pasaran a través de la bahía guantanamera; modificó el pago anual de una renta de 2.000 dólares en monedas de oro (unos 4.085 dólares estadoundenses de entonces) y agregó el requerimiento de que el fin de esta renta requeriría el consentimiento de ambos gobiernos, o el abandono de la propiedad por Estados Unidos. Desde la llegada al poder de Fidel Castro, Cuba solamente ha cobrado una renta de alquiler, por considerar ilegítima la base. Otro litigio un litigio a negociar. Castro no es un nacionalista a ultranza.

En 1962, de manera secreta, emplazó en Cuba 42 cohetes nucleares soviéticos que pusieron al mundo al borde una conflagración mundial. Sin contar con el pueblo cubano, autorizó la estancia de bases militares soviéticas. En Cienfuegos hubo un destacamento naval. Y al sur de La Habana, una brigada mecanizada con tanques y artillería que en la jerga oficial se denominaba Centro de Estudios No. 11.

Donde hoy radica la Universidad de Ciencias Informáticas, estuvo enclavada una base de espionaje rusa para el seguimiento y escucha por medios electrónicos del ejército y la aviación de Estados Unidos.

Conocida como Lourdes, hasta su cierre en 2001, los servicios especiales de Castro compartieron información sensible de Estados Unidos con el imperio soviético primero y luego con Vladimir Putin. El alquiler no era gratis: Rusia le pagaba a Cuba 200 millones de dólares anuales. 200 millones.

Ahora, con el resurgimiento de la expansión imperial rusa tras la anexión de Crimea, las autoridades de las dos naciones han contemplado el despliegue nuevamente de bases militares en Cuba. Aunque de momento todo queda en el campo de la especulación política.

Cuando en el otoño de 2001, a raíz de los atentados del 11-S, la administración de George W, Bush decidió abrir una cárcel para supuestos terroristas en Guantánamo, el entonces Secretario de Estado, Colin Powell, le envió una nota al gobierno cubano, contando los pormenores y la estrategia a seguir en la futura prisión.

Fidel Castro reconoció la deferencia diplomática. El 11 de enero de 2002, el periódico Granma en su primera página publicaba una declaración dirigida a la opinión pública nacional e internacional. Para sorpresa de los lectores, el Gobierno de Cuba apreciaba la información previa suministrada, y decía que había tomado nota con satisfacción "de las declaraciones públicas de las autoridades norteamericanas en el sentido de que los prisioneros recibirán un tratamiento adecuado y humano, que podrá ser controlado por la Cruz Roja Internacional. Aunque no se conoce con precisión el número de prisioneros que allí serán concentrados, estamos en disposición de cooperar con los servicios de asistencia médica que fuesen requeridos, programas de saneamiento y de lucha contra vectores y plagas en las áreas bajo nuestro control que circundan la base".

Solo después que se conocieran las torturas y flagrantes violaciones de los derechos humanos a detenidos en cárceles de Abu Ghraib en Irak o en Guantánamo, el régimen comenzó a juzgar en duros términos los métodos estadounidenses para combatir el terrorismo.

Resumamos. A pesar de la manipulación oficial sobre el tema, una mayoría de cubanos está a favor de la devolución de la base naval de Guantánamo. La instalación carece de importancia militar y estratégica para Estados Unidos. Si damos crédito a Cubadebate, el mantenimiento de esa base le cuesta cerca de mil millones de dólares anuales al contribuyente estadounidense. Desde 2009 el presidente Obama tiene la intención de cerrar la prisión. Hasta ahora sin éxito.

Tras el nuevo panorama político abierto el 17 de diciembre de 2014, cobra fuerza la posibilidad de que las dos partes se sienten a negociar el futuro de la base. Serenamente, sin confundir soberanía nacional con ideología, irrespeto a los derechos políticos y falta de libertad de expresión.

La base naval de Guantánamo debe ser devuelta a la Isla. Pero nunca más, Cuba debiera emplazar centros militares extranjeros en su territorio ni sus tropas participar en guerras fuera de sus fronteras. A menos que en un plebiscito democrático el pueblo elija esa opción.

Iván García

miércoles, 8 de julio de 2015

Fidel Castro, cortador de caña







Hace ya tiempo que Cuba dejó de ser la "azucarera del mundo". Las zafras son cada vez más raquíticas, como las cañas, que da pena verlas cuando uno va por la carretera. Flacas, igual que las vacas, bueyes, caballos, chivos y perros callejeros.

La producción de azúcar disminuye por años. Especialistas en el tema señalan a Fidel Castro como el principal culpable.

