miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Somos felices aquí? (II y final)



En Cuba, muchas personas llevan más de la mitad de su vida en un albergue. O su vida completa, hay gente que ha nacido en un albergue; muchachas que han celebrado sus quince años en un albergue.

En Primera entre 0 y 2, Miramar, siguen las ruinas del edificio Riomar, construido en 1950. En 2013, la colega Irina Pino entrevistó a Elsa Torres Camacho, que aún vive allí. Ríomar contaba con 11 pisos de apartamentos, vestíbulo, carpeta, sala de estar, recibidores, tres salones de fiesta, dos piscinas, seis ascensores y una plaza de parqueo.

A principios de los 60, muchos propietarios de apartamentos en el edificio Riomar abandonaron el país. Los apartamentos fueron ocupados por técnicos cubanos de otras provincias, extranjeros del campo socialista y cubanos repatriados.

En más de veinte años, las familias cubanas que permanecen en las ruinas de Ríomar han escrito cartas a todos los niveles para que los saquen de ahí. “Sólo en una ocasión nos escucharon y repararon una columna del sótano”. El inmueble gradualmente se fue deteriorando “como todo edificio al que no se le da mantenimiento por décadas, y peor aún si es un edificio junto al mar”.

Sin embargo, es imposible ignorar que junto a estas ruinas está el edificio de la corporación estatal CIMEX, que sí parece recibir mantenimiento regularmente. ¿Habiendo tantos albergados en Cuba, qué esperanza queda para los habitantes de Ríomar? ¿Saldrán del edificio hacia nuevas viviendas o serán albergados? ¿Quedará espacio en los albergues?

En 2011, entrevisté a la colega Irina, por el derrumbe de la casa de sus padres. Cuando fue a averiguar por las capacidades en los albergues, le dijeron que no había.





Yoel González Leyva, amigo de nuestro fotógrafo, sufrió un accidente a los 23 años. Perdió un brazo, una pierna y varios de los dedos de las extremidades que conservó. En vez de tenerse lástima, se enorgullece de haber resistido dos infartos y un paro cardiaco a esa edad, contra todo pronóstico.

Yoel vivía en un edificio que se quemó después del accidente. Gracias a las gestiones de su padre, Vivienda les dio la casita donde viven ahora. El principal problema, sin mencionar el estado lamentable, es que los cuartos están arriba. Yoel no puede subir las escaleras, duerme abajo en una colchoneta.

Tiene 41 años y espera tener la casa a su nombre para empezar a repararla. Pero un vistazo basta para percibir que la reparación requiere un dineral: materiales, mano de obra… Recibe una chequera de 158 pesos cubanos mensualmente (menos de 8 dólares).

Está seguro de que contará con un subsidio del Estado. Como 'hobby' de vez en cuando recoge laticas y cosas que puede vender como materia prima. No puede sacar licencia para dedicarse a eso, porque “me quitan la chequera, dicen que no puedo tener dos entradas de dinero”.

No tiene televisor ni refrigerador; su padre debe cocinar diariamente. “En la casa donde veo el televisor, me guardan la jamonada, el picadillo y lo que viene a la carnicería”.

Asiste a la iglesia, donde también recibe alguna ayuda. “Pero somos muchos”. Allí ayuda como puede: da clases a los sordos. Se le han roto varias sillas de ruedas y prótesis. Se mueve a pie casi todo el tiempo.

El problema de la vivienda, si no es el más grave del país, compite por el puesto. Aquellas microbrigadas en las que alguien podía permanecer desde dos años hasta quince (conocí a alguien que estuvo ese tiempo), antes de recibir un apartamento o renunciar, no resolvieron la situación.

No importa cuántos cubanos emigren, el problema de la vivienda sigue. Pero ¿acaso podemos quejarnos? En lo absoluto. Aunque tengamos problemas de vivienda, contamos con muchísimos museos a los que podemos entrar por precios que oscilan entre nada y cinco pesos cubanos. Esto es apenas una prueba del acceso a la cultura que nos garantiza nuestro gobierno.

Hablando de museos: muy pronto tendremos otro, ubicado en 5ta. y 14 en Miramar, en una casa enorme con espacio para albergar al menos tres familias. Antes, allí radicó el Museo del Ministerio del Interior. Ahora, la casa se encuentra en reparación para reabrir como Museo de la Denuncia. No hay peligro de que nos quedemos sin museos. ¿Cómo no vamos a ser felices aquí?

Texto de Yusimí Rodríguez y fotos de Juan Suárez.
Havana Times, 15 de marzo de 2016.

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