lunes, 15 de agosto de 2016

Los abakuá: mitos y realidades



Las creencias, costumbres y ritmos llegados a Cuba a través de los esclavos, devienen hoy símbolo de la cultura nacional y continúan en las venas del cubano, fieles a sus raíces ancestrales. Las manifestaciones de la religión afrocubana, al mezclarse en cada barrio, crean un mundo místico capaz de atrapar hasta al más ateo.

Fundadas desde 1836, las sociedades masculinas abakuá suscitan la fascinación y el temor de muchos habitantes de la Isla. Mitos y prejuicios se aglomeran alrededor de la conducta social de sus practicantes, quienes se guían por un código moral que afirma: “Para ser hombre no hay que ser abakuá, pero para ser abakuá hay que ser hombre”, en ocasiones mal interpretada.

La Sociedad Secreta Abakuá, única de su tipo en el continente americano, se conforma desde un inicio por negros esclavos provenientes de Calabar, actualmente Nigeria. Con el paso del tiempo, se convirtió en un fenómeno religioso circunscrito a las ciudades portuarias de La Habana, con su primer juego denominado Efí Kebúton; Matanzas, con la primera cofradía Efí Uriabón Mansongo, y Cárdenas, con el nacimiento de Ita Muñón.

El periodista Ramón Torres Zayas, uno de los investigadores que ha indagado sobre el tema, en su libro "Relación barrio-juego abakuá en la ciudad de La Habana", editado por la Fundación Fernando Ortiz en 2010, afirma que la primera sociedad abakuá de blancos quedó establecida hacia 1863 por Andrés Petit, un mestizo que en su secta admitió a numerosos españoles y descendientes de blancos de la clase obrera, así como a aristócratas, altos oficiales militares y emigrantes asiáticos.

Según el presidente de la Asociación Secreta Abakuá en Matanzas, Carlos A. Alfonso Ramos, Iyamba de Mifotanko Efó, cada grupo forma una potencia, juego, tierra o logia, compuesta por numerosos iniciados o ekobios (hermano de religión), vinculados por juramento de iniciación y un tramado de jerarquías de funcionarios o plazas.

El también matancero Domingo Zulueta Owens, Ecueñón de Efí Araokón comentó al periódico Girón que Abakwa proviene de abak (primero) y wa (residir) de estirpe carabalí: los habitantes originales o los primeros residentes, mientras que el término ñáñigo, desde la segunda mitad del siglo XIX es utilizado por los colonizadores para calificarlos despectivamente.

“Los ñáñigos fueron acusados de criminales, en algunas ocasiones con certeza, hechos que envueltos en una atmósfera sensacionalista sirvieron a algunos para lucrar con el temor. Todo ello debido a la ignorancia con respecto a la naturaleza de sus creencias y ritos, así como intereses clasistas", agrega Zulueta Owens.

La secta abakuá surge para establecer un orden donde no existía. Su membresía procuró organizar a amplios sectores populares, a los cuales los principios morales de las clases dominantes les eran ajenos durante la colonia y la etapa republicana.

A decir de Alfonso Ramos, los iniciados juran guardar y no revelar el secreto, defender el Ekue hasta la muerte, respetar u obedecer a las plazas de la potencia, ser buen hijo, buen padre, no ofender a la madre de un hermano, ser buen ekobio, asistir y socorrer a los hermanos enfermos o a los familiares de los muertos, respetar a la mujer de los ekobios, ser hombre a todo, valiente, no afeminado y no dejarse pegar por nadie.

El enorme impacto popular que significó el acatamiento de las normas abakuá, además de contribuir a una organización de las capas más desposeídas, arraigó valores insustituibles dentro del concepto de cubanidad.

A partir de ahí se derivan una serie de acontecimientos protagonizados por miembros de la secta, como la protección al General Antonio Maceo durante su presencia clandestina en La Habana, el intento de rescatar a los estudiantes de medicina en 1871 y el apoyo financiero a José Martí en Tampa y Cayo Hueso.

Dirigentes sindicales como Aracelio Iglesias sintetizan la sostenida presencia abakuá en el movimiento obrero cubano. Dentro del panorama cultural, personalidades como Chano Pozo, Santos Ramírez, Miguel Faílde e Ignacio Piñeiro han influido en manifestaciones como la rumba, la conga, el danzón y el son. Cabe señalar también la estimada figura del abakuá Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.

A pesar de los aportes culturales y humanos de los practicantes de dichas creencias, hasta nuestros días los abakuá han ocupado un espacio marginal dentro de la sociedad cubana, debido a la propaganda negativa, asociada al miedo ante la rebeldía del esclavo en la época colonial.

Entre los jóvenes ser abakuá está “de moda”. Muchos creen que para ingresar en la asociación se deben tener actitudes duras en la calle. Ser conocido como abakuá constituye para ellos un certificado de hombría. Y a menudo se escuchan frases como “yo soy abakuá, y si alguien me ofende o me hiere tendré que matarlo para limpiar mi honor”.

Adel Nonfal Labrada, Obonecue de Nitongó Efó, manifiesta que en la actualidad, con la creación de nuevas tierras, se ha perdido la selectividad en cuanto a la elección de sus miembros, influyendo en mayor medida el poder económico en lugar de los valores éticos presentes en la planilla de inscripción.

A ello se une la falta de divulgación por parte de la prensa sobre diversas expresiones de las creencias afrocubanas, y específicamente la abakuá, lo que conlleva al desconocimiento e impide distinguir una manifestación cultural afroancestral de otra. Y permite fortalecer esa falsa concepción popular asociada con la criminalidad, al diabolizar sus prácticas y calificarlos de antisociales, violentos y machistas.

“La sociedad abakuá es un tipo de santería compuesta solo por hombres donde todos son paleros, hay que ser malo y guapo para pertenecer a ella”, opiniones similares se escuchan en las calles de Matanzas. Queda corroborada la confusión de términos al referirse a los personajes que engloban la sincrética asociación: santeros, paleros y babalaos, que no constituyen sinónimos de abakuá, aunque no significa que se excluyan de la hermandad.

Los miembros de la organización suelen ser identificados como personas con bajo nivel y tener una mala imagen pública. Muchos en la población reconoce a sus principales figuras al presenciar algunas de sus ceremonias dotadas de gran calidad folklórica, destacándose los íremes o diablitos, personajes representativos de su liturgia.

“Ellos gesticulan y danzan al compás de tambores, cencerros y sonatas invocando a los espíritus de los antepasados para dar testimonio de la corrección de las ceremonias”, expresa Jonathan Cortadella del Sol, Enkríkamo de Efí Abaracó. Y añade: "En los ritos se utilizan trazos con yeso amarillo o blanco, que constituyen un sistema ideográfico de señales, cada una con funciones determinadas para representar jerarquías que integran la estructura de los abakúa y las diferentes potencias”.

Con sus ceremonias, los abakuá mantienen viva parte de la riqueza cultural de Matanzas.

Daymara Rodríguez Sotolongo y Anet Martínez Suárez,
Estudiantes de Periodismo
Girón, Matanzas, 20 de abril de 2016.

Ilustración tomada del artículo. Según Lydia Cabrera, "en ninguna parte como en Matanzas fueron nuestras pesquisas más fáciles, los dioses africanos que buscábamos más accesibles, ni a plena luz y a toda hora se hallaban más cerca de los hombres".

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