miércoles, 30 de diciembre de 2015

¡Feliz 2016!


A todos nuestros lectores les deseamos que puedan disfrutar los últimos días del año y que 2016 les sonría, a ustedes y a sus familias.

Iván García y Marco A. Pérez López

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Navidad en el reencuentro



¡Navidad! Gran fiesta, a medias recobrada. Porque desde la fundación de nuestra nación, los cubanos todos, ricos y pobres, blancos y negros, la celebraban con la familia reunida, y hoy estamos regados por el mundo.

Por siglos, la Navidad fue la gran fiesta de los cubanos. Para unos, fiesta de fe, para otros, sencillamente fiesta. Las vidrieras exhibían el pesebre con el Niño Jesús y los Reyes Magos, mientras cientos de emisoras de radio entremezclaban villancicos con mundanas guarachas y sones.

A La Habana llegaban miles de turistas a ver los quioscos de cubanerías de los parques de La Fraternidad, la Playa de Marianao, la Avenida del Puerto, las luminarias musicales en las calles Reina, Galiano, San Rafael, con sus cinéticas campanas de acera a acera, que hacían la noche día, y dejaban escuchar melodías navideñas.

Los turistas no venían por fe religiosa, sino a gozar de las calles engalanadas, de los espectáculos en los lujosos cabarés Tropicana, Montmartre y Sans Souci, las verbenas en los barrios de Jesús María y Atarés, los coros de guaguancó en los patios del Cerro, las contentosas mulatas (por qué no), en los treinta kilómetros de clubes con música en vivo de la capital más fiestera de América.

La Habana siempre estaba llena de turistas, pero en la gran fiesta se desbordaba. Conseguir un cuarto de hotel desde la víspera de Nochebuena al Día de Reyes, era un acontecimiento. Los mercados de Carlos III, de la Plaza de Cuatro Caminos y el Vapor, hervían, los pregones de los dulceros tomaban las calles.

En la mañana del 24 de diciembre, las mujeres adobaban el puerco que los hombres después asaban a fuego lento, y las abuelas cocinaban guineos y guanajos en fricasé con aceitunas y alcaparras, herencia de antepasados moros. En el campo, el puerco se asaba en púa, haciéndolo girar sobre la candela, sazonándolo con hojas de guayaba.

En la comelancia no faltaban las nueces y avellanas, los higos y los turrones heredados de España. Ni los frijoles negros bautizados con miel, herencia de África, o los buñuelos de yuca que nos legaron los taínos. La Nochebuena sincretizaba los sabores de una nación crecida a golpes de látigo, tambores y bandurria.

Casas, solares y bohíos vestían sus mejores galas: el arbolito brillaba sobre el Niño Jesús en el pesebre, y a su alrededor, enmarcándolo, María, José, los Reyes Magos, y las carticas de los niños, donde pedían juguetes, que algunos no recibirían.

Los mayores se sentaban en una larga mesa. Los muchachos aparte, para que mortificaran menos. “En mi casa nos reuníamos doce?. “Pues en la mía éramos cuarenta?. Cada cubano alardeaba del tamaño de su familia, de los que vinieron de lejos.

El fiestón comenzaba el 23 de diciembre, seguía en La Nochebuena del 24, en el almuerzo montería del 25 (con lo que sobraba de la cena), continuaba en la espera del Año Nuevo, donde creyentes y ateos (por si acaso), arrojaban el cubo de agua a la calle para que se llevara lo malo, y culminaba el 6 de enero, con Gaspar, Melchor y Baltazar.

La Nochebuena era la zafra de los vendedores de vinos españoles, de las rojas manzanas venidas del norte (que muchos ofrecerían a Santa Bárbara), de los curas que pasaban el cepillo en las iglesias, de la bullanguera vitrola en la bodega de cada esquina.

Era la fiesta en que regresaba el hijo pródigo, la tía fea, los primos lejanos, donde el abuelo dejaba que los nietos hiciéramos lo que nos diera la gana, y las mujeres, por beatas que fueran, hacían chistes verdes que sonrojaban a sus maridos.

Algunos iban a la Misa del Gallo, a medianoche del 24, para celebrar el nacimiento de Cristo. Pero la noche siguiente, cuando ya el niño Jesús sonreía, los cubanos salían a bailar a las sociedades de blancos, mulatos y negros; los faranduleros a los cabarés y los campesinos a los bateyes de los centrales.

En 1959, la mayoría de los cubanos celebraron la tradición y la esperanza de un futuro mejor. La Nochebuena, Fidel Castro la pasó con los carboneros de la Ciénaga de Zapata y en la Plaza de la Revolución hubo una cena gigante para los fidelistas, que entonces eran la gran mayoría de los cubanos.

Ya Santa Claus comenzaba a ser popular. La televisión lo usaba en sus comerciales y, almohada por barriga, barba truco, gorrita con pompón, tocaba campanitas en los portales de 23 y L, en el Vedado, la esquina que la sensual del cine italiano Silvana Pampanini, llamó “la más caliente del mundo”, después de dormirse al barbudo.

Pero Fidel, empeñado en eliminar al anglosajón, pretendió sustituirlo por Feliciano, un personaje de guayabera, sombrero de guano y barba, que la gente no tragó… Ya el comandante comenzaba a transgredir nuestras tradiciones, o peor, a creerse nacido en el pesebre.

En las Navidades de 1960, con el título de Jesús del bohío, en la marquesina de CMQ Televisión, instalaron tres insólitos reyes magos: Fidel, El Che y Juan Almeida, que traían como regalos la Reforma Agraria y la Reforma Urbana.

En 1962, la libreta de abastecimientos no contempló arbolitos de Navidad, ni guirnaldas de colores, ni estrellas de Belén, ni niño Jesús de yeso, ni turrones... Las sociedades donde los cubanos iban a bailar fueron nacionalizadas. La religión fue considerada 'contrarrevolución'.

