viernes, 16 de octubre de 2015

Una jinetera se confiesa


A Giselle el orgullo y el remordimiento a ratos le juegan una mala pasada. La prostitución es su modo de vida.

Un oficio viejo como el mundo con un mercado que lo hace atractivo. La chica no es tonta. Dejó la escuela en segundo año de bachillerato y sabe algo más que manejar los múltiplos fundamentales.

Comenzó a prostituirse por puro placer. Quería ser diferente. Vestir a la moda, comer en restaurantes de lujo y hospedarse en hoteles cinco estrellas. Sus padres no le podían ofrecer tanto.

Una comida frugal al día no saciaba el hambre juvenil. Cuando cumplió quince años, recuerda, el exiguo salario de sus progenitores no les permitió costear una fiesta decente.

“Con muchos sacrificios me llevaron comer a un pizzería en el Barrio Chino. A la mañana siguiente fui a ver a una amiga de la escuela que ‘luchaba’ (se prostituía) y comencé a jinetear. Al principio solo con extranjeros. Pero después de estar una temporada presa en un reclusorio, me adapté a los nuevos tiempos".

Ahora, cualquiera le viene bien a Giselle. "Mientras me pague 25 o 30 cuc. Tengo un hijo y padres que mantener. Pero, créeme, siento asco cuando tengo que acostarme con clientes viejos, gordos y a veces pervertidos sexuales. La dosis de decencia que aún conservo me hace perder clientes”.

Las historias de las jineteras cubanas contienen un rosario de penurias humanas y familiares, sueños rotos, obsesión por emigrar o la ilusión de prostituirse exclusivamente para atrapar un extranjero de bolsillo generoso que las lleve ante el altar.

Pero los cuentos solo funcionan en la ficción. Las hay que pueden contar finales felices y hoy viven como impolutas señoras en Roma, Madrid o Nueva York, han formado una familia y su etapa de jinetera es un secreto personal o un vaivén obligado por la mala vida en su país.

Aunque la prostitución en la Isla nunca desapareció del todo, el régimen es altamente sensible a las notas de prensa que airean ese fenómeno.

Sucede que el fanfarrón de Fidel Castro, una mañana cualquiera, alardeó que Cuba estaba libre de esa lacra. El Estado se anotó un gol importante ayudando a insertar a las prostitutas en la sociedad.

Muchas se vistieron de milicianas, otras se matricularon en escuelas nocturnas de superación para la mujer. Algunas aprendieron corte y costura o a manejar y se convirtieron en las primeras taxistas femeninas. Como negocio, la prostitución casi desapareció.

Se camufló de diversas formas. Gracias a su poder económico y político un 'mayimbe' (dirigente) mantenía una o más queridas, con apartamento incluido. Tener amantes era bien visto y tema de conversación entre los pesos pesados del gobierno y el partido.

Los funcionarios de rango alardeaban de sus conquistas. Artistas, modelos, bailarinas o profesionales que destacaban por sus cuerpos, ascendían a velocidad supersónica dentro de la monolítica y uniforme sociedad cubana.

Luego llegó el turismo extranjero. Y la prostitución se convirtió en un negocio. Era simple. Como en cualquier nación, tú ofreces, yo pago. Pero en Cuba existen detalles novedosos.

Las jineteras eran tan baratas como las de Puerto Príncipe o Santo Domingo. Con la diferencia de que un segmento amplio de chicas no deseaba un cliente. Estaban a la caza de un novio extranjero.

Pedían y anhelaban ser amantes a distancia. Tener un tipo que mensualmente les girara dinero y mucho mejor si el ‘novio’ le solicitaba matrimonio. En este nuevo siglo, solo hay tres cosas que han crecido en Cuba: emigración, prostitución y marabú.

Se ha diversificado el fenómeno del jineterismo: femenino, masculino, homosexual, travestismo o lesbianismo. Un mercado en plena efervescencia. Si usted se da una vuelta por cualquier bar privado o estatal, discoteca o el malecón habanero, comprobará que la prostitución, del género que sea, es tan numerosa que asusta.

En el caso de las féminas, la competencia y la necesidad las ha obligado a ser cada vez más atrevidas y agresivas. "No pueden ver a un hombre o grupo de amigos bebiendo. Te abordan y te leen la carta de su servicio”, cuenta Ricardo.

En un bar privado, en la Calzada 10 de Octubre, confortable y climatizado y con dos pantallas planas donde los usuarios se divierten haciendo karaoke, las jineteras hacen sus rondas a la caza de clientes.

“A veces es un valor agregado para el negocio. Después de tomarse unos tragos, hay clientes que desean compartir con una jinetera. Pero es malo, por dos motivos: te marca con la policía, que comienza a acosar tu negocio, pues la prostitución genera broncas y conflictos violentos entre las jineteras y sus chulos, y porque ocupan un sitio sin consumir un centavo”, apunta el dueño del bar.

En este verano, en La Habana se multiplicaron las jineteras. “Mucha gente está de vacaciones y hay más espacios abiertos donde se montan fiestas. La gente está en las calles. Y existen más posibilidades de enganchar a un cliente”, dice Oilda, jinetera.

El gran problema de chicas como Giselle, además del remordimiento, es que no le gusta venderse por poco. “Tengo una tarifa fija, pero cuando estás dos o tres días regresando a tu casa sin un centavo, tienes que aceptar los precios a la baja. Si no cuadran contigo, hay un montón para escoger. Tengo que decidir, entre la soberbia o el hijo que debo alimentar y vestir”.

Casi siempre la necesidad supera al orgullo.

Iván García
Foto: Portada del primer libro electrónico sobre las jineteras cubanas. Lanzado en 2012 por la Editorial Leer-E de Catalunya. Jordi Serra I Fabra es escritor y nació en Barcelona en 1947.

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