En 1969 le entró la locura de producir 10 millones de toneladas de azúcar para la zafra de 1970. De aquel fracaso quedó una orquesta, Los Van Van, que cogieron el nombre de la consigna "de que los diez millones van, van". En 2002 mandó a cerrar el Ministerio del Azúcar y a desmantelar casi cien ingenios.

Un desastre, como es hoy toda Cuba, pese a la legión de turistas ingenuos, en busca de sol, playa, ron, guaracha, jineteras, camisetas del Che y autos americanos viejos.

Pero hubo una vez, recién llegado al poder, que a Castro le entusiasmaba la idea de que la Isla siguiera siendo la "azucarera del mundo". Y como siempre fue hombre de majomías, cogió majomía con la caña. Quiso que hasta el gato fuera a cortar caña, voluntariamente.

Los cañaverales se llenaron de cubanos que jamás habían tenido una mocha en sus manos. Cuando desguabinados regresaban a sus casas, a la memoria les venía el estribillo de una canción popularizada por Belisario López y su orquesta: "Yo no tumbo caña, que la tumbe el viento, que la tumbe Lola con su movimiento".

A cortar caña fueron también diplomáticos, periodistas y visitantes foráneos. A los extranjeros les parecía algo exótico. Como ahora a los americanos, a quienes La Habana les parece excéntrica y disfrutan haciéndose selfies con las ruinas de la ciudad de fondo.

Las imágenes de Fidel cortando caña fueron hechas por el fotógrafo Gilberto Ante (Manzanillo 1925-La Habana 1991), aunque no puedo precisar fecha ni lugar. Hoy olvidado, Gilberto Ante fue colaborador cercano de Celia Sánchez, Che Guevara, Raúl Castro y Juan Almeida. Fue fundador de la revista Verde Olivo y durante 25 años trabajó como fotorreportero de la revista Bohemia.

Su archivo de más de 25 mil negativos, están repletos de fotos de Fidel Castro y otros líderes de la revolución, en actos y recepciones. De milicianos, alfabetizadores, campesinos, obreros, artistas, intelectuales... Y de acontecimientos que no todos los fotorreporteros tuvieron oportunidad de cubrir, como la explosión del barco La Coubre en marzo de 1960 y la invasión de Playa Girón en abril de 1961.

Tania Quintero
Fotos: Gilberto Ante

lunes, 6 de julio de 2015

Periodismo a la brava




Los sábados, Ana Torricela, web máster de Primavera Digital y esposa de Juan González Febles, desde las nueve de la mañana recibe en su angosto apartamento en la barriada de Lawton a una tropa de ruidosos periodistas independientes que ese día hacen sus entregas para el semanario.

La casa del matrimonio Febles está lejos de ser una oficina ideal. La sala, demasiado pequeña, es ocupada por un PC de segunda generación y un fax prehistórico.

Las “joyas de la redacción”, una laptop HP de hace un lustro y un frankestein informático armado a pedazos, se encuentran ubicados en el dormitorio de la pareja. Ana, quien además es fotógrafa, editora gráfica y periodista, debe soportar a media docena de adultos hablando muy alto o discutiendo, pues casi nunca se ponen de acuerdo sobre política, periodismo, economía o deportes. Se beben dos termos de café y desbordan los ceniceros de colillas.

Pasado el mediodía, cuando los reporteros ya se han marchado, Ana debe rehacer la casa. “Imagínate, las camas donde dormimos son los sofás. Ya perdí la cuenta de las quemaduras de colillas de cigarros en las sabanas, pero es lo que tenemos”, dice Torricela.

A pesar de las carencias materiales, y que en la acera de enfrente los servicios especiales acosan a Primavera Digital, desde el 22 de noviembre del 2007, hacen su trabajo informativo sobre la otra Cuba que el régimen pretende ignorar. Sin intermitencias. Y sin fondos desde el verano de 2014.

Durante siete años, patrocinadores suecos financiaron el primer semanario digital y en papel editado íntegramente en La Habana. Pero en agosto del año pasado su sponsor decidió cerrar el grifo del subsidio utilizando el chantaje como arma de presión.

Febles, su director, y Luis Cino, subdirector, no aceptaron la coacción. Desde entonces editan Primavera con sus propios medios. Y ya han publicado la edición 375.

La falta de fondos provocó la marcha de un número importante de periodistas independientes. En sus mejores momentos, el semanario tuvo en su plantilla a más de 50 colaboradores.

Su reportero estrella es Luis Cino. Un tipo con pinta de roquero, coleccionista de música y dueño de la mejor prosa entre los periodistas independientes cubanos.

Cino se fraguó en el periodismo desde abajo. Antes de ejercer la mejor profesión del mundo, fue ayudante de albañil, desempleado y lector empedernido.