Las fiestas navideñas fueron prohibidas por decreto oficial en 1969, con la excusa de ser un estorbo a la zafra de los 10 millones que no fueron. Los cubanos debían tener las manos libres, no para asar el puerco, sino para cortar caña.

Por décadas, con las ventanas cerradas, algunas familias, con lo que forrajeaban en el mercado negro, pretendieron continuar la tradición navideña. Pero se convirtió en una Nochebuena apagada por los temores al CDR, el éxodo de padres, hijos, hermanos, tíos, primos, entristecida por las lágrimas de ausencia.

En la Isla, el niño Jesús y los magos Gaspar, Melchor y Baltazar, serían expulsados de la iconografía de la Revolución. A partir de 1974, el Día de Reyes se sustituiría por el Día de los Niños, cada tercer domingo del mes de julio. Los niños cubanos crecerían con un juguete básico y dos adicionales al año, y los harían jurar: “Seremos como el Che”. El Año Nuevo dejó de celebrarse para festejar un nuevo aniversario del triunfo de la Revolución.

La caída de la Unión Soviética, en 1991, obligó al régimen a hacer concesiones. Con la visita del Papa Juan Pablo II a la Isla, en enero de 1998, el gobierno colgó un enorme corazón de Jesús en la Plaza de la Revolución y en 1997 autorizó a celebrar la Navidad los 25 de diciembre y declaró feriado ese día. En hoteles y cines volvieron los arbolitos para turistas; en iglesias, como la Catedral de La Habana, sacaron el pesebre con el niño Jesús a la calle.

Hoy, los cubanos retoman a medias la gran fiesta. A medias, porque Nochebuena, Navidad y Año Nuevo son alegría de la familia reunida, y la nación cubana está dividida: los de la Isla y los errantes por el mundo. Sólo en el reencuentro habrá verdadera Navidad.

Texto y foto: Armando López
Cubanet, 24 de diciembre de 2014.

lunes, 21 de diciembre de 2015

El rey del maíz



En el céntrico bulevar de San Rafael, en el municipio de Centro Habana, se puede ver un anuncio que dice El rey del maíz y el negocio consiste en vender mazorcas de maíz hervidas.

Los precios y las especificaciones aparecen, de forma clara, en la tablilla: con mayonesa o mantequilla, 10 pesos, moneda nacional, cada mazorca, y con queso, 20 pesos.

La del idea ha sido de un cuentapropista. Casi todo el tiempo el lugar se encuentra concurrido: la oferta es original y poco frecuente.

Pero los precios se van del alcance de muchos. Diez pesos es casi la mitad del salario promedio diario de un trabajador cubano. ¡Y qué decir de 20 pesos!

En Cuba, el maíz ha sido siempre un alimento barato, pero ahora se ha convertido en un producto de lujo, con precios exorbitantes en cualquier agromercado donde se vaya a adquirir.



El nombre del lugar suena como una metáfora, como si en la isla el maíz perteneciera a un reino, al cual, aunque parezca ficción, no todos pueden acceder

Hay situaciones que han vuelto tolerables algunos precios, otros se justifican por el lugar donde el negocio se encuentra situado y, por tanto, sus ofertas están dirigidas a un determinado público.

Por su ubicación y originalidad, El rey del maíz atrae a muchos extranjeros, sobre todo a los “mochileros”, como los cubanos denominan a los turistas de bajos ingresos.

En cualquier caso, cubanos y foráneos, encuentran novedoso el hecho de comerse una mazorca hervida de maíz, sostenida por un palito, al estilo americano.



Bárbara Fernández Barrera
Red Cubana de Comunicadores Comunitarios
3 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

Cuba no es país para viejos (excepto los gobernantes)



Después que Demetrio Santana, 86 años, se levanta de su camastro de tubos metálicos en un empercudido asilo de ancianos de la barriada habanera de La Víbora, lo primero que hace es pedir cigarrillos y dinero a los transeúntes. Casi todos, indiferentes, voltean el rostro hacia otro lado.

En un día de suerte, Demetrio reúne cuatro o cinco pesos que le aseguran dos decenas de cigarrillos sueltos. En un bolso de lienzo guarda sus pocas pertenencias. Un par de cartas de su hija, una biblia arrugada y una foto en blanco y negro de bordes amarillentos, en la cual una mujer abraza a un hombre y los dos sonríen felices a la cámara.

“Yo tuve una familia y aportaba a la sociedad. Pero ahora todos me han dado de lado. Mi esposa murió de cáncer, mi hija me recluyó en el asilo y el Estado me trata como un apestado. Lo único que le pido a Dios es que acabe de llevarme, cuanto antes mejor”, dice con voz gangosa.

En el asilo, que una vez fue Hogar del Veterano, dos capas de pintura marrón y amarillo tenue en su fachada no pueden cubrir el poco rigor profesional de los asistentes, ni las carencias materiales y la pésima alimentación que reciben los ancianos.

Algunos matan el tiempo releyendo revistas viejas, viendo la tele, de un aparato que cuelga en un atril de la sala de dormir, o simplemente no hacen nada. Otros, en camiseta, mostrando la piel casi en los huesos, piden limosna a las personas que pasan por las inmediaciones.

Enfermeras y asistentes conversan entre ellos y apenas se preocupan de los ancianos. Un barbero, ex presidiario que no encontró mejor lugar para trabajar, rasura a un señor con una muleta, sentado en una caja de madera que hace las veces de sillón.

La vida en el asilo es densa. El olor a orine, ancianos que tosen contantemente, ansiosos porque llegue la hora de almuerzo, es un cuadro conmovedor.

El día es demasiado largo para unos viejos que en su juventud ofrecieron su energía y talento a una revolución que les prometió una existencia digna.

Román es uno de ellos. Fue miliciano cuando parecía que en aquel octubre de 1962 Cuba se borraría del mapa. “Mi’jo, estaba dispuesto a morir por lo que consideraba una causa justa. Éramos jóvenes e inmaduros. No teníamos conciencia de lo que significaba una guerra atómica. Lo que decía Fidel era ley”.

