viernes, 30 de octubre de 2015

La Habana: pandillas juveniles, robos y violencia callejera


A falta de estadísticas, noticias de la crónica roja en la prensa estatal y análisis serio de expertos sobre el auge de la violencia en Cuba, las puertas y ventanas enrejadas que se pueden ver por toda La Habana, hablan del miedo ciudadano a rateros y bandas de adolescentes que intentan plantar bandera en la capital.

En parques, paradas de ómnibus y esquinas de barrios, contar historias sobre robos acaecidos la noche anterior es habitual. Los hurtos en bodegas, empresas estatales y viviendas ocupadas resultan alarmantes.

“En mi bodega han robado cuatro veces en los últimos dos años. Ya no cabe una reja ni un candado más. Los ladrones cortan el candado con una cizaña y fuerzan las rejas para robar arroz, frijoles, café o cajas con ruedas de cigarros. Cuando llega la policía, en vez de indagar o atrapar a los rateros, el bodeguero es el principal sospechoso”, cuenta Liuba, bodeguera en Lawton, al sur de la ciudad.

Igor, profesor de inglés particular, en la madrugada del 27 agosto estaba preparando sus clases y escuchó un ruido en la cocina de su apartamento, en un segundo piso de la barriada habanera de Santos Suárez.

“Cuando fui a la cocina, un tipo me agarró por el cuello y con un cuchillo me dijo que le diera todo el dinero. Además del dinero se llevó un televisor de pantalla plana, una batidora, DVD y una freidora. Llamé a la policía, que llegó a la hora y media. A pesar de haber preservado el lugar, no traían peritos para tomar huellas. Me dijeron que eso solo sucede en los seriales policíacos cubanos que pasa la tele. Me pidieron el número del carnet de identidad y ni siquiera tomaron nota de mi relato sobre el suceso. Con el escaso rigor profesional, dudo que puedan atrapar a los delincuentes. La buena noticia es que salí vivo del percance”, recuerda Igor.

Otros no han tenido igual suerte. Según Fernando, oficial del DTI, departamento técnico policial, se ha disparado el número de robos en viviendas habitadas. “Es un delito muy peligroso, pues cuando el ladrón se ve atrapado opta por matar a sus propietarios para que no lo identifiquen. Los delincuentes suelen estudiar al detalle sus robos. Sobre todo si residen mujeres, ancianos y niños. O en viviendas que por vacaciones o viajes al extranjero están desocupadas. El porciento de casos resueltos es bastante bajo. El nivel de los investigadores actuales no es bueno. La técnica canina, dactilografía, de olor y otras, se reservan para asesinatos o casos notorios”, explica el oficial de policía.

Alrededor de las dos de la tarde, mientras Miladis esperaba que se secara la ropa tendida en el patio, se puso a ver una telenovela. En eso sintió el alarido de su perro pastor alemán. “Cuando llegué se habían llevado toda la ropa, sábanas y toallas aún húmedas y al perro lo habían degollado. Cada día los ladrones son más agresivos y atrevidos”.

La solución de los habaneros es transformar sus casas en un búnker. Si a alguien le sobra trabajo en Cuba es a los herreros. Cuando usted camina por la ciudad se asombra del elevado número de rejas, cercas y tapias que fortifican cualquier tipo de vivienda, sea una casa en planta baja, un apartamento en primer piso o una residencia con jardín.

Esas medidas de seguridad contradicen la afirmación del gobierno acerca de la tranquilidad y baja delincuencia en el país. “La violencia no está al nivel de Caracas o Sinaloa, pero el aumento de crímenes, robos y asaltos es preocupante en la capital y en la Isla", indica Carlos, sociólogo.

A ello, aclara Carlos, debe añadirse que el fenómeno de las pandillas juveniles. "Lo peor es que el gobierno, al menos públicamente, no toma cartas en el asunto. Se hace el sueco, como si no pasara nada. Tanta pobreza, crecimiento de la desigualdad y pocas opciones que tienen los negros de barrios marginales para prosperar, entre otras causas, lleva a muchos adolescentes y jóvenes a optar por la violencia. Me preocupa que en el futuro, si se agravan las desigualdades en Cuba, esas bandas ocupen más espacios y lleven la criminalidad a otra dimensión, como las maras en El Salvador”.

El periodista independiente Ernesto Perez Chang publicó en Cubanet la historia de una pandilla juvenil denominada Sangre por Dolor, compuesta en un 40% por jóvenes oriundos del oriente de la isla, quienes bajo los efectos de las drogas y el alcohol se dedicaban a agredir con armas blancas a cualquier persona al azar.

Fenómenos como la prostitución o las sectas abakuá, han sido embriones de pandillas que poseen armas de fuego. “Casi todas las broncas son por problemas con otros plantes. En los grupos de ñáñigos hay un elevado número de delincuentes violentos. Es raro que cada plante no tenga una o dos pistolas. Las diferencias las resuelven a tiros. En la calle se puede comprar una Makarov por 80 o 100 pesos convertibles. Es el arma reglamentaria de la policía, pero no me preguntes de dónde salen”, me dice Sergio, perteneciente a un plante abakuá denominado Enmaranñuao.

Todavía la violencia en Cuba no es comparable con la de Río de Janeiro o Medellín. Pero va en esa dirección.

Iván García
Leer también: Soy abakuá y Ser abakuá es sinónimo de tipo duro.
Foto de Ernesto Pérez Chang. Policías pidiendo identificación a jóvenes en el Parque Central de La Habana. Si son orientales y están ilegales en la capital, de inmediato son deportados a sus provincias de origen.

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