Domina el inglés y maneja como pocos el amplio registro del castellano. Sus crónicas en Cubanet o Primavera Digital son una fiesta. Tanto él como Juan González Febles son periodistas incómodos.

No tienen compromisos con la disidencia y el régimen los etiqueta de mercenarios. Cuando en marzo de 2003, un furioso Fidel Castro encarceló a 75 opositores pacíficos, entre ellos 27 periodistas independientes, la bota de la represión amenazaba con aplastar a los reporteros sin mordaza.

Entre el temor de ir a la cárcel y los pocos espacios donde divulgar sus notas, los periodistas libres tomaron dos caminos: el exilio o el retiro provisional.

Febles y Cino, siguieron adelante escribiendo sus cuartillas en una libreta escolar y leyéndola posteriormente desde un teléfono particular. Periodismo a la brava.

La represión de los tipos duros de la Seguridad del Estado no los detuvo. Cino escribía sus historias alumbrándose con un farol chino sobre una mesa que le faltaba una pata, en la vaquería estatal donde laboraba como custodio.

Gente que nunca ha sido premiada internacionalmente ni reconocida por Reporteros sin Fronteras, la Sociedad Interamericana de Prensa o potentados del exilio cubano que eligen a dedo a su disidente favorito.

Uno puede estar de acuerdo o no con sus apreciaciones periodísticas. Pero nadie puede negarles el derecho de existir y tener su propia línea editorial. De un tiempo acá, se suceden presiones y censuras sobre reporteros que no son del agrado de la disidencia local.

Mientras critiques al gobierno de Raúl Castro y el estado de cosas, aplausos. Cuando tus notas reprochan el desempeño de un sector de la oposición en la Isla, amenazas y ninguneo.

Yo lo he vivido. Las tácticas son conocidas. Desde sibilinas llamadas telefónicas para que cambies de actitud a la guerra sucia abierta. Igual te pueden acusar de agente de los servicios especiales que tildarte de envidioso. O mediocre, en el mejor de los casos.

Se sabe que el enemigo es el régimen. Pero a veces, un grupo de periodistas independientes sufren de incomprensión en el libre ejercicio de su profesión por un puñado de opositores. Si lo dudan, pregúntenle a Luis Cino o Juan González Febles.

Iván García

Foto: Luis Cino y Juan González Febles en la "redacción" de Primavera Digital, en el domicilio de Febles en Lawton.

viernes, 3 de julio de 2015

Rápido y furioso en versión cubana


Con una parte de los mil 200 pesos convertibles que ganó en una carrera de autos en la primera semana del otoño de 2014, Eduardo encargó un stock de piezas de primera calidad en Panamá a un proveedor particular.

En una antigua carpintería transformada en un taller de reparaciones de autos, junto a un grupo de mecánicos, Eduardo pone a punto su Lada 2107 para una carrera pactada el próximo fin de semana.

En la puerta lateral del añejo auto ruso, una pegatina de colores brillantes dice: No es lo mismo hablar del diablo que verlo venir. El joven conductor es un apasionado a la velocidad y sus gestos imitan descaradamente al actor Vin Diesel, que encarnó el papel de Dominic Toretto en el filme estadounidense Rápido y Furioso.

Con sus botines de cuero, un vaquero gastado y unas gafas oscuras, Eduardo selecciona con sus amigos el tramo de la autopista nacional donde se efectuará la competencia.

“Esta carrera es pan comido. El tipo es un pelmazo, un bitongo hijo de papá, y porque tiene un Audi de 2006 modificado, cree que va a coger mango bajito conmigo. La carrera es de tres millas y la apuesta de dos ‘lucas’ (dos mil pesos convertibles). Generalmente se cuadra con la ‘meta’ (policía) para que cuiden la zona. Se le da veinticinco o treinta chavitos (cuc) y nadie nos molesta”, explica Eduardo.

Según Pavel, un tipo desgarbado que habla con una calma desesperante, las carreras ilegales de autos y motos se practican en La Habana desde mediados de los años 80.

“La gente de la selección nacional de motocross solían pactar por la izquierda carreras de motos. No corría tanto dinero como ahora. El que perdía pagaba el combustible, la comida y la bebida. En los 90, la expectación por las carreras fue en aumento. Existe un público numeroso que está al tanto de la cartelera y se da cita para observarlas. Casi siempre hay exhibiciones de conducción, parando el automóvil en dos ruedas o dando giros constantes. El plato fuerte es la velocidad. Corren entre 3 y 5 autos, el ganador se lleva todo el dinero. También asisten jineteras y dos de ellas se cuelgan del brazo del vencedor. En una carrera mediocre se gana 150 o 200 cuc Pero las de 'grandes ligas' no bajan de mil”, señala Pavel.