Luego siguió en otras guerras. La lucha del Escambray y Angola. Hasta que llegó a la tercera edad y se dio cuenta que le dedicó sus mejores años a una ideología mientras su familia se destrozaba.

“Me separé de mi mujer, el varón está más tiempo preso que en la calle y la hembra hace rato que no sé de ella. Mi consejo a la gente joven: lo más importante es la familia. Te lo dice un perdedor”, y mira a un punto distante con los ojos nublados de lágrimas.

Sergio, ayudante de cocina, conoce de primera mano historias cotidianas del asilo de La Víbora, una edificación construida en la década de 1940 para los veteranos de la guerra de independencia.

“La comida es una mierda. Aquí llegan sacos de arroz con gorgojos y alimentos con fecha de caducidad. Lo peor que le puede pasar a una persona en Cuba es llegar a viejo”, dice.

La autocracia verde olivo, con las arcas públicas en números rojos, no ha hecho ni hace nada. Por el contrario, en el invierno de 2015 comenzó a cobrar 400 pesos por el ingreso a un asilo estatal.

Según la prensa oficial, el Estado iba a destinar una suma millonaria para remozar los desvencijados asilos y casas de los abuelos. Pero diez meses después, las condiciones en estos sitios poco han cambiado.

La Iglesia Católica administra una veintena de asilos a lo largo de todo el país. Allí los ancianos están limpios, hacen dos comidas calientes al día y son atendidos por esforzadas monjas. Para ingresar en ellos hay que dar una propiedad a cambio o tener antecedentes como católico practicante.

Fuera de los hospicios estatales, la vida no es mucho mejor para los ancianos. La pensión promedio de un jubilado en Cuba ronda los 10 dólares mensuales. Son los grandes perdedores de las tímidas reformas económicas emprendidas por el gobierno de Raúl Castro.

Si usted camina por La Habana, verá cientos de ancianos vendiendo cigarrillos sueltos, periódicos o jabas de nailon. En zonas turísticas, infinidad de mujeres y hombres de la tercera edad piden dinero a los extranjeros.

En 2014, Marino Murillo, el obeso zar de la economía cubana, describía el sombrío panorama; “En las próximas décadas Cuba presentará una tendencia al decrecimiento poblacional con un envejecimiento contínuo de su población, una disminución de los nacimientos y un incremento de las defunciones”.

Y agregó “que de no revertirse esas tendencias, en el entorno del 2025 al 2027, morirán más personas que las que nacen, con disminuciones de la población total y en todos los grupos de edades, a excepción del de 60 años o más”.

Debido a la menor tasa de natalidad y a un permanente flujo de emigrados -particularmente de adultos jóvenes-, la población cubana se redujo de 11,2 a 11,1 millones en la última década, según el último censo de 2012.

Cuba tiene ahora 2,4 millones de personas mayores de 60 años, el 18,3% de la población, pero aumentará al 35,2% hacia 2045, lo que implica grandes desafíos en la esfera económica y en la salud pública.

Los factores que estimulan el envejecimiento son los bajos niveles de fecundidad, el incremento de la esperanza de vida y la emigración. En lo que va de año, más de 55 mil cubanos se han marchado legal o ilegalmente de su patria.

A Demetrio Santana no le interesan esas estadísticas. Cuando cae la noche, luego de cenar caldo de chícharos, arroz blanco y una croqueta de pollo, en un pequeño radio portátil sintoniza un juego de pelota de la Serie Nacional.

Antes de que concluya el partido va a la cama. Su deseo es no tener que despertar.

Iván García
Foto: Tomada de Cuba Democracia y Vida.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Vejez y empobrecimiento en Bayamo



Según datos del Centro de Estudios de Población y Desarrollo, de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, citados en un artículo del periódico Juventud Rebelde, para la segunda mitad del presente siglo, la población cubana será una de las más envejecidas del mundo. A esto se debe sumar que será una de las más desfavorecidas económicamente, vislumbrándose indigencia y necesidades de todo tipo.

Si trasladamos el tema a Bayamo, capital de la provincia Granma, las cosas se complican. Al fatalismo geográfico, hay que añadir las diferencias asistenciales por parte de los organismos, de acuerdo a la región que corresponda, y las poquísimas opciones de supervivencia que concurren en una ciudad del interior de un país subdesarrollado.

El panorama actual ya va dando color a lo que se avecina. Baste dar un paseo por Bayamo para asegurarlo. Por doquier pululan los “sin techo”, limosneros que se suman a la creciente ola de desempleo.

Juan Esteban Izaguirre, de 69 años, es uno de los que está sin amparo. Su testimonio duele desde la soledad de la esquina donde pasa sus días. “Mi familia se fue de Cuba hace unos años y me quedé solo. Jamás se acordaron de mí. Traté de buscar ayuda en un asilo de ancianos, pero las condiciones que me pedían para poder acceder al lugar no las reunía. Tenía que tener una chequera (pensión como jubilado) o alguien que se responsabilizara por mí. Para una persona mayor y sola, es difícil mantener una casa, por eso busco ayuda solidaria en este lugar todos los días para poder comer.”

Otra arista del asunto se enmarca en aquéllos que, por la reducción de plantilla en sus respectivos centros laborales, han quedado a la espera de una reubicación que les permita vivir dignamente.

Miguel Rodríguez es uno de ellos. Cuenta que durante diez años trabajó en la Empresa Nacional de Materias Primas. Con los recortes de empleos, a los 58 años literalmente se quedó en la calle, esperando una reubicación que nunca llegó.

Al decirle que tenía la edad acceder a la jubilación expresó: “Esa opción no fue posible, pues necesitaba veinticinco años o más para poder jubilarme. Y yo, por múltiples razones, me incorporé tarde al trabajo. Ahora ya no tengo edad para acumular los años que me exijen y los diez trabajados cayeron en saco vacío. Debo hacer malabares para llevar comida a mi casa".

Para Mireya Fonseca, jubilada de 69 años, la situación no es diferente. Después de treinta años trabajando en un puesto estatal, decidió ser cuentapropista. “Todavía tengo salud y fuerza para ganarme la vida. Con la ayuda de una nieta he puesto en la sala de mi casa una peluquería. Intentaba mejorar la entrada económica, pues la jubilación que recibo es de 270 pesos. Las cosas en Cuba están muy difíciles. El acoso de los inspectores, con sus absurdas exigencias, hacen imposible el trabajo privado. He pensado en cerrarlo y entregar la patente. Y que sea lo que Dios quiera.”

Los asuntos sociales comienzan en el barrio. En cada ejecutivo cederista existe un cargo referente a la seguridad social, como Ismari Fonseca. Acerca de las disímiles situaciones con las que se encuentra en su labor altruista, nos dice: “Es verdaderamente complicado el trabajo en la base. Con la situación actual que vive el país se han acrecentado los casos que necesitan ayuda de algún tipo: de vivienda, alimentación, estipendio económico o no tener a nadie. Las barreras llegan cuando los problemas se exponen a los organismos superiores. Bien porque hay casos peores o porque no se cuenta con recursos para solucionarlos. Y ahí se quedan, a la espera de un milagro".

Al investigar, por vía telefónica, con funcionarios de la Oficina Nacional de la Administración Tributaria, Juan Miguel Cabrales, director de la delegación Granma del organismo, afirmó: “Nuestra misión social está muy bien definida con respecto al trabajo por cuenta propia. La responsabilidad es velar por la legalidad íntegra de cada negocio particular que se ponga en práctica. No estamos para velar con qué y cómo cada cual hace su labor. Todas aquellas personas que se sientan acosadas o perseguidas por inspectores o agentes de la policía, deben elevar su queja o denuncia al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, quienes están autorizados a tomar medidas al respecto.”

El Ministerio de Trabajo y Seguridad Social está en el deber de visualizar, detectar y gestionar soluciones a los casos que pudieran convertirse en exclusión social. Bajo tal precepto acudimos a la delegación provincial de este organismo, Lizet Pérez, jefa de Departamento de Asistencia Social dijo: “Tratamos de que no quede sin solución ningún caso que llega a nosotros. Aún cuando las condiciones económicas del país no son las mejores, se le da a cada afectado la solución acorde a su necesidad".

La funcionaria añadió que "es cierto que persisten deficiencias desde la base. En ocasiones hay desinterés de los encargados de detectar las personas que urgen de ayuda. Actualmente se hace imprescindible redefinir la estructura y el mecanismo con el cual trabajamos, de forma que todos los que necesitan apoyo lo tengan. Hay que tener en cuenta la particularidad de cada caso, no aplicar a rajatabla la legalidad, pues eso trae consigo injusticias".

Texto y foto: Eduardo García Oliva
Cubanet, 27 de octubre de 2005.

lunes, 14 de diciembre de 2015

El puesto de frita de mi barrio



Uno de los lugares más socorridos de mi memoria son los puestos de frita de mi niñez, ubicados siempre en los portales de bodegas o bares, eran apéndices que se surtían de los refrescos, cervezas y maltas bien frias, que además en algunos lugares se ofrecía en 'combo' con el bodeguero, que rebajaba unos centavos para redondear el precio de la oferta. Así, un pan con bistec salía a 30 centavos si se compraba con una malta o 25 si se acompañaba con un refresco, ya la cerveza costaba un poco más.

El carrito de frita era metálico con chapas en todo su parte inferior, y de angulares y vidrio en su parte superior. Había carritos que llevaban rotulado el nombre del puesto en pintura roja sobre el vidrio trasero, o por los costados. La tapa metálica del frente era el cierre de la parte superior y estaba abisagrada al borde superior frontal y se mantenía abierta como cubierta sobre el fritero, agarrada por ganchos metálicos. Algunos friteros se conectaban con alguna fuente eléctrica cercana y tenían una buena iluminación. Otros se valían de la luz del portal del comercio donde se ubicaban. Constituían un lugar indispensable para las familias que no querían cocinar esa noche y enviaban al muchacho de la casa a 'resolver'.

El fritero (así se le llamaba al que estaba al frente del puesto de frita ) era casi siempre el propietario del carrito, aunque habían otros que alquilaban el carro o trabajaban para el verdadero dueño que a veces poseía más de un puesto. La particularidad de estos friteros era su habilidad para la preparación de las diferentes ofertas, por ejemplo: las papas fritas a la juliana eran confeccionadas o bien usando un guayo de madera o utilizando un buen cuchillo bien afilado, con el que se lograban las finísimas tiras gracias a su habilidad, también las chicharritas o mariquitas eran hechas con guayo. Las papas rellenas, las croquetas y las frituras venian preparadas y se guardaban en el refrigerador comercial del bar o la bodega adyacente.

Un buen ejemplo de colaboración entre servicios que se complementaban mutuamente. Yo fuí testigo de ello en la bodega de la esquina de mi cuadra en Santos Suárez. Uno de los surtidos más populares eran los bollitos de carita, que se confeccionaban o bien usando harina de carita pre-elaborada made in USA o utilizando los frijoles secos siguiendo un proceso largo y trabajoso, pero con mejores resultados.

Habían otras ofertas como pan con bistec (que eran finos, bien aporreados y adobados, y que una vez echados a la plancha bien caliente se reducían en casi un tercio de su tamaño original, pero aún así, cubrían bien el pan); las papas rellenas de picadillo; las frituras de bacalao o de malanga; las croquetas de pollo, jamón o pescado y las tortillas con o sin cebollas.

Pero la reina de las ofertas eran las fritas criollas, que daban origen al nombre del puesto. Se confeccionaban con picadillo de res de segunda, ajo, oregano, comíno, pimienta, sal y pimentón español que le daba ese sabor a chorizo, tan característico. Hoy en día se ha adulterado este criollísimo refrigerio, y las fritas se hacen usando chorizos en su mezcla. Pero en La Habana de 1958, el precio del chorizo, aunque fuera cubano, no hacía rentable usarlo.