A mediados de 1990, al amparo de la noche, un grupo de fans al vértigo se concentraba en un café de la Avenida 26, Nuevo Vedado, para efectuar competencias de velocidad en plena vía urbana.

“Las carreras llegaban hasta una cafetería en la Calle 12. Las apuestas fluctuaban de 100 a 500 dólares, a veces más. Los asiduos eran hijos de ministros y generales intocables que residían en la zona. La policía se hacía la de la vista gorda”, recuerda Sergio, quien desde hace 18 años se dedica a promocionar carteles de carreras ilegales.

Las carreras de autos y motos generan otros negocios, más o menos clandestinos, como la modernización o modificación de la ingeniería mecánica del vehículo. “Las piezas se traen en contenedores desde Miami o Panamá. Cualquier pieza modificada que usted busque, una persona te la trae a la puerta de tu casa. Además de adrenalina, el negocio de las carreras mueve dinero y mujeres. Se tratan de evitar las broncas producidas por los que se pasan de tragos”, comenta Eduardo.

El mal estado de la vías en Cuba, auténticas minas terrestres, es una de las causas de algunos accidentes provocados por las carreras de autos. En 2014, la Dirección Nacional de Tránsito reportó 1, 294 accidentes con 746 fallecidos y 8, 831 lesionados, 59 defunciones y 595 heridos más que en 2013.

Solo en el verano del año pasado, según estadísticas de la policía de tránsito, 3, 977 conductores dieron positivo en pruebas de alcoholemia. A las desvencijadas autopistas y carreteras, se suma el deficiente estado técnico del parque vehicular en la Isla.

Como promedio, un auto tiene más de 30 años de explotación. Y muchos, como los legendarios almendrones, alcanzan los 70 años. Aunque solo la carrocería es antigua. El 80 por ciento tienen motores modernos de petróleo.

Pero en La Habana subterránea, nada detiene a tipos como Eduardo. Ni las autopistas sin iluminación y repletas de baches ni el control policial. Al contrario. Eso le añade una dosis extra de adrenalina a las carreras ilegales de autos.

Iván García
Ver también los documentales Te llevo y Pedaleando.

miércoles, 1 de julio de 2015

Cocuyos, grillos, mariposas y ciempiés




Un cocuyo hace su aparición. La niña, asustada, se lo dice a la madre. "Hay un bichito con una luz".

La madre busca un pomito de cristal y lo captura. Le abre unos huecos a la tapa, para que pueda respirar.

El cocuyo, inteligente, se hace el muerto. La niña llora. "Mamá, se murió".

La madre la convence para que lo suelte. "Ningún animal, por muy pequeño que sea, debe tenerse encerrado".

La niña vira el pomo en un cubo con tierra del portal de la casa donde aún no ha florecido el marpacífico.

Oh, alegría, el cocuyo salió volando. Su lucecita se pierde en la noche veraniega.

Pasan los días y la niña vigila en la oscuridad. Quiere que vuelva su cocuyo u otro cualquiera. Ha descubierto a uno de los insectos más llamativos de la fauna cubana.

Pero lo que descubre, a la hora de irse a dormir, es otro bichito. Raro. Excéntrico. No se parece a una cucaracha. Ni a una lagartija. Es más grande que el moscón que se posó el domingo, anunciando visita.

"Mami, ¿y éste cómo se llama?". La madre duda. Hasta que el grillo se pone a cantar. Le responde con otra pregunta: "¿Recuerdas el cuento del libro que te regaló tu abuela?". La pequeña no contesta. Se ha quedado dormida.

Anécdotas reales, ocurridas en julio de 2001. La niña es mi nieta Yania, que entonces tenía 7 años y vivía en La Habana, ahora tiene 21 y vive en Lucerna.

Verídicas como la mariposa azul y blanca sobrevolando un jardín de vicarias moradas por la barriada de Santos Suárez. O el ciempiés que sin pudor salió contoneándose por el patio cementado de la tía que vive en Lawton.

Relatos que pueden parecer insignificantes en un mundo donde el hombre agrede diariamente a la naturaleza. A un ritmo tal que pudieran desaparecer mariposas, grillos, cocuyos y ciempiés.

Tania Quintero
Versión actualizada de trabajo publicado el 20 de julio de 2001 en Encuentro en la Red.
Video: Ay, mariposa, interpretada por su autor, Pedro Luis Ferrer.
Escuchar también: Ay, mariposa en la voz de Miriam Ramos; Mariposas, de Silvio Rodríguez. Tres canciones infantiles: Nana de los cocuyos, de Kiki Corona; El grillo Juan y Un ciempiés.