El pan utilizado era el pan de flauta, producido en la Panadería de Toyo, en Diez de Octubre y San Leonardo. A diferencia del llamado pan cubano, el de flauta era más firme con un diametro entre el baguette francés y el pan de agua, muy largo, de corteza tostada y con una zanja que se abría motivada por la tira de hoja de plátano que se colocaba en su parte superior que partía la corteza en dos dejando un canal con la tira tostada al centro. Era tan largo que de cada pan de flauta salían 8 porciones de pan para el fritero, que rebanaba al centro a todo lo largo en el último momento, cuando el relleno estaba listo, fuera bistec o tortilla. De aderezo se usaba o bien el catsup o la salsa de tomate, según el gusto del cliente. En el caso de la frita era la salsa de tomate, menos dulce.

El fritero no paraba nunca de trabajar, pues entre cliente y cliente, preparaba las papitas, las frituras, picaba el pan, o picoteaba la cebolla muy finamente. Usando la plancha abombada, lo mismo se freían las papitas o las frituras, y con menos grasas, el bistec o la tortilla. La habilidad era cómo se pasaba la grasa de los contenedores del borde de la plancha, hacia el centro de la misma, y controlando la llama del quemador según el pedido, lograba la temperatura adecuada para cada oferta.

Hoy, con la aparición de los diferentes establecimientos de fast-food, hubieran desaparecido o quizás por la leyes del capitalismo, estos humildes puestos de fritas hubieran evolucionado a cadenas de servicios que de seguro, al menos en Cuba, le habrían puesto difícil el éxito rotundo a uno de los culpables de la obesidad infantil en el mundo entero. Aunque no podemos negar que un pan con bistec, con sus cebollitas, sus papitas a la juliana, su salsa de tomate, y una buena malta bien fría, cualquiera se envicia y aumenta de peso.

Los puestos de fritas son recuerdos del pasado. Fueron borrados del mapa de la isla una noche de marzo de 1968, mientras en Paris los jovenes querían cambiar el mundo, sin jamás haber conocido un puesto de frita cubano.

Texto y dibujo: Alfredo Pong
Publicado en su blog el 7 de julio de 2008.
Imagen: Puesto de frita, 1958, dibujo de Pong.jpg


viernes, 11 de diciembre de 2015

Hacer dinero desde cero



Andy Guzmán se prepara un trago de ron blanco con refresco de cola mientras a su alrededor media docena de personas hierven boniatos, limpian pescados, trocean carne de cerdo y un agradable olor a condimentos envuelve la cocina de su casa.

A ratos, da órdenes a sus trabajadores o con una diminuta cucharilla prueba algún plato. Tres años después de abrir una cafetería familiar ya puede pensar en grande.

“Un negocio rentable en Cuba es complejo. Las leyes, los impuestos excesivos, la inexistencia de un mercado mayorista, la corrupción de los inspectores y el bolsillo del consumidor, que debido a la inflación silenciosa y bajos salarios, no posibilita obtener mejores beneficios”, apunta.

Guzmán es licenciado en cultura física. “Después de graduarme me ubicaron como profesor de educación física en una escuela primaria. Ganaba 300 pesos y la mayor parte del día no hacía nada por falta de implementos deportivos. Me fui a trabajar con un amigo que tenía una cafetería. Allí aprendí el negocio. Una tarde pedí prestados 200 pesos convertibles (unos 220 dólares) y con ese dinero, más los 500 cuc de una moto rusa Karpaty que era de mi padre y la vendimos, abrimos una cafetería de comida en el portal de la casa”, recuerda.

A los cuatro meses, Andy pagó su deuda y contrató dos trabajadores. “Mi madre y yo cocinábamos. Mi padre hacia los jugos. Empezamos vendiendo de 90 a 100 comidas diarias que representaban 4 mil pesos en ventas (200 dólares) y las ganancias eran de 20 cuc para cada uno. Al año ya vendíamos 350 raciones de comida cada día y los fines de semana 400”.

Remodelaron la cafetería y ahora tienen seis trabajadores y dos personas encargadas de repartir comida a domicilio. “La estrategia familiar fue calidad y precios asequibles sacrificando ganancias. Un plato de arroz frito, filete de pescado castero y tostones o boniatos fritos, cuesta 45 pesos (alrededor de dos dólares). No tenemos una buena ubicación (en una cuadra interior) y el barrio donde resido (La Víbora) no es zona de afluencia turística. Pero las cosas marchan bien”, cuenta.

Los proyectos de Guzmán y su familia para 2016 es convertir parte de la casa en un bar-restaurant y vender a precios módicos solo en el portal.

¿Piensa pedir créditos bancarios locales o prestamos a parientes en el extranjero?, le pregunto. “En absoluto. Tampoco confío en las instituciones bancarias cubanas. El Estado nos ve como tipos sospechosos. Si las cosas me van bien, quisiera comprar una casa y un auto. Mis sueños son bastante terrenales”, confiesa Andy.

En su mente no está emigrar. “Pero si esta gente (gobierno) siguen poniendo trabas me lo pensaría. El Estado con sus gravámenes y la no apertura de mercados mayoristas es el culpable de que los precios no bajen”, señala el emprendedor habanero.

Las reglas de juego para los pequeños negocios en Cuba son enmarañadas. Durante décadas, el régimen clasificó a los trabadores privados como‘merolicos’ y presuntos delincuentes. Pero la crisis económica estacionaria que se extiende por 26 años es una razón de fuerza mayor para que el general Raúl Castro abriera la talanquera.

El Estado Benefactor, que antaño premiaba a las personas de acuerdo a su lealtad con un apartamento o un televisor Krim 218 en blanco y negro, está en bancarrota.

La Cuba de Castro ha abierto pequeños bolsones de economía de mercado, cooperativas privadas más por supervivencia que por convicciones o cambio de mentalidad.

La lista de negocios que prosperan mediante el trabajo duro, creatividad y perseverancia es amplia. Desde Enrique Núñez, dueño de La Guarida, el restaurante privado más famoso de Cuba, que no podía imaginarse cuando se graduó de ingeniero en telecomunicaciones que el éxito y el dinero le llegarían administrando fogones, hasta paladares gourmet como La Fontana, en Miramar, al oeste de La Habana, que ya sueña con abrir una sucursal en Miami, siempre triunfan peleando a la contra.

Según Renato, economista, “entre el 60 o 70% de los negocios más rentables -hostelería, transporte y gastronomía- se financian con dinero de familiares residentes en el exterior. Hay un segmento, que probablemente no llega al 1%, de parientes de funcionarios del régimen que juegan con ventajas para importar o comprar bienes. Calculo en un 25 o 30% los se han abierto camino combinando creatividad y esfuerzo”, apunta.

Desde luego que no todos triunfan. Armando, burócrata de la ONAT (oficina que regula el trabajo privado) considera “que más de 75 mil personas han entregado sus licencias después de fracasar en su negocios”.

El gobierno verde olivo impulsa una campaña para que los emprendedores particulares accedan a créditos bancarios. Hasta ahora sin grandes resultados.

En 2014, solo 658 de los llamados "cuentapropistas" pidieron créditos a entidades bancarias estatales. Fueron 75 en la capital y 583 en el resto del país, informó un reporte de la revista Bohemia. Esto representa el 0,1% de los más de los 347 mil trabajadores privados registrados en esa fecha.

El valor de los créditos otorgados fue de 13 millones de pesos cubanos (unos 520 mil dólares). De las cooperativas no agropecuarias, 38 recibieron financiamientos por 18 millones de pesos (720 mil dólares).

Francisco Mayobre, vicepresidente del Banco Nacional de Cuba es optimista. Según declaró al diario Granma en el año en curso, los préstamos a trabajadores privados (ya rondan el medio millón) ascienden a 129 millones de pesos (alrededor de 105 millones de dólares).

Pero muchos emprendedores privados, como Dimitri, que planea abrir un bar a tiro de piedra del malecón de La Habana, prefiere pedir un préstamo familiar o vender alguna propiedad.

“El gobierno fiscaliza en exceso. Y los créditos no exceden de 10 mil pesos (450 dólares). Ese dinero no alcanza ni para empezar. Y las deudas con el Estado en Cuba son peligrosas. Es un vuelo sin escala directo a la cárcel”, dice.

Después del 17 de diciembre, la administración de Obama trazó una hoja ruta para empoderar negocios privados con la concesión de micro créditos e importaciones. Pero hasta la fecha el gobierno de Castro no ha diseñado una estrategia para que se pueda implementar.

La opción sigue siendo armar un tenderete en el garaje o portal de la casa tras un préstamo de algún pariente residente en Miami. O vender una anacrónica moto de la era soviética como hizo Andy Guzmán.

Iván García

miércoles, 9 de diciembre de 2015

JLo llega a La Habana


Caminando por la calle del Obispo para llegar a la Plaza de Armas, descubrí una legión de mujeres husmeando en las vidrieras de una tienda, haciendo lo imposible por entrar. Me detuve en medio del tumulto en el instante en que una empleada descompuesta amenazaba con llamar a la policía si no dejaban la puerta libre, hasta exigió que hicieran la cola del otro lado de la calle.

Me pregunté qué tendría de novedoso aquel sitio que era capaz se convocar a tantas mujeres exaltadas. ¿Se trataba de una reunión de miembros de la Federación de Mujeres Cubanas? Decidí quedarme y averiguar.

El alboroto tenía que ver con un establecimiento muy discreto con una flor grabada en los cristales de la puerta de entrada, y debajo, como si la imagen no fuera suficiente, con letras mayúsculas el nombre del lugar: La Rosa.

Pero esa mañana, aquellas mujeres apostadas frente a la tienda no usaban el nombre del lugar. Ahora lo llamaban La Boutique de Jennifer López. Entonces descubrí dos imágenes de la cantante neoyorquina en las vidrieras anunciando la venta de algunas líneas de ropa que ella misma ha lanzado por el mundo.

¡JLo había llegado a La Habana! Ésa era la causa de tanta algarabía.

Cualquiera que lea estas líneas sin conocer la realidad, pensará que el suceso no merece atención, que nada tiene de raro que unas cuantas mujeres quieran comprarse un vestido nuevo, un perfume o un par de tacones que las separe del suelo. Pero la verdad es que en La Habana o en cualquiera de las ciudades de la isla sus moradores no ganan más de 20 dólares al mes y tampoco en Cuba se puede pagar a crédito.

Por eso me preguntaba cómo harían aquellas que estaban en la cola para llevarse a casa una prenda de JLo. Me enteraría cuando avivé el oído. Y supe que las dos mujeres que me antecedían en la cola eran militares. Sus charreteras me advirtieron que una era teniente y la otra capitana. La más interesada en comprar era la de más alta graduación. Su hija estudiaba medicina, sacaba notas excelentes y sentía vergüenza cuando la miraba mal vestida.

La capitana, con mucho sacrificio, había conseguido 200 pesos convertibles. Contó que no se arrepentía de haber aprovechado que su marido, también militar, estuvo cuarenta y cinco días movilizado. Ella se fue a dormir a la cama con su hija y así pudo alquilar el cuarto matrimonial a una estudiante de Camerún. En un mes consiguió el dinero, un poco menos de lo que gana en un año.

Gastó casi todo para que su hija estuviera mejor vestida, y recordó los años en que era una joven estudiante en los Camilitos y lo que hubiera significado ponerse ropa Made in USA. “Tanto nadar para morir en la orilla”, dijo la capitana y salió de la boutique.

Aunque las tenderas me miraran, inquisidoras, permanecí en la tienda, simulé interesarme en una pieza y luego en otra. Gracias a mi insistencia escuché un montón de historias, pero ninguna más angustiosa que la de Yasmín.

La joven cursaba el onceno grado en el preuniversitario de .a Habana Vieja, y su profesora de Historia la había expulsado del aula. Cuando la profe le preguntó la importancia de la invasión de Oriente a Occidente, ella respondió con otra pregunta: “Ah, ¿esa que trajo a un montón de palestinos a La Habana?”. La maestra no encontró mejor solución que sacarla de la clase. Yasmín ya se había enterado de la nueva la tienda en Obispo.

Sus compañeros la llaman JLo porque se la pasa tarareando los números más famosos de la cantante. No conseguía aprobar los exámenes, pero nadie imitaba mejor a Jennifer. Eso era para ella era lo más importante, y vivir en Miami, y conseguir un Marc Anthony.

Yasmín miró cada pieza y revisó los precios. No tenía dinero, pero aseguró a la amiga que la acompañaba que esa tarde tendría aquel vestido que tanto le gustaba. Se refirió al dueño de un bicitaxi que hacía piquera a un costado del preuniversitario donde ella estudiaba, que le propuso tener sexo y estaba dispuesto a pagar bien.

Yasmín abandonó la tienda tarareando On the floor.

Texto y foto: Jorge Ángel Pérez
Cubanet, 30 de octubre de 2015.
Leer también: Nueva boutique en La Habana vende ropa JLO.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Cabellos y estereotipos



La forma en que una mujer o un hombre lleva su cabello, habla mucho de su personalidad y de su manera de asumir ciertas convenciones sociales.

Así el corte, el color, el peinado y el nivel de limpieza que el pelo presuma (al igual que otros elementos que componen la imagen de la persona como su modo de vestir, caminar, conversar), será un índice medidor de nuestras inquietudes y proyecciones cotidianas.

Hacerse en el cabeza el peinado del magua, el bistec, el espendrú, los pinchos o el yonqui, induce a formarnos una idea sobre quién es esa persona, además de inmediatamente relacionarla con un sector específico de la sociedad.

Es una manera bastante vaga y superficial de definir a un individuo en una primera mirada, pero vivimos en un contexto que produce estigmas, estereotipos y modas con un ímpetu indescriptible.

Partiendo de esa idea, se podría decir que yo pertenecía al grupo de mujeres negras que se desrizaban el cabello, pues para mí (que desconozco el arte de peinar) tener el pelo alisado me ahorraba tiempo.

Pero de un tiempo a esta parte se me hizo molesto el acto mismo de hacerme los rolos y ponerme en el secador cada vez que me lavaba la cabeza (si no se hace esto, el pelo desrizado no coge forma y es muy difícil peinarlo). Así que decidí cortármelo y dejarme el pelo al natural… bien rizadito.

Esto me trajo burlas, críticas y apodos, de amigos y familiares, porque, según uno de ellos, "las negras se hacen desriz".

Y aunque no se juzgue a nadie por su cabello, existe un bombardeo mediático sumamente violento que promulga la forma de llevar el pelo, generando la proliferación de conceptos erróneos sobre lo que es bello, o simplemente lo que es correcto.

Pensar en cambiar mentalidades está tan de moda, como los dibujos que se realizan los jóvenes en el pelo y el cuero cabelludo. Sería una buena oportunidad para reflexionar sobre la necesidad de sentirnos cómodos con nosotros mismos sin que nadie te increpe.

Quizás cuando algún cambio ocurra, dejemos de encontrarnos peluquerías que nos vendan a Beyonce y a Rihana, como los modelos de belleza a seguir para las mujeres de pelo ensortijado.

Y quizás también dejemos de encontrarnos a personas que insistentemente te preguntan por qué no te haces el desriz.

Yanelys Núñez Leyva
Havana Times, 21 de mayor de 2013.
Foto: En Cuba a este pelado le llaman El yonqui. Tomada de Havana Times.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Consumo de drogas: se disparan las alarmas



Después de las diez de la noche, Yunier se llega a un bar privado, a dos cuadras del solar empercudido y bullicioso donde vive y se compra media docena de cervezas Corona y una bebida energizante para ligar con el trago.

Luego de fumarse un taco de marihuana en la azotea de la cuartería, se sienta en una silla de hierro sin espaldar, con su iPod y audífonos profesionales, a escuchar una frenética descarga de reguetón cubano.

Al poco rato, el móvil comienza a sonar. “Son los puntos (compradores) que vienen a buscar lo bello y lo prohibido (drogas). A la una de la mañana ya debo tener vendida las piedras que me quedan y dos onzas de yerba (marihuana)”, comenta, mientras observa el cielo colmado de estrellas con la mirada vidriosa y perdida.

Yunier vive en un barrio marginal de La Habana profunda. Antes de cumplir catorce años ya había visitado un par de veces el correccional para menores por delitos de poca monta.

“Fue en el tanque (prisión) donde conocí las drogas. Comencé tragando píldoras. Metil, Parkisonil, cualquier cosa que me cambiara el cuerpo. Luego me enganché con la yerba. Cuando salí, un socio del barrio me dijo: ‘Asere hay dos tipos de hombres, los perdedores y ganadores. Si quieres salir adelante, buscar un baro largo (mucho dinero) y tener un montón de jevitas (muchachas), el vicio no te puede dominar’. Y me dediqué a vender drogas. A veces me doy un cantazo (halar una piedra) y todas las noches me fumo un cigarrón más largo que un habano. Pero lo hago para estar sabroso y afinar la muela”, confiesa.

Yunier conoce de primera mano el riesgo de las drogas. “Aquí cada noche llegen tipos que lo han perdido todo. Igual que jevitas, que por una piedra, te hacen una completa (sexo en todas sus facetas). El vicio los vuelve descarados. El televisor de pantalla plana, el teléfono cómico (Samsung Galaxy) y casi toda la percha (cosas) que tengo la he conseguida mediante empeños con gente enganchada con la piedra. Es la peor de todas. El vuele que nunca llega. Una perdición. Pero yo vivo de esos giles (ingenuos)”.

La piedra, una combinación de bicarbonato con pequeñas dosis de cocaína, es ahora mismo la droga estrella en La Habana de noche. Se vende a diez pesos convertibles cada una y los compradores rastrean por toda la ciudad para consumirla.

Eddy, con un peinado estrafalario y una camiseta azulgrana de Neymar,dice que “la piedra es destructiva. Hay socios que han terminado en Mazorra (hospital siquiátrico). Yo la mezclo con un prajo (taco) de marihuana. Es la combinación perfecta, le llaman ‘primo’ o ‘cinco con diez’. El arrebato es único”.

Un segmento de músicos exitosos, emprendedores privados de negocios boyantes y personas que trabajan en centros turísticos suelen consumir cocaína. Los precios fluctúan según el momento.

“Cuando se pierde, hay que pagar a 80 o 90 chavitos (cuc) el gramo. Ahora se puede encontrar a 50. En la farándula encuentras jevitas que halan más polvo que una aspiradora. Portar coca es de buen gusto en las discotecas de pegada. Es sinónimo de tener un baro largo. Con un auto y un poco de polvo te llevas a casa a las mejores hembras de La Habana”, acota Reinier, DJ en una discoteca al sur de la ciudad.

En los barrios pobres es raro que un adolescente menor de quince años no haya probado drogas. “Por supuesto, ya han tomado alcohol. Y cuando se van a descargar los fines de semana ingieren pastillas o fuman marihuana”, expresa Sixto, médico de una policlínico de Mantilla, barriada a 45 minutos del centro de la capital.

La prensa oficial ha publicado reportajes sobre el perjuicio de los estupefacientes. Tanto la radio como la televisión nacionales emiten spots publicitario sobre los peligros de la drogas para la salud mental.

Aunque el general Raúl Castro intentó disminuir el auge en alza de los estupefacientes en Cuba, cuando en un discurso de la CELAC en el invierno de 2013 manifestó que en la Isla no existían drogas, “solo un poquito de marihuana que algunas personas cultivan en una maceta del balcón de su casa”, los frecuentes operativos policiales dicen lo contrario.

El año pasado, la Aduana frustró 49 intentos de entrada de drogas al país. Decomisaron 44 kilogramos de cocaína y pequeñas cantidades de hachís, marihuana y drogas de diseño.

En la primavera de 2015, en Sancti Spiritus, provincia a 300 kilómentros al este de La Habana, fuerzas policiales antidrogas en el municipio de Taguasco confiscaron 453,252 semillas de marihuana, 433 plantas y 395 tallos podados. También incautaron 14 fincas donde existían sembradíos de marihuana.

Según un oficial de la policía que prefirió el anonimato, los municipios y barrios de La Habana, donde es mayor el consumo de drogas son Centro Habana, sobre todo Colón, Jesús María y San Leopoldo, Diez de Octubre y Arroyo Naranjo. “Se conocen de casos de vendedores que expenden drogas en puntos cercanos a escuelas secundarias y preuniversitarios”, precisa.

Cuando usted a vendedores de drogas les pregunta dónde y cómo obtienen los estupefacientes, sus respuestas varían. Desde los recalos en costas cubanas a componendas con policías corruptos.

“Que no te metan cuentos. La mayoría de los que venden drogas trabajan para la policía. Los dejan vender a cambio de chivatear a pejes gordo. Este es un negocio donde todos se mojan con dinero”, expone Yunier.

Rayando las dos de la mañana, Yunier cuenta un fajo de billetes y llama a su proveedor. “Oye, tráeme más juguetes que los niños me compraron todos lo que tenía”. Luego, tararea una canción de Gente de Zona y bebe con calma su cerveza Corona. Hoy fue una buena noche para Yunier.

Iván García

Foto: Tomada de Cubanet.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

El bulevar de los sueños rotos



A mediados del siglo XX, la calle San Rafael, en el centro de La Habana, era sinónimo de grandes comercios, con bellas vidrieras exhibiendo ropa, calzado, tejidos, enseres domésticos... a precios para todos los bolsillos.

Tanto de día como de noche, a la gente le gustaba la animación y el colorido de San Rafael y las calles aledañas. Después de 1959 la convirtieron en boulevard o bulevar y al ser una vía peatonal, sin tránsito de vehículos, se suponía que las compras se pudieran realizar sin preocupaciones por parte de los usuarios.

Pero en la actualidad, la atmósfera del bulevar de San Rafael es bien distinta. De aquellos grandes comercios no queda más que el sitio en el cual estuvieron ubicados.

Un ejemplo es la antigua tienda Fin de Siglo, en San Rafael esquina Águila, que se ha convertido en un lugar para arrojar basura de todo tipo. Sus antiguos dueños nunca hubieran permitido eso, pero ahora su propietario, el Estado, no sienten la menor preocupación por mantener la higiene y el orden social

Fin de Siglo fue una tienda muy conocida y visitada y hoy es un gran local ocupado por trabajadores por cuenta propia, quienes pagan una renta por un pequeño espacio para comercializar sus productos.

Como no transitan vehículos, no pocas personas han encontrado en el bulevar un techo para pasar la noche, sobre todo en la esquina de San Rafael y Galiano, donde se encuentra ubicado el parque Fe del Valle, construido después que un incendio destruyera El Encanto, que pertenecía a Solis, Entrialgo y Cía.

Últimamente, a este parque acude gran cantidad de personas de diferentes edades, pues allí Etecsa ha ubicado una zona wi-fi, que permite conectarse a internet y chatear con móviles, tabletas y laptops.

Para los que conocieron esta calle en su época de esplendor, es triste ver comprobar que aquella magia que tenía antes de 1959, e inclusive antes de convertirse en zona peatonal, por completo se perdió.

San Rafael, llena de basura y mendigos, de gente ofertando mercachiflería y locales sucios y en mal estado, es hoy un bulevar de los sueños rotos.

Texto y foto: Bárbara Fernández Barrera
Red Cubana de Comunicadores Comunitarios
Septiembre de 